Esquema sobre la vida.


1.1.0 La vida (de arriba a abajo).

1.1.1 La vida, actividad en la unidad

La vida como distinción, realmente activa, en la unidad.
Casi siempre, cuando se habla de la vida y de los grados de vida, se empieza hablando de la vida orgánica y se termina hablando de la Vida de Dios.
Sin embargo, a nosotros nos parece que, en lugar de estudiar la vida de abajo a arriba, veámosla de arriba
a abajo.

Fijémonos primero en la Vida de Dios. Acto Puro. Rico en Personas. Crecimiento absoluto Originario.

Para los seres vivos, su ser es vivir.
Si no viven, si no crecen, ya no son lo que son, serían otra cosa.
Yo puedo ser alto o bajo, pero no puedo dejar de vivir. La vida no es un accidente.

Vivir es ser, para los seres vivos.
Hay distintos modos de vida porque hay distintos modos de ser.

El modo de ser más alto es el Ser de Dios, Acto puro. Vida suprema. Crecimiento absoluto Originario.
Dios es Uno y Trino. Rico en Personas.

En Dios, Ser y Vida (Esencia) se identifican.

Lo que caracteriza a cualquier ser vivo, y en primer lugar a Dios es su unidad autoactivamente coactual.

Retengamos estas tres nociones:
"Unidad": un ser.
"Autoactividad": se activa a sí mismo.
"Coactual": rico en novedades. Crecimiento.

Dicho de otra manera, la vida es la permanencia de la distinción de actos, en la unidad creciente. A más riqueza de actos, en unidad, más vida. A más permanencia de la distinción, más vida. A más distinción, más vida.

A este propósito es sumamente importante el artículo de don Ignacio Falgueras "La noción de vida en Leonardo Polo", aparecido en Miscelánea poliana nº 55.

Él propone entender la vida, según Polo, como una distinción, realmente activa, en la unidad.

Fíjense bien, pues es realmente hermoso: “La unidad”.
La riqueza de la unidad.
El crecimiento de la unidad.

Unidad rica que acoge en su interior las distinciones activas (coactos), según la riqueza de cada viviente.

La Unidad más rica y creciente es la del Origen. Distinción máxima, sin comienzo ni fin, de Personas, en eterna e idéntica Unidad.

"Distinción realmente activa" significa que no se trata de una distinción de razón, sino una unidad real de actos, ya sean extramentales, o cognoscitivos o donales (actividades también reales).
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El ser de los ángeles y el ser de las personas humanas es inidéntico, nunca alcanzará la identidad, siempre puede crecer hacia la Unidad de su Origen, en dependencia real de su Origen.
Su crecimiento es su vida. Crecimiento irrestricto.
Más actos distintos, más coactualidad, autoactiva, en dependencia del Origen, hacia la unidad del Origen, hacia su Réplica.
El Origen guarda en su Memoria creadora los eventos de mi vida. Aunque yo los olvide, podría recuperarlos un día. En el Cielo podremos recordar, si queremos, los hechos ya pasados, en dependencia filial del Origen.
Y en esta vida podemos, si queremos, añadirnos a los deseos creadores del Origen.
Siempre podremos autoactivarnos. Siempre podremos vivir en dependencia del Origen.

En las creaturas vivas, la distinción activa de sus actos no es diferencia, sino dependencia.
La “diferencia” es algo pensado. No es real.
Lo real es la dependencia que el viviente es. Dependencia del Origen, con más posibilidades según la intensidad de su acto de ser.
A más intensidad, más posibilidad de vida.

El acto de ser del universo físico tiene, según la tetracausalidad, la posibilidad de desplegarse en actos vivos, vivientes, según el orden imprimido por Dios en la Naturaleza.
El persistir de la vida en el universo físico activa el despliegue a partir de las condiciones iniciales. No hay propiamente novedades, sino aparición o desaparición de especies, como el juego de un caleidoscopio.

Sin embargo, los actos de ser de los ángeles y de las personas humanas, pueden crecer irrestrictamente, si quieren, y en la medida que quieren, en dependencia y hacia el Origen, hacia su Réplica.
Ese crecimiento es vida y puede manifestarse esencialmente como vida en cada ser espiritual.
Habrán notado que hablo de vida del acto de ser y vida de su esencia. Crecimiento trascendental y crecimiento esencial.

Y en ambos casos, su riqueza es mayor distinción, realmente activa, hacia la unidad. La Unidad es la Gloria de Dios.

 

1.1.2 La vida como cambio sin cambiar

La vida es el cambio sin cambiar.
Me explico.

Partamos, como estamos haciendo, de lo más alto: Dios es Fuego.
No cambia. Pero es Vida. Es crecimiento Originario. Fuente eterna.
En su Acto puro no hay potencia.
Es, a la vez, infinitud de actos inabarcables en su seno.
La manifestación, en unidad, de esos actos es su Vida, es su Gloria.
Cuanta más coactualidad, más Vida.

La infinitud de actos en Dios no cambia, pero cambia su manifestación, cuando quiere y como quiere.
Puede crear o no crear.
Es Amor.
Es Comunión.

Comprendemos de esta manera que la acción vital no puede ser propiamente un movimiento.
Es así como se llega a descubrir lo que llamamos movimiento "inmanente". Un cambio sin cambio. Vida.
Dios no cambia. Cambian sus manifestaciones a otras personas.
La gloria de su Vida es cantada por irrestrictas vidas.

El movimiento inmanente no es como el movimiento continuo.
Movimiento continuo es, por ejemplo, construir una casa. Mientras la construimos estamos en movimiento. Una vez construida el movimiento cesa.
Este movimiento continuo se define como el acto "en potencia", en cuanto que está en potencia. Todavía no es el acto que debe ser. Está cambiando. Está en movimiento.

El movimiento inmanente, al contrario, "ya" es. Al ver, ya estamos viendo.
Se le puede llamar movimiento discontinuo. Se ha pasado de acto a acto, sin pasar por la potencia. Es coactualidad. La acción de ver y el ver ya. Dos actos a la vez.

En su origen ya está todo lo que puede ser.
Se manifestará en la medida en que el ser tenga libertad, en la medida en que sea dueño de sus actos, y quiera manifestarlos.

La máxima libertad es la libertad divina.
La vida suprema, la Vida, es Dios, su Vida intratrinitaria. Su Gloria. Su Amor. Comunión de Personas.

Dicho de otra manera: la culminación de la Vida es Dios (su riquísima Identidad de coactualidades libres).
Rica, pues admite en su seno, libremente, no solamente la distinción de las Tres Personas, sino también el crecimiento de mi yo, de nuestros "yoes": Familia.

Vida de Dios, la Unidad en la distinción de Personas. Su eterna perichoresis.

En la Vida divina, en Dios, no hay movimiento, no hay crecimiento como el nuestro, sino crecimiento Originario o el Origen del crecimiento.
En Él vivimos y somos, porque él quiere.

Dios no es un ser quieto, Dios es Identidad en la Distinción de Actividades donales.

 

1.1.3 Vivir es crecer.

Existen grados de vida.
Hay más vida si hay más unidad, más autoactividad y más riqueza coactual.
En cada grado superior se acentúan las tres notas que hemos encontrado en la Vida divina

Lo significativo de cada vida es que todos los vivientes son seres que crecen, conservando e intensificando su unidad, con más o menos libertad y con más o menos actos inmanentes.
En Dios, ese  crecimiento se llama crecimiento Originario.

La unidad del ser vivo es siempre activa. Pero hay diversos grados de unidad.

Digamos ya que el universo físico, aunque albergue seres vivientes, no es, él mismo, un ser viviente, pues su unidad es sencillamente de orden, no posee la unidad propia de la vida. Es como un montón de piedras, cuya unidad viene dada desde el exterior. El universo físico es lo que es por la causa final, por el orden del universo. De ahí que no pueda crecer por sí mismo, sino solamente desplegarse, según y a partir de sus condiciones iniciales.

La unidad de la vida, sin embargo,  es comunión activa de los elementos que la integran.

Unidad jerárquica según los grados de vida.
De menos a más:
- inmanencia orgánica;
- crecimiento del yo;
- intimidad personal y apertura transcendente o posesión del futuro;
- unidad trascendental (la identidad divina).

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1.1.4 Automovimiento.

¿Quiénes son los seres vivos?, los seres que se mueven a sí mismos.
Por ejemplo, los seres que piensan, o que sienten, que crecen.

