A la sustitución de la "motivación" por "la verdad
encontrada" puede llamarse "enamoramiento".
Cuando la verdad puede sustituir toda motivación, estamos enamorados.
La verdad útil es "motivo" para obrar, nos mueve a elegir.
Pero ahora se trata del "encuentro" con la verdad que
inspira, no la verdad útil, sino la que desvela nuestro destino. Es
"ésta", (esta mujer), y me enamoro.
No es cierto que haya siempre motivos (ni que busquemos obstinadamente
motivos ocultos e inconfesables).
Tomás de Aquino también lo vio cuando escribió en S.Th., II-II, q. 180, a. 3: "la
admiración es una forma de temor producida en nosotros por el conocimiento de algo
que excede nuestro poder. Por lo tanto, es consecuencia de la contemplación de
una verdad sublime, pues ya hemos dicho que la contemplación termina en la
verdad".
A mi entender, sobra ese "terminar".
Pues ese temor no es paralizante, sino todo lo contrario. La verdad no
paraliza al hombre como si fuera fin "último" del conocer. Más aún,
esta verdad "personal" despierta el amor y la admiración, y no porque
nos "mueva" a algo distinto de ella, sino como homenaje o entrega a
la propia verdad.
Lo que "mueve" en el "encuentro con la verdad"
es generosidad pura.
Por eso, más que decir que la contemplación "termina" en la
verdad, deberíamos decir que se "inspira" en la verdad.
Ahora bien, la verdad que nos enamora puede ser una verdad que no sea
la plenitud de la verdad o verdad sublime.
En cualquier caso, su belleza nos convoca.
No se trata de que la verdad se nos imponga de tal modo que nos quite
la libertad; al contrario, "la operatividad" del enamorado (la que
sigue al "encuentro con la verdad"), aunque no quepa sin la
verdad, es aportada por la libertad.
Es esta verdad la que nos hace libres, pues su encuentro es
inspiración que nos orienta.
Así
glosa Rafael Corazón a Leonardo Polo en su manual Filosofía del conocimiento p.
135
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