Son los seres que se dan a sí mismos, más o menos, el ser, creciendo.

A esa actividad creciente, es lo que llamamos vida.

Llegamos así a una definición clásica de la vida: La vida es la actividad esencial de los seres que se mueven a sí mismos.

Esta definición, sirve para Dios, en cuanto que su esencia (su gloria) se identifica con su Ser.

Para el hombre, la vida, su esencia, sería su don a Dios y a los demás. (Veremos más tarde cómo hay también un crecimiento trascendental o vida trascendental, que no termina nunca. Y veremos cómo también en la otra vida, ese crecimiento depende de la esencia humana, aceptada por Dios que tira para arriba del acto de ser).

Esta definición (actividad esencial) vale también para los seres vivos del universo físico pues están vivos en la medida en que la esencia del universo físico se despliega en ellos como vida, según las condiciones iniciales.
El despliegue lo podríamos asimilar al crecimiento, aunque no sea tal.
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1.1.5 Vida trascendental. El acto de ser también crece.

Las personas creadas son también vida “trascendental”, que consiste en el crecimiento de su ser (de su acto de ser) hacia Dios, aunque también sus esencias, (sus vidas), son vida.

Crecimiento hacia Dios u ofrenda de su ser a la gloria de Dios.

¿Cómo ofrece la persona su vida (su vida trascendental y su vida esencial) a Dios?
Adam Solomiewicz propone distinguir en el trascendental personal “amar” o amar personal, dos estructuras amorosas, una de ellas es el don que la persona ofrece a Dios, su vida esencial.

Y la otra, anterior ontológicamente, es el don del ser personal que Dios otorga y la persona acepta.
Ese otorgar de Dios es también aceptación del ser personal, al crearlo, pero aún queda por aceptar el don esencial que la persona hará de su vida a Dios (el Juicio!).

El “ser personal en tanto que don aceptado por Dios al crearlo” es también vida, que podemos llamar vida “trascendental”.

En este caso, esa actividad no es propiamente “esencial” y entonces no serviría la definición que dimos al decir que la vida es la actividad “esencial” de los seres que se mueven a sí mismos.

Tendremos que rectificar y decir que la vida es el crecimiento que el ser se da a sí mismo, al responder al don de Dios.
(Distinción, realmente activa, en la unidad, habíamos dicho con Falgueras).

Vida que crece en el tiempo (según el tipo de tiempo de cada ser vivo).

Esta descripción (autocrecimiento trascendental) resuelve los problemas que plantean las definiciones clásicas de la vida.

Los clásicos hablan de la vida como movimiento inmanente.
El problema de la definición clásica de la vida es que se la considera como un accidente de la substancia.

En efecto, la substancia, en la visión substancialista aristotélica, es la categoría reina. O substancia o accidentes, dicen. Y la substancia se presenta como un sujeto estático, adornado por los accidentes.
Peor aún, se piensa la substancia como individuo aislado, como lo uno, como el basamento que está debajo.
Pero la vida no está en el uno, en la riqueza que puede alcanzar una unidad solitaria.

Si se considera la vida como accidente de la substancia, del sujeto, de lo uno, entonces lo permanente sería la substancia estática. Sustancia que se mueve al adquirir nuevos accidentes y perder los que tenía.

Entonces no podría atribuirse la vida a Dios ya que Dios no puede tener "accidentes".

Aristóteles dice que la vida es el ser de los vivientes.
Añadimos: vivir es crecer.

Seres que crecen por sí mismos, que abarcan más ser, que se dan su fin, en la medida en que el entorno se lo permite. Y que Dios se lo otorga.

Y si el entorno es el ámbito de la máxima amplitud, Dios, la vida es irrestricta, si libremente se quiere.

El acto de ser de las personas también crece, con un crecimiento distinto al de sus esencias.
Es un crecimiento absoluto, originario, es decir, que Dios eleva dando ese crecimiento, aunque no hagamos nada.
Sin embargo, por nuestra culpa, lo podemos dejar inédito.

La vida crece en la medida en que depende más de Dios. (En la medida en que depende más de Cristo).
Es Dios quien otorga el crecimiento, la vida, su ser.

La persona humana es además, siempre más, de dos maneras: aceptando el don de ser (vida trascendental) y dando el don de su vida (vida esencial). Inagotable. Carece de culminación.
Su crecimiento es irrestricto.
Polo llama al crecimiento trascendental, crecimiento intrínseco sin culminación. Es una elevación. Y es designado como carácter de además.

Su carecer de término trascendental tiene, sin embargo, un valor potencial que es, precisamente, la esencia de la persona humana. (AT I, 190).

Porque el crecimiento de la persona humana depende, además de Dios, (de su futuro o destino) también de su "disponer". Es siempre, y también, esencial.

La persona se abre dualmente a los distintos temas, si quiere.
Ese "querer" es esencial.
Su esencia, su vida, es el "fruto" que Dios espera de cada uno.

 

1.1.6 Vida también esencial.

La vida es crecimiento trascendental y también crecimiento o actividad esencial, más o menos intenso, según su dependencia de Dios y del Amar personal.
Veamos primero ese “también” actividad esencial:

La vida esencial crece también.
El don a ofrecer a Dios no está completo de un golpe.
La vida crece, esencialmente, adquiriendo virtudes.
Es la esencia humana como don.
Cuanta más virtud, la vida es más intensa, más perfecta (la esencia es perfección).

La virtud más alta es la Caridad sobrenatural que, en el orden natural es caridad con minúscula, y es la apertura transcendental al Amor, y que nos irá identificando con el Don que Dios espera de nosotros, nuestra Réplica, en la medida en que Dios acepte nuestro don, que llega a Dios a través de la caridad.

Notemos que la vida como actividad esencial crece de distinto modo mientras vivimos en este universo físico y en la eternidad.
En esta vida :
En el tiempo del ahora, va creciendo la  virtud, de la que podemos disponer, si queremos.
Pero a veces no podemos ejercer la virtud, porque carecemos aún de ella (sin falta nuestra) o porque las condiciones temporales impiden su ejercicio.

Utilizamos pues la expresión “a modo de virtud” para indicar la iniciativa humana en el crecer (empleamos esta expresión “a modo de virtud” para indicar ese “si queremos”). Quien quiere es la persona, desde su amar donal…

Utilizamos la expresión “a modo de don” para indicar la docilidad humana al Don de Dios.
El Don de Dios es nuestro ser, que para que sea Don la persona debe aceptarlo (mediante el ejercicio de la actividad esencial).

En la vida eterna:
En la otra Vida, cuando Dios acepte nuestro don (nuestra vida como esencia), seguiremos incluidos en el ámbito de la máxima amplitud (pero, y esto es lo más bello, sin el temor al pecado, que es el error peculiar de la libertad huérfana).

Entonces, en el Cielo, la Vida “esencialmente” crece de otra manera, siendo también un crecimiento intrínseco sin culminación, jugaremos con ella, cantando con los Ángeles o paseándonos con quien “queramos” (por el sendero sombreado que bien conozco).

En el Cielo la actividad esencial de algún modo prima. Mejor, es concomitante con la actuosidad trascendental o, dicho de otro modo, Dios tiene en cuenta nuestro querer, al donarnos el ser. En eso consiste el Juego.
¿Quién juega?: el hijo que somos.
A modo también de virtud.
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Concentrémonos ahora en el crecimiento “también” esencial.

La persona humana crece también, en esta vida, en la medida en que su esencia (su acto vital) se retroalimenta apoyándose en su mundo.

Y, además, en la medida en que encuentra trascendentalmente su verdad personal, (al ir encontrándose con su réplica), dispone mejor, va creciendo a modo de don. Con docilidad.

Recuerden que no es lo mismo crecer a modo de virtud (esencial) que a modo de don (trascendental).

Para alcanzar a conocer nuestro crecimiento trascendental, Polo propone el método del abandono del límite mental.
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En la otra vida, cuando nuestro don (que es nuestra esencia o acto vital personal humano) es ya aceptado por Dios, nuestro crecimiento será intrínseco y sin culminación.

¿Cómo jugaremos?
Juan A. García me hizo una valiosísima indicación:
“Polo dice que en la otra vida cambiará el orden de los hábitos innatos, incluso hasta difuminar su distinción; porque la esencia se elevará al orden de la persona, al ser aceptada por Dios.
Esto nos acerca de manera muy análoga al Espíritu Santo. Porque en Dios el Don es persona; pero en la criatura siempre se distinguirán esencia y existencia, incluso cuando fuere elevada, porque no dejará de ser criatura, ni aunque participe de la vida divina”.

Entonces, digo yo, mi esencia (que es mi valor potencial) jugará un papel semejante (de manera muy análoga) al Espíritu Santo en la Trinidad.
Seré, en el Verbo, réplica de Dios, según como quiera, libremente, jugar o cantar (que también podemos llamar metalógica de la libertad).
Observen cómo al jugar se conjugan el crecimiento esencial y el crecimiento trascendental. (Virtud y Don).


Recapitulemos: El acto de ser personal (su ir cada vez más hacia Dios) crece de una parte como crecimiento absoluto en el orden del Origen (Dios lo eleva sin cesar. Es el Don de nuestro acto de ser personal o inclusión atópica en el ámbito de la máxima amplitud. Comunión).
Y por otra parte el acto de ser personal crece según su esencia. Ya sea disponiendo hacia abajo en esta vida o jugando en la otra.

La persona humana es además, siempre más. Inagotable. Carece de culminación.
Su crecimiento es irrestricto.

El crecimiento de la persona humana depende de Dios, (de su futuro o destino) y también de su "disponer". Es siempre, y también, esencial.

La persona se abre dualmente a los distintos temas, si quiere.
Ese "querer" es esencial.
Su esencia, su vida, es el "fruto" que Dios espera de cada uno.

Fue en septiembre 2012, en el congreso sobre Polo en Pamplona, cuando oí a don Ignacio Falgueras decir que la esencia, en la otra vida, estará por encima del acto de ser personal.
Me pareció una averiguación genial.
Parece ser, según el profesor Sellés, que Polo no estaba de acuerdo con esa tesis.
Pero pienso que se entiende con las aclaraciones que acabamos de hacer.
Quizá, en lugar de decir que la esencia estará entonces por encima, podemos decir que la esencia abre el juego.

En esta vida la esencia es manifestación (está por debajo), pero en la otra es la Vida, en el Espíritu Santo, la que rige.
Y nos arrastra.
Él va por delante.
Y nosotros aceptaremos su amoroso Cantar.

El acto de ser personal, la persona que soy, hace siempre pie en la esencia, hacia abajo (en esta vida) o jugando, como don en el Hijo (en la otra).

1.1.7 Retroalimentación de la vida.
La retroalimentación de la vida o la mejora de nuestro destino.
En este apartado, empezamos a seguir un orden inverso. En lugar de ir de Dios a las criaturas hablaremos de retroalimentación en el universo físico.
Y después, en los apartados siguientes estudiaremos la vida hacia arriba, hasta llegar a la Vida divina.

En el universo físico, para entender el acto vital, que en este ámbito llamamos praxis, y distinguirlo de la kínesis, que es el movimiento de los seres sin vida, la noción clave es la de "retroalimentación", que regula el crecimiento propio de ese ser vivo.

Retroalimentación significa que el ser vivo se alimenta hacia atrás, es decir, nutre (o adapta o regula o mejora) su forma inicial con nuevas informaciones, que le permiten mejorar su actividad.
Noten ustedes el valor de las “informaciones”, pues nos deja entrever que un ser vivo es “relación”.

En la kínesis rige solamente la causa eficiente, según el orden ya fijado en el universo.
En la praxis vital, sin embargo, el movimiento modifica el entorno y esos cambios retroalimentan, adaptan, regulan y mejoran la forma inicial, el programa de vida del viviente.

En el caso del movimiento vivo, además del orden del universo, rige otro orden, el de la causa final propia de ese ser vivo, el orden o plan propio de ese viviente. No es una causa eficiente extrínseca, sino intrínseca a su causa formal. En estos casos, la causa formal está viva, es alma.
La praxis vital es un movimiento que se autoregula, según su alma.

(Me permito avanzar que para la persona, su destino es como el alma de su ser, y demostraremos que nuestro destino puede mejorarse, porque al contrario de los seres sin espíritu, mi destino está en mis manos).

Genéticamente, el ser vivo posee de entrada, naturalmente, una información, es una naturaleza específica, principio de operaciones, pero en la medida en que se ejecuta su programa informático, la información primitiva se modifica o adapta o regula o mejora, según el fin propio de ese ser vivo : yo soy elefante, y yo soy mosquito, y yo hierba del campo.

La causa final o fin propio del ser vivo es ese programa de crecimiento hacia su fin, posible gracias a su poder de autoregulación.

Ejemplo: supongamos que el programa de ese ser vivo manda que surjan tres pezuñas en las patas, pues bien, cuando han aparecido las tres, hay una información hacia atrás (retroalimentación) y la producción de pezuñas se interrumpe.

La forma de los seres vivos está, pues, en cierta medida, indeterminada. Se va determinando no sólo con movimientos o cambios continuos (como el agua que sale continuamente de la fuente. Eso sería  la noción de causa eficiente) sino con cambios discontinuos, pues las órdenes dadas se interrumpen y aparecen otras, plegándose a un orden, a un fin, que está ya contenido implícitamente en la forma inicial (en los genes y en una información que los biólogos llaman "información epigenética").

Forma inicial, alma, que se explicitará según un orden, según la causa final (y esa explicitación u orden superior es lo que llamamos hiperformalización, (que es limitada en los seres no espirituales).

No todo está determinado, explícitamente, de entrada. Aunque en los seres no espirituales la explicitación tiene el tope de su naturaleza. No existirán los superelefantes.

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Pues bien, en los seres vivos libres, la causa final no está cerrada como en los mosquitos o en las víboras.
(En realidad más bien que causa es “intención”, porque el alma, aquí, es libre).

Al estar abiertos siempre por dentro (libertad), pueden aparecer ante nuestra alma (estamos incluidos en el ámbito de la máxima amplitud) posibilidades inéditas. Sorpresas.
Nuestros padres no nos transmiten solamente un código genético, sino que en la medida de su amor (en la medida de su querer) están también en el origen de la aparición de nuevas posibilidades. ¿Cómo es esto posible? Pues porque ellos también están abiertos por dentro. Tienen comunicación con Dios. Y en Dios somos vasos comunicantes. Vivimos en comunión.

Intentaré explicarme: si mi madre es hacendosa, yo podré serlo, no solamente por tener el gen de la hacendosidad, o por haberme criado en un hogar donde no se pierde el tiempo, sino porque desde el interior de mi alma aparece clara, la luz o las ganas de trabajar. Es una “aparición” extracósmica, que viene de la intercomunión.
Libremente puedo apagarla o desoírla, pero en cualquier caso, procede también de mi madre. Y de mi padre, y de los que me quieren (mi Ángel). Así obra, a mi entender, la Providencia.

Ese “interior de mi alma” no es físico. Es una posibilidad del alma que se enciende en la relación o comunión con mi madre. No todos los niños, en un hogar hacendoso, se vuelven trabajadores, pero el ambiente retroalimenta una nueva luz, la luz del trabajo. A esa transmisión de virtud podemos llamarla transmisión trascendental. Su posibilidad estaba ya en mi ser, en cuanto ser abierto, pero no había aún aparecido. Aparece gracias a la oración de mi madre.

El fin de mi vida no está cerrado sino abierto por dentro, inserto en la red de la familia humana.
Algunos la llaman, a la red, comunión.

La vida humana, en tanto que don trascendental, también se nutre, como la vida física, hacia atrás, es decir, en la medida en que alcanza las nuevas posibilidades que su Réplica le ofrece. Entonces puede libremente ratificarlas. Es verdaderamente "vida", que crece dentro de las relaciones personales de la familia trascendental que es la humanidad.

Es mi Réplica la que rige,  al igual que rige la causa final propia de los seres vivos del universo físico. Pero en mi caso sin estar determinada, pues soy libre. Rige, si quiero.

Empezamos a vivir cuando Dios nos crea personas: seres capaces de incorporar (esencializar) perfecciones.  Nuestros padres nos dan, con Dios, su localización en el universo físico, pero también, y esto no es comprensible sin la noción de réplica, la "posibilidad" de inspirarse en la realidad, como ellos, a su modo. Por eso podemos decir que nos dan "su vida", pues gracias a ellos, podemos inspirarnos como ellos.

Insisto en que el problema más importante a resolver es el cómo se transmiten esas "posibilidades" o dones, de padres a hijos.

Por ejemplo, mi madre habla con Dios, a solas, con facilidad. Y también con los ausentes, con sus hijos.
Yo tengo también esa posibilidad, de inspirarme como ella. Posibilidad que no es física y que puedo libremente ejercer o no.
No es una posibilidad que heredo genéticamente, sino en la medida en que mi madre "quiere" transmitirme su vida.
Ese "querer" no puede ser eficaz físicamente, sino trascendentalmente, si forma parte de mi "réplica" (mi Réplica es, claro está, el Verbo, que conoce y crea el querer libre de mi madre).

Las virtudes no se transmiten solo genéticamente sino también libremente a través de la réplica de cada persona, en la medida en que padres e hijos quieren.

Del mismo modo que, abandonando el límite mental, alcanzo o me abro a mi réplica, al hijo que soy en el Hijo, también puedo alcanzar lo que mis padres o hermanos o amigos (o santos) me transmiten por la comunión.

María muere con Jesús, compadeciéndose. Al ser mi Madre, yo tengo también esa posibilidad de compadecerme como ella.
Y tengo esa posibilidad también porque Ella quiere darme la felicidad. Ese querer de María forma parte de la Providencia.
Es el amor de la madre y del padre el que favorece la aparición de esas posibilidades.
De ahí que podamos decir que yo vivo (en el Verbo) la vida de mi madre, al manifestar lo que ella manifiesta o manifestaba o podría manifestar.

Entiendan ahora que la vida trascendental funciona como la vida biológica en el sentido de que también aquí rige la  retroalimentación. Nuestra vida trascendental, el don que ofreceremos a Dios, se alimenta hacia atrás, es decir, nutre (o adapta o regula o mejora) el Plan inicial de Dios para mí, mi Réplica, con el concurso de las demás vidas humanas, todas ellas activadas en el Espíritu Santo, que es el orden, siempre nuevo, del Amor.

Es mi Réplica la que se autoregula, tirando de mí hacia dentro,  cual llama divina, si quiero, y gracias a los que me quieren.

No todo está determinado, explícitamente, de entrada.
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Corolario divino: En Dios hay también Vida, retroalimentación.
Puede sonar extraño hablar así, pero pienso que la retroalimentación le permite amar más, es decir, ser más libre. Manifestar más su Amor al Hijo.
El Amor es el Origen (no estoy diciendo que Dios cambie, sino que Dios es así, Amor).
La libertad de Dios es también afirmación autónoma del Bien. El Hijo es engendrado necesariamente del Padre, pero el Espíritu Santo procede de los dos amorosamente, es decir, libremente. Dios es libre para amar.
Su amar “más” forma parte de su llama.
La llama tiene en su interior el parpadear…
Siendo, originariamente, crecimiento absoluto intrínseco sin culminación.
Dios es Vida.
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1.2.0 La vida (tras haber llegado a la retroalimentación en el mundo físico comenzamos nuestro ascenso: la vida de abajo a arriba)

1.2.1 Vida física
¿Cómo aparece la vida en el universo físico?

La aparición de la vida en nuestro universo no se puede explicar, hoy día, genéticamente.

No sabemos cómo es posible que un organismo sea eso, un organismo "organizado" para retroalimentarse y crecer.
No sabemos cómo puede aparecer un "principio" que organice la materia unitariamente como ser vivo, como ser que crece desde sí.

Pero lo cierto es que en el universo nos encontramos con formas que, además de informar a la materia, la organizan con un movimiento intrínseco, ordenado al crecimiento y a la reproducción. El principio de este movimiento es una causa eficiente, no exterior a esa forma, sino intrínseca a ella para autoperfeccionarse.

No existe un gen que determine: ¡ahora te organizas! La investigación debe dirigirse a encontrar el porqué del funcionamiento sistémico de los seres vivos.

La vida es una causa formal (una ameba, por ejemplo) unida a una causa eficiente, intrínseca a esa causa formal (la causa eficiente es el movimiento que le permite alimentarse, crecer y reproducirse).

Una explicación plausible es considerar que en el universo físico existe una potencia evolutiva que permite la vida.

La evolución potencial quizá se podrá explicar si se entiende el código genético mejor de cómo se conoce hoy.
Pero ya hemos dicho que hoy por hoy no existe una explicación genética de esa aparición.


La teoría de la evolución podrá explicar la aparición de nuevas especies vivas. Es un problema abordable.

Pero la aparición de la vida en general ya no es un problema evolutivo y hay que afrontarlo de otra manera.

La vida en general, en el universo físico, exige que aparezcan causas eficientes intrínsecas a las formas o causas formales, que muevan sistémicamente la estructura formal haciendo que sea "organismo vivo".

No se trata solamente de modificaciones o reduplicaciones genéticas. En el orden del Universo físico debe aparecer una "novedad" intracósmica.

¿En qué condiciones aparece? ¿Es suficiente que exista agua en una galaxia para que aparezca la vida? No es un problema estrictamente evolutivo. Es un hecho que suscita la admiración ¿no creen?

Para que del agua surja la vida no se necesita solamente "tiempo" para que las moléculas se ordenen, sino que en el universo exista ya la posibilidad de que se organicen.

La teoría de la evolución no puede explicar cómo surge la vida por primera vez, sino solamente cómo aparecen especies vivas diferentes.

La vida no depende del movimiento sino que la vida es causa del movimiento. La vida es anterior al agua. Esto es lo admirable.

De esto habla Polo en "Ética". Hacia una versión moderna de los temas clásicos. 2ª edición. Unión Editorial. p. 58.4

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No pasa lo mismo con la novedad que es la aparición de la inteligencia humana. Aquí aparecen novedades no previstas, que no dependen de las condiciones iniciales: la posesión de ideas universales exige un quién que las "posea". La inteligencia no tiene base orgánica, aunque para manifestarse humanamente haga pie en el cuerpo.

Ese quién, que se manifiesta, es también novedad.

La genética evolutiva puede describir (e incluso podrá un día explicar científicamente) el proceso de hominización que permite manifestarse al quién humano, a la persona. Pero la persona es extracósmica.

¿De dónde viene? Los cristianos decimos que de Dios. Cabe, sin embargo, simplemente calificar el Origen de "divino", al estilo deísta.
¿Cómo acceder al Origen?  Es el tema de la llamada teología natural.

En cualquier caso, el filósofo no debe desentenderse del asunto más alto. Es teología filosófica.

1.2.2 Vida según Yepes
Traigo ahora a colación un texto de Ricardo Yepes sobre la vida según Aristóteles, sencillo y esclarecedor.
Los polianos debemos mucho a Ricardo Yepes.
En su libro de introducción a la antropología, nos dice que vivir es un modo de ser.
Vivir es ser, para los seres vivos.

Y recuerda las cinco características aristotélicas de los seres vivos:

1. Tienen automovimiento. Lo vivo es aquello que tiene dentro de sí mismo el principio de su movimiento.

2. Tienen unidad. Es cierto que las piedras también tienen unidad, pero su unidad es menos valiosa (se cuentan pesándolas). El ganado, sin embargo, se cuenta por cabezas.

3. Tienen inmanencia. In-manere es permanecer dentro, quedar dentro. Las acciones inmanentes son aquellas cuyo efecto queda dentro del sujeto. Los seres vivos realizan operaciones inmanentes con las que guardan dentro de sí: comer, leer, dormir. Las piedras no tienen dentro.

4. Se autorealizan. Vivir es crecer. Hay un plan que se va realizando (un despliegue, un crecimiento). Los clásicos llamaban telos al fin, perfección o plenitud. Lo vivo camina y se distiende. Hay un ir realizándose a lo largo del tiempo.

5. Tienen un ritmo cíclico. El despliegue se realiza a base de ritmos repetidos. Se empieza una y otra vez. El movimiento se repite. Pero se repite con armonía: hay un orden entre cada parte del todo, y el todo forma una unidad (la unidad de la vida) (el universo no tiene un movimiento lineal como decían los racionalistas y la física clásica -teoría de la relatividad-).
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Aristóteles tiene dos nociones que han ayudado enormemente a comprender la vida: la noción de enérgeia y la noción de coactualidad.

Genara Castillo, en Studia Poliana 5, tiene un artículo en el que presenta los aportes y límites de la filosofía aristotélica, vistos polianamente. En la página 112, explica cómo se debe a Aristóteles el descubrimiento del acto como enérgeia.

Acerquémonos aquí a la noción de enérgeia:
Aristóteles considera tres sentidos del acto : kínesis, entelécheia y enérgeia. (Al desconocer la creación, no descubre el acto de ser).

La kínesis es el movimiento físico. (Aunque los movimientos físicos no son propiamente actos, sino procesos).
La entelécheia es la forma, considerada estáticamente.
La enérgeia es la operación inmanente. (Que puede ir unida o no  a un movimiento transitivo).

La operación inmanente posee "ya" su fin. Cuando vemos estamos viendo. No es que vayamos a ver, es que "ya" vemos. El ser vivo posee ya un programa que desarrollará según las condiciones materiales se lo permitan. No está regido solamente por la causa eficiente externa, sino que tiene "vida".

1.2.3 Los grados de la vida
¿Tiene grados la vida?
Sí.

Los grados de la vida, esquemáticamente, son tres:
vida vegetativa
vida animal
vida humana

Ahora bien, la vida humana no es solamente un "grado" superior de vida biológica, ya que es la manifestación de una persona humana, y por tanto, libre.
La vida en el universo físico no es libre.

La vida humana, creación segunda de Dios, es respuesta a su llamada inicial. Llamada a vivir en el ámbito de la máxima amplitud (por eso es libre).

La fe sobrenatural nos revela una "vida eterna".
Este tema no es, sin embargo, exclusivo de la teología sobrenatural. Naturalmente, según el plan de Dios, podríamos abrirnos a esa vida gracias a nuestras innatas aperturas transcendentales.

Sin embargo, como el pecado es el error peculiar de la libertad, solos no podemos introducirnos en la felicidad, necesitamos una nueva intervención divina para salvarnos de la muerte segunda.
Esta nueva intervención, gracia sobrenatural, nos introduce en la vida eterna, en la que Dios acepta el don de nuestro trascendental personal "amar".

En Dios, la vida eterna pienso que hay que referirla al Espíritu Santo: el Don que en cuanto vínculo amoroso se llama Amor (vínculo de Comunión). Aunque Vida es un atributo divino operativo, inmanente, aquí la considero, es una propuesta, no como atributo divino, sino como Tercera Persona.

En Studia Poliana nº 7 hay un artículo de Gabriel Martí, que habla de la sempiternidad de Dios.

De Ana Marta González aprendí que Dios es la máxima vida. Dios es el Ser, la Identidad, Acto puro, Origen activo. Dios es la máxima vida, la Identidad activa, la Unidad de riqueza infinitamente armoniosa, simplicísima.

En su último libro de Epistemología, don Leonardo dirá:
“Una segunda interpretación de la vida post mortem es pensarla como una duración sin fin. Es claro que de esta manera sería intolerable, aunque en ella se multiplicaran los motivos de felicidad propios del mundo terreno, como se pretende en el islamismo.
La expresión “vida eterna” intenta evitar ese motivo de desesperación. Así pues, la eternidad no es una duración interminable, un continuo sucederse de los días, sino el sumergirse en el océano del amor infinito en el que ya no hay antes y después. Quizá en la idea de la muerte eterna de los condenados se nota que la falta del amor infinito hace insufrible la eternidad”.

1.2.4 Vida no espiritual
¿Qué es la vida para una planta o para un animal?

Los seres vivos del universo físico, las plantas y los animales, están compuestos de materia, forma y causa eficiente "intrínseca".

Su forma está unida a un automovimiento que es precisamente esa causa eficiente "intrínseca".

Esa "forma con automovimiento" es lo que llamamos “vida” en el universo físico.

En esta vida física no hay libertad.
La libertad es espiritual.
Solamente el espíritu introduce en el tiempo físico la libertad, añadiendo novedades.

El aforismo clásico dice que "la vida es el ser de los vivientes".

Cuando hablamos de la vida en el universo físico, tendríamos  que cambiar el aforismo diciendo: vita viventis est essentia.

La vida es la esencia en cuanto que la esencia denota perfección. El ser del universo físico se despliega según su tetracausalidad esencial. En su seno aparecen formas con automovimiento que embellecen la naturaleza.

Cuando hablamos de la vida en general, en el universo físico, tendríamos que decir que la vida es actividad esencial dependiente del acto de ser del universo. Autoperfecciones contenidas en las condiciones iniciales de la creación.
Es asombroso ver a un perro ladrar o a un mosquito picar o a una mariposa revolotear. Y no digamos, a una rosa inspirar.

La vida es un acto superior. Una perfección rica en contenido.

Se le puede aplicar, con Aristóteles, el término enérgeia. También se le puede llamar inmanencia. Es automovimiento.
En el universo físico "causa eficiente intrínseca", concausal con una causa formal.

Para que un ser vivo aparezca en la evolución del universo físico es necesaria la unidad de sus cuatro causas. La unidad es “esencial” para un ser vivo. La causa eficiente intrínseca a la forma no puede faltar. Su despliegue obedece al orden o causa final del universo, y necesita de la causa material y formal, condiciones para su eclosión.
Una abeja no aparece por casualidad, sino por tetracausalidad, mucho más si es una abeja reina.

La forma del ser vivo, físico,  su alma, que es como una torre de control (que rige la tricausalidad propia de estos seres vivos materiales) aprovecha los cambios del entorno, las informaciones que le llegan, para mejorar su programa, aunque ciertamente no puede mejorarlo más allá de lo que se lo permite el orden ya determinado en el universo (que también se llama causa final).

A ese aprovechamiento podemos llamarlo, en cierto modo, "hiperformalización". (A no confundirla con la hiperformalización de las personas pues los seres meramente físicos no pueden ir más allá de lo que les permite su naturaleza. El gusano, a lo más, puede ser mariposa).

Sin embargo, tenemos aquí una pista para entender la evolución de las especies. En efecto, el orden del universo físico creado por Dios, incluye la posibilidad de la aparición de nuevas especies, cuando se dan las condiciones materiales y formales. Entonces la denominada “hiperformalización” puede dar un salto a una forma distinta.
Es verdaderamente admirable ver a un castor trabajar, y a una oveja huir del lobo.

Crecer es así más que durar, más que seguir siendo o simplemente progresar. Crecer es perfeccionarse.

El ser vivo es una unidad, una forma, una estructura, una torre de control que aprovecha otras formas, apropiándoselas, actualizándolas en su interior, elevándolas al incorporarlas a su propia vida.

Por ejemplo, cuando llega la primavera, se abre la flor.

 

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1.2.5 Crecimiento del ser personal

Veamos ahora cómo crece, cómo vive, el ser personal.
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Lo más asombroso al mirar a la Naturaleza es que, en el caso de la vida "humana", ya no rige sólo el orden del universo físico (la causa final).

El alma humana no es como el alma de plantas y animales. No es solamente una causa eficiente intrínseca, componente de la tetracausalidad. El alma humana es, además, esencia manifestativa de una persona viva.
Persona que interviene más o menos libremente, (más o menos libre según sus virtudes),  en la toma de decisiones que van más allá del desarrollo biológico (aunque también pueda mejorar inteligentemente su duración, si decide, por ejemplo, seguir la dieta mediterránea).

¿Por qué? Porque como el acto de ser humano es "extracósmico", la persona aprovecha los cambios introduciendo novedades del otro mundo. No solamente para durar más o reproducirse mejor, sino para "dar" más amor.

Yo "sé" quién es el Creador de la flor.

El conocimiento más allá de los sentidos, el querer más allá del instinto… todo eso es crecimiento de la vida "humana".

Y ese crecimiento no tiene límite, es irrestricto. Es "extracósmico".
Y no solo crece esencialmente, sino que el acto de ser también crece.

Los actos de ser de los ángeles y de las personas humanas, pueden crecer irrestrictamente, si quieren, y en la medida que quieren, en dependencia y hacia el Origen, hacia su Réplica.
Ese crecimiento es vida y puede manifestarse esencialmente como vida en cada ser espiritual.
Habrán notado que hablo de vida del acto de ser y vida de su esencia. Crecimiento trascendental y crecimiento esencial.

Y en ambos casos, su riqueza es mayor distinción, realmente activa, hacia la unidad. La Unidad es la Gloria de Dios, crecimiento Originario.

Las personas creadas son también vida “trascendental”, que consiste en el crecimiento de su ser (de su acto de ser) hacia Dios, aunque también sus esencias, (sus vidas), son vida,.

Crecimiento hacia Dios u ofrenda de su ser a la gloria de Dios.

¿Cómo ofrece la persona su vida (su vida trascendental y su vida esencial) a Dios?
Adam Solomiewicz, ya lo dijimos pero no está mal insistir, propone distinguir en el trascendental personal “amar” o amar personal, dos estructuras amorosas, una de ellas es el don que la persona ofrece a Dios, su vida esencial.

Y la otra, anterior ontológicamente, es el don del ser personal que Dios otorga y la persona acepta.
Ese “ser personal como don” es también vida, crecimiento, que podemos llamar vida “trascendental”.

En este caso, esa actividad no es propiamente “esencial” y entonces no serviría decir que la vida es la actividad “esencial” de los seres que se mueven a sí mismos.

Tendremos que decir que la vida es el crecimiento que el ser se da a sí mismo, al responder al don de Dios.
(Distinción, realmente activa, en la unidad, dijimos con Falgueras).

 

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1.2.6 Vida recibida
¿A qué llamamos "vida recibida de nuestros padres"?

Antes que nada conviene señalar dos distinciones: la distinción entre viviente y vida y la distinción entre vida recibida de los padres y vida añadida por cada persona.

Veamos la primera distinción:
El viviente humano es el acto de ser personal, que Dios crea directamente, libre, inteligente y amoroso.
Dios no lo abandona al crearlo y llamarlo, sino que insiste, manteniendo su llamada, dándole un crecimiento trascendental que la persona acepta al ser creada y que debe ratificar con el don de su crecimiento esencial.

La vida humana, en tanto que don a Dios como respuesta a su creación, es la manifestación del viviente,  la esencia de cada hombre.
Esta vida depende del viviente, es manifestación del viviente, que siendo siempre además, al ser libre, se autodetermina.

Y ahora la segunda distinción: vida recibida y vida añadida.

La vida esencial humana es dual: la dualidad constituida entre la vida recibida y la vida añadida.

La vida recibida de los padres comienza cuando una naturaleza física  (la primera célula) es apta para ser "esencializada" por la persona naciente.
No olvidemos que una naturaleza física es materia + forma sustancial + causa eficiente intrínseca.
La primera célula viva deviene "humana", deviene vida recibida, cuando es concebida, cuando es apta para ser "animada" (43 cromosomas), en el instante de la concepción, y no antes. Es ése el momento de la creación por Dios de una nueva persona y de su vida esencial "humana" (tanto recibida como añadida).

La "vida añadida" es el miembro superior de la dualidad (se le puede también llamar vida espiritual, alma humana o yo humano).
La vida añadida es lo que aporta la persona, cada nuevo acto de ser personal. Lo que era una sencilla naturaleza física (una sencilla primera célula) se convierte en manifestación de una persona humana, que se inspirará en la materialidad del universo físico e irá esencializándolo, haciéndolo su mundo, en la medida en que crezca esa vida.

Por lo tanto tengamos claro que no hay vida añadida sin vida recibida. Y no hay vida recibida sin vida añadida.

La "vida recibida" de nuestros padres es el miembro inferior de la dualidad, concretamente, las condiciones iniciales de cada persona.

Y la naturaleza humana es precisamente el carácter inicial de la dualidad de la vida esencial humana, esto es, un ser vivo "humano", abierto por dentro (libre para amar) y por fuera (capaz de inspiración).

¿Es intracósmica la vida recibida de nuestros padres?

La vida recibida de nuestros padres es solo hasta cierto punto intracósmica, porque en tanto que vida de una persona es extracósmica, libre, al depender de la persona que es.
Y lo es desde el momento de la concepción, cuando la persona es creada, cambiando instantáneamente la naturaleza de la primera célula, que será, desde entonces, manifestación de la nueva persona.

Insisto en el hecho de que nuestros padres no nos dan una vida sencillamente biológica.

Nuestros padres nos colocan en el mundo, sí. La vida recibida de nuestros padres nos inserta en el despliegue del universo, sí. Es cierto que el despliegue del universo físico es "necesario",  todo esto es estrictamente intracósmico, como la vida de un cachorro,  pero en el hombre, su cuerpo y cada carácter genético servirá  de inspiración para "añadirse", pues ya es una persona.

Noten que el hecho de proceder de dos personas humanas apunta ya a lo metacósmico. Los padres no se limitan a arrojarnos al mundo. Cada hijo, en la medida en que la cocreación es humana, es fruto de un plan amoroso.

Cada niña y cada niño se inspiran para crecer no solamente en sus genes, o en su entorno físico, sino sobre todo en su hogar. Porque al estar abierta por dentro, las personas entran en relación con las vidas de las demás personas, especialmente con las de sus padres.
El ser personal no solamente aporta la relación libre con Dios, sino también la relación libre con los ángeles, los santos, los padres y todas las personas (también con el demonio).


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La vida intracósmica se explica filosóficamente como una interrelación de causa formal, causa eficiente y causa final.

En cuanto forma o causa formal es una información.

En cuanto causa eficiente, es movimiento que retroalimenta la forma, actualizando nuevas formas, ya contenidas en la forma, pues aparecen según un orden o causa final.

Todo eso va incluido en la vida recibida de nuestros padres.

El principio próximo de esta vida intracósmica es la forma (alma) que se puede comparar a una torre de control, pues contiene un código genético que regula, sincroniza y dirige los procesos vitales, permitiéndole crecer.

Y lo más interesante es que esa torre de control, esa alma, esa forma, se hiperformaliza aprovechando los cambios. Pero atención, esta hiperformalización no puede ir más allá de las posibilidades contenidas en la causa final u orden del universo físico.

Es cierto que podemos hablar de un "discontinuo", o una epigénesis,  porque los cambios temporales ponen en marcha nuevos procesos contenidos sólo como posibilidades en el programa genético. Posibilidades “contenidas”.

La vida recibida de nuestros padres es ciertamente física, intracósmica, como la vida que reciben los animales.

Sin embargo, lo peculiar de la especie humana es que esa vida biológica es apta para manifestar la vida añadida por cada persona. De ahí que la hiperformalización del alma humana va más allá de las posibilidades contenidas en el orden del universo físico. El crecimiento espiritual es irrestricto.

Nunca existe una vida biológica humana estrictamente intracósmica.
Si es humana, pertenece a una persona. Aunque el aborto la deje inédita (por un tiempo).

La vida humana es una dualidad: vida recibida de nuestros padres más vida espiritual añadida por la persona humana a la que pertenece.

1.2.7 Coactualidad
La coactualidad es la noción que mejor expresa la riqueza de la vida. Tanto de la vida en su dimensión “esencial”, como en su dimensión “trascendental”. Veámoslo en detalle hasta llegar a la coexistencia trascendental.

En mi vida (esencial) aparecen, armoniosamente entramados, todo tipo de actos: kínesis, entelequias, energeias (praxis de la voluntad, praxis perfectas de la inteligencia, hábitos) y hasta sonrisas.

Es mérito de Aristóteles explicar el "automovimiento", la operación inmanente, como "coactualidad de formas". Inmanencia.

Tratemos de explicar este punto importante que nos permitirá entender la noción de hiperformalización o crecimiento tanto de la esencia como del acto de ser.

Polo llama coactualidad a la posibilidad de encontrar dos formas en acto simultáneamente. Por ejemplo, la forma de una facultad orgánica (como la forma del órgano de la imaginación) no se limita a informar la materia neuronal. Su forma es capaz de más. Es capaz de ser coactual con lo imaginado. Una forma así no es simple forma de la realidad física. Es una forma capaz de estar simultáneamente en acto con otra forma en acto.

(Otro ejemplo, la forma del ojo actualiza el órgano de la vista y a la vez actualiza el color). Hay una concurrencia de formas. Cuando se da la concurrencia, la forma del órgano de la vista es capaz de coactualidad.

Diversas potencias se coactualizan. Así el ojo está en potencia de inmutarse con la luz pero también está en potencia de "ver" los colores. Soy capaz de “sentir” el color rojo, tengo el sobrante formal del rojo, que se ha actualizado cuando el rojo físico estimula la retina. Hay una relación forma-forma, una operación inmanente. Una relación que no es hilemórfica, sino morfo-mórfica, una concurrencia de formas.

El conocimiento comienza con la coactualidad propia a la presencia. El acto de conocer es coactual con lo conocido.
El conocimiento en acto y lo conocido en acto son un solo acto. Dicho acto es inmanente sin más. El noeí kai nenóeken háma to autó: lo mismo y simultáneo.

La conmensuración conocer-conocido implica el simul, la coactualidad del acto de conocer y lo que se conoce, e implica también que no hay más acto que conocido ni más conocido que acto.

Una forma en relación con otra forma no es simplemente una estructura orgánica. En todo caso, una correlación entre formas puede llamarse “morfo-mórfica”, pero no hilemórfica. Una relación morfo-mórfica no es un cuerpo, sino una coactualidad. Dicha coactualidad requiere una operación inmanente.

Pero por encima de la actualidad de la operación intelectual, el intelecto personal que somos, piensa que piensa: hábitos del conocer.
La actualidad (coactualidad de conocer y conocido) es superada por la coactualidad del ser personal que conoce que conoce, con la coactualidad de la presencia.
Polo descubre así que el ser personal es co-ser, co-existencia.
Co-existencia con el universo físico, abierto por dentro, y abierto hacia Dios.

El intelecto es llamado por Polo intellectus ut co-actus.

La vida ya no es solamente, como la vida de los animales, inmanente sino trascendente, ya que es coactualidad entre el ser personal y los otros seres.

El profesor Juan A. García aclara: y si, a más a más, los actos que son coactos son actos de ser (y no solamente formas) entonces rige la coexistencia.

En efecto, es mérito de Polo aplicar al co-ser de la persona humana la coactualidad, descubierta por Aristóteles para explicar el automovimiento de la vida.

Ya lo hemos avanzado al citar el "intellectus ut co-actus", pues la persona humana co-existe con el acto de ser del universo y con los actos de ser de las demás personas.


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1.2.8 Crecimiento de la vida.
A más unidad, más vida.

Recordemos la introducción de nuestro estudio:
Lo que caracteriza a cualquier ser vivo, y en primer lugar a Dios es su unidad autoactivamente coactual.

Dicho de otra manera, la vida es la permanencia de la distinción de actos, en la unidad creciente. A más riqueza de actos, en unidad, más vida. A más permanencia de la distinción, más vida. A más distinción, más vida.
Falgueras propone entender la vida, según Polo, como una distinción, realmente activa, en la unidad.

¿Qué es entonces la unidad de la vida?
La unidad de la vida es el conjuntarse de sus dimensiones.
Su mutuo redundar y su reforzamiento mutuo.
Siempre más.
Siempre más hacia la Unidad divina.
Crecimiento irrestricto.

1.2.9 La consumación.
La “consumación” es el encuentro definitivo con Dios.

La co-existencia se consuma cuando el don es aceptado por Dios.

Por ejemplo, en el caso del inteligir personal, no cabe que la verdad (o desvelamiento del ser) tenga un carácter termi­nativo, sino que ha de dar paso al canto. Ese canto es la consumación: la persona puede cantar la verdad, y cuando la canta la transfigura en canto.
La verdad así adquiere una realidad oferente, donal, cuya consumación es imposible si no existe otra persona.

Cuando Dios acepta nuestro canto, nuestra verdad se consuma.

Polo llama consumación al término de la edificación de la propia vida terrena (al ser aceptada por Dios).

La vida se edifica gracias a la virtud, que articula el curso de la vida y se ofrece como amor, como don. La vida culmina en su consumación, al ser aceptada.

Polo usa el término "virtud" en singular (amor) porque, si bien la virtud es plural atendiendo a su riqueza, las virtudes se remiten entre sí y aisladas no son perfectas.

La consumación es el Amor. El encuentro.

La virtud, no lo olvidemos, guarda lo adquirido, es una disposición estable, es un acto más intenso.

Pues bien, en la articulación de la vida es la virtud de la esperanza la que, verticalmente, de arriba abajo, ilumina con la luz de la culminación nuestras acciones libres.
Espero firmemente que mi vida será aceptada por mi Origen. Por mi Padre.

Así crecemos.
Así crece nuestro don, con la esperanza de ser aceptado.

¿Cómo se agiliza la vida?

Esperando lo inesperado.

La filosofía griega es una filosofía de excelencia. La vida humana crece hiperformalizándose, gracias a la virtud. Podemos mejorarnos.

La filosofía cristiana va más allá, agilizando la vida.

El planteamiento cristiano es no solo hiperformal, sino hiperteleológico, pues su raíz es el otorgamiento amoroso de ambas partes: Dios y yo.
No solo espero ver a Dios. No solo me mueve la finalidad.
El amor puro trasciende la idea de finalidad.
No te quiero para mí, sino que te quiero a Ti.
En Ti la vida crecerá con lo inesperado. Dios es sorpresa.

La noción de hiperformalización sirve para notar que los vivientes mejoran su alma al vivir.
La persona no solamente se hiperformaliza al crecer sino que se hiperfinaliza. Mejor hablar de hiper-teleologicalización o hiperfinalización.
No puedo pensar lo que Dios ha preparado para mí.

La persona no es sólo capaz de mejorar su vida, sino que la agiliza cuando abre el horizonte añadiéndose a su Origen amoroso.
La persona es capaz de dar la novedad de su canto, agilizada por el encuentro con la Verdad que la inspira.

Por eso la historia de los hombres es un tiempo, un crecimiento, hacia delante. Siempre podremos dar más.

Lo inesperado, al fin y al cabo, es que Dios muera por mí. Entonces, en cualquier situación podré adelantar la Parusía, recapitulando mi vida en el futuro.

Lean ustedes el artículo sabrosísimo de Leonardo Polo, “Tener y Dar”. Lo encontrarán en "Sobre la existencia cristiana" p. 130.3, y claro está, el tratamiento que Polo hace de la Parusía en su libro póstumo sobre la elevación.

 

1.2.10 Vivir en esperanza.

Tenemos nostalgia de futuro. Estamos orientados hacia la Verdad.

El hombre es capaz de novedad. Podemos encontrar lo inesperado.

Merecerías serrana, que te fundieran de nuevo, como se funden las campanas.

Con la noción de “alternativa” Polo indica que podemos encontrar modos de vivir mejor.

No sólo podemos inventar oportunidades para solucionar problemas, sino que, juntos, alcanzaremos, si queremos, cotas mejores de vida en común.

La cota más alta está más allá de la muerte.
En ella está la más alta alternativa: vivir para Dios o acceder a la segunda muerte.

Aprovechar el tiempo es descubrir oportunidades y encontrar alternativas.
La buena muerte es el mejor modo de ganar tiempo y poder recuperar el tiempo perdido.
La buena muerte es abandonarse en Dios, en esperanza.

1.2.11 El tiempo afecta al hombre.

El tiempo no es una realidad ajena al hombre que le afecte desde fuera.
El tiempo es una característica de las criaturas que indica su dependencia de Dios, de los demás y del universo físico.

Pero la dependencia es ganancia.

Gracias al tiempo el hombre descubre oportunidades y encuentra alternativas.

Puede por tanto vivir mejor, mejorar su vida, que no está determinada, como la vida animal.
Es en el tiempo donde ejercemos nuestra libertad, crecemos (o perdemos el tiempo).

Al fin y al cabo, la vida será el don que otorgaremos al Amor.
Vale la pena aprovechar el tiempo.

Hablar de tiempo es hablar de cambios, pues clásicamente el tiempo es la medida del movimiento (la medida de los cambios).
Don Leonardo ha estudiado con atención el tiempo (véase por ejemplo el artículo de Juan Fernando Sellés "La investigación poliana de los diversos tipos de tiempo" en Studia poliana 8, 282 , cuando hace una recensión sobre Nietzsche).

Polo describe entonces el tiempo en los seres creados como medida del análisis de la "persistencia" (para el universo físico) o medida de la manifestación del "además" (para las personas)

Las energías de nuestro ser (sea persistente o personal) son aprovechadas por el viviente para incorporar riqueza a su ser, para crecer. El ser crece "esencialmente" al aprovechar el tiempo. Y “trascendentalmente” al depender de Dios.

Vivir esencialmente es "organizar" el tiempo para sacarle provecho. Vive el que crece en virtud. En Amor.
Vivir trascendentalmente es ser elevado por Dios. Vive el que recibe ser de Dios.

Copio un texto de Polo :

"Considerar que uno ha hecho, ha progresado, o ha crecido lo suficiente; y decir ya me puedo echar a dormir, ahora ya no tengo nada que hacer, tengo tiempo sobrante, es detenerse.

Porque entonces ¿qué hago con el tiempo?, ¿qué puede hacerse con el tiempo si no se crece?

Pues no se puede hacer más que una cosa: divertirse, o aburrirse que es la antítesis. O entrar en un proceso de modas, que es una manera de intentar evitar el aburrimiento: la forma que adquiere el afán de divertirse cuando se ve amenazado por el aburrimiento; eso es vivir a la moda.

Pero no se puede vivir así: el hombre no puede vivir más que creciendo; no cabe el descanso".

Y crecer para la persona es anclarse más y más en el futuro indesfuturizable. Organizarse en vistas al Amor.
Así lo explica, más o menos Genara Castillo en “Planteamiento poliano de la constitución y desarrollo de la vida humana”. Studia Poliana nº 11,  p. 19.2

1.2.12 Evolución.

La aparición de la inteligencia dignifica al hombre.
Porque la inteligencia indica que ese hombre es dueño de sus actos. Es un quién, una persona.

Aristóteles no dijo que el hombre es animal racional, dijo otra cosa: que es el animal que tiene razón, que no es lo mismo, pues la razón es tenida por cada uno.

El biólogo que observa la evolución no puede explicar genéticamente ese "tener".

La inteligencia no es una propiedad (como la imaginación o los otros sentidos) ligada a cambios materiales.
La conciencia es un tener, que ningún robot u ordenador posee. Es una novedad en el cosmos.
Los grandes filósofos de la antigüedad calificaron su origen de divino.

La teoría de la evolución podrá explicar la aparición de las especies, pero no puede explicar (solo puede describir) el salto que está en el origen de la vida (al menos hoy por hoy no se puede entender genéticamente, quizá se consiga con otros paradigmas embriológicos).

Pero, sobre todo, la aparición de la novedad del "tener", que es la inteligencia, no puede provenir de un cambio físico. Es un "tener" que hace que el hombre sea dueño, que sea un quién al que llamamos persona.

Polo insiste: lo decisivo es que el animal que tiene razón (el hombre) es cada uno.

La conclusión es patente: según la inteligencia, cada uno de nosotros es superior a la especie biológica humana.

Es una dimensión importante de nuestra dignidad. No somos elementos de un mecano, sino que tenemos la vida en nuestras manos.

Un panal produce miel, pero la humanidad no produce pensamientos. El pensamiento es de quien lo piensa.

De esto habla Polo en "Ética". Hacia una versión moderna de los temas clásicos. 2ª edición. Unión Editorial. p. 57.4

Un detalle interesante : Llamamos evolución por cerebralización al cambio que se origina cuando, gracias al crecimiento de las neuronas libres, el cerebro puede manejar las manos, conectando las sensaciones de los sentidos internos (imaginación, estimativa, memoria), radicados en el cerebro, con el movimiento de los miembros.

Los homínidos dotados de un cerebro tan eficaz, en lugar de adaptarse al medio, por la fuerza de las cosas,  intentan modificar el medio.

Sin embargo, lo realmente decisivo en la hominización es la aparición de la inteligencia, cuyo origen no es el cerebro, sino unas potencias nuevas: la capacidad de dominio (tener y dar), que gracias a la conexión de esas nuevas potencias (espirituales) con el cerebro, dispondrán de lo conseguido por la evolución (la cerebralización). Ese "disponer" es la vida humana, que dispone de su mundo físico gracias a ese cerebro conectado con las manos.

La aparición de novedades en el universo  no nos debe extrañar.
La aparición de la vida fue ya una gran novedad, pues se pasó del movimiento físico puramente externo al movimiento inmanente: no es lo mismo una ameba que una gota de rocío.

¿De dónde viene la vida biológica? ¿Cómo surgió la vida de las amebas? Su posibilidad pertenece al orden del universo físico (podría existir en otras galaxias), pero hoy por hoy no podemos explicarlo genéticamente. Quizá un día, con otros paradigmas embriológicos, se consiga explicar. Más próximo se ve el día en que se pueda sintetizar.

¿De dónde viene la inteligencia humana? Aquí la novedad es aún mayor. Pues no se trata de un movimiento físico, sino de un tener "espiritual".
No ya un tener inmaterial (las imágenes inmateriales se dan también en los animales: un perro sueña; un pájaro "siente" hambre, aunque no se dé cuenta de que siente, al no tener conciencia concomitante).

El "tener" propiamente humano, espiritual,  consiste en hacerse otro. Acto de acto. Ha aparecido un "quién" que posee "conociendo". Ese "quién" podemos aplicarle sin miedo el término de "extracósmico", pertenece a la esfera de lo que ya los antiguos llaman divino.

La biología puede explicar el surgimiento de especies nuevas.

El término de la hominización, el aparecer de la inteligencia, que coincide con el comienzo de la humanización,  no se puede explicar así. En el hombre hay algo superior a su corporalidad viviente. No le basta la cerebralización.

1.2.13 La aceptación de mi vida por Dios.
¿Por qué es necesaria la vida, en cuanto actividad esencial, cuando nos bastaría, para ser felices, con la visión directa de Dios?

Porque somos humanos.

Al estudiar la antropología "trascendental" corremos el riesgo de pensar que "lo importante" es el conocimiento "trascendental".

Pero no hay conocimiento trascendental sin conocimiento esencial, pues somos humanos.
Y el conocimiento humano necesita de la vida de la esencia. No puede haber conocimiento trascendental, para el hombre, si no ejerce su actividad esencial (para el hombre la esencia es también su vida).

El hombre debe manifestar, disponer, iluminar, otorgar (todos estos verbos definen la vida humana) y, si quiere conocerse en profundidad, ponerse en condiciones de abandonar el límite mental.

También puede, claro está, contentarse con un conocimiento analógico de Dios y de sí mismo, como se ha ido haciendo a lo largo de la historia de la filosofía. Que es también actividad esencial.

El hombre no puede acceder a Dios sin ser hombre, sin actuar como hombre. Lo divino, para el hombre, es siempre humano. Por ahí va el famoso "valor divino de lo humano".

Nuestra mente no es pasiva; ha de ejercer una actividad para cualquier conocimiento. Y actividad esencial, vital, no sólo trascendente.

Los primeros principios, como cualquier otro inteligible, no llegan o se aparecen a la mente por una eficacia propia y exclusiva de esos principios.

Hemos de poseer y ejercer, cada uno,  la ciencia del conocimiento de Dios y de lo que Dios espera de nosotros (nuestra Réplica). Parte de esa ciencia es descubrir el modo de abandonar el pensamiento para conocer trascendentalmente.

Nuestra inteligencia entiende "formando". Es necesario acceder a Dios y al Nôus mediante un ejercicio metódico, científico, esencial, humanamente vital.

Esto no quiere decir que nuestra inteligencia "forme" la imagen de Dios o de nuestro Entender. Sino que debemos ejercer un método (actividad esencial) para acceder al conocimiento trascendental de Dios y de nosotros mismos.

También los místicos, para ver el Cielo, deben estar humanamente vivos.

Más aún. La presencia de Dios que el hombre puede alcanzar en su trabajo le exige introducir el límite mental, objetivar, vivir pragmáticamente. Debe olvidarse de sí (de sus filosofías, a no ser que sea filósofo) y concentrarse en hacer crecer su vida, que es su don.

Polo, no obstante, propone un método para acceder al ser.
No decimos que para ser felices (o santos) hay que ser filósofo, (las ciencias tienen, al fin y al cabo una gran utilidad para vivir) sino que la felicidad es imposible sin ejercer vitalmente el conocimiento (que es estudiado por los filósofos).

Esto lo aprendí de Juan José Padial, leyendo “El abandono del hogar y el alcance de la intimidad”. II Conversaciones de AEDOS. Unión Editorial. p. 88.

Terminemos pues, diciendo que en la Vida eterna, veremos a Dios cara a cara, pero en la medida en que queramos.

Es decir, en el Cielo, la esencia, la vida o actividad esencial, estará por encima de nuestro ser. Regirá a la Llama de Amor vivo. Jugaremos, con Ricardo Yepes, a lo que queramos.

Lubumbashi, 26 de junio del año de la pandemia 2020.


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