El mito del ascensor acristalado. 2 de octubre
de 2021.
Mc 4,
26 : Así es el reino de Dios, como cuando un hombre echa semilla
en la tierra; y duerme y se
levanta, de noche y de día, y la semilla brota y crece sin que él sepa cómo.
(Dios
me eleva aunque no me dé cuenta)
ÍNDICE
0. Objetivos de esta comunicación.
1. El ascensor acristalado. Mito para comprender mejor el crecimiento de la persona humana.
2. El ascensor sube, sin cesar, con un crecimiento intrínseco sin culminación. Este crecimiento es el Don de Dios.
4. Vida significa crecimiento. La vida humana es crecimiento desde Dios que cuenta con nuestra respuesta. Sin confusión, sin separación.
5. En el amar donal podemos descubrir el crecimiento en todas sus dimensiones.
6. Al subir hacia arriba intensificamos, si queremos, nuestra comunión con Dios.
7. Problemas en la ascensión. El pecado en el tiempo y en la eternidad.
8. La elevación del ascensor en Dios es continua para toda la humanidad. Sin embargo, cada persona vive la elevación en su tiempo personal. Es posible distinguir cinco elevaciones en cada persona.
9. “El ver y el mirar” desde el ascensor. Nacer destinándo.se.
10. La pantalla de lo sobrenatural en el interior del ascensor: anticipación del encuentro definitivo con Dios.
11. No estamos solos en el ascensor. Mi Réplica.
12. La salida del ascensor y llegada a la azotea.
13. El Cielo.
14. El Misterio de Dios
15. Apéndice sobre el sentido de la vida interior.
-------------------------------------------------------------0. Objetivos de esta comunicación.
2. Proponer o sostener que el acto de ser personal crece siempre. Y no
decrece.
Pero lo más interesante era que el ascensor,
inmenso, era todo acristalado, con grandes ventanas que permitían ver el
exterior, mirar hacia afuera, hacia
el mundo, aunque su finalidad principal no era ésa.
Aclaro que lo que llamo "estratosfera" es el más
adentro del adentro. Es el “hacia” Dios. Dios es más íntimo a nosotros que
nuestra intimidad.
La parábola o mito del
ascensor acristalado puede ayudarnos a entender mejor el crecimiento de la
persona humana.
Dios, cuando nos crea,
nos introduce en un ascensor acristalado. Y lo pone en marcha. Nos eleva sin cesar.
Si cerramos los ojos, no veremos el mundo, el Panorama, como lo ve Dios, según la altura de nuestro tiempo. Pues tenemos los ojos cerrados.
Toda la Humanidad creada está
creciendo en Dios, sí, ahora. Está siendo elevada, sin cesar, por Dios.
El crecimiento de las personas es una "elevación" hacia Dios (hacia la Unidad de la Vida de Amor).
Si queremos, la elevación nos permite ver cada vez mejor el Panorama.
Una aclaración: El crecimiento de la persona humana tiene tres dimensiones. De menor a mayor: crecimiento físico, crecimiento esencial y crecimiento del acto de ser personal. Sin confusión, sin separación.
Estas tres dimensiones se corresponden con tres distinciones antropológicas: cuerpo, alma y espíritu. Sin confusión, sin separación.
El crecimiento del cuerpo es natural, pero los demás y nosotros mismos podemos ayudarle a crecer.
El alma es, a la vez, forma del cuerpo y esencia o
manifestación de cada persona.
Se entiende así la unidad de la persona, pues el
alma hace de eslabón entre cuerpo y espíritu.
Pues bien, el crecimiento de la dimensión “esencial”, o manifestativa, de la persona humana es el poder “mirar” cada vez mejor el Panorama (el mundo), y el poder mejor mirar a las demás personas y ser mirados por las demás personas, pues estamos en el mismo ascensor (la naturaleza es común). Crecemos al mirar, al esencializar.
Al ser elevados, al subir en el ascensor,
podemos “mirar”, si queremos, viendo y queriendo cada vez más y mejor el mundo
y los otros.
Ese mirar más, no es otra cosa que nuestra
vida o crecimiento esencial (alma).
Intentemos ahora comprender, gracias a nuestro
mito, lo que es la dimensión “personal” del crecimiento, la dimensión más
profunda de nuestro crecimiento.
El acto de ser que somos,
crece al ser elevados, con toda la humanidad, hacia la “Unidad del orden del Amor de Dios”, hacia su Amor. Todos
vamos en el mismo ascensor. Vamos en comunión hacia la Comunión.
Incluso sin darnos
cuenta, "dependemos" más de
Dios, estamos más cerca de Dios. Somos más capaces de Dios. Es una vida (crecimiento)
trascendental.
Para darnos cuenta de ese
crecimiento debemos ponernos en condiciones de abandonar el límite mental,
nuestro pensamiento.
Haciendo pie en el
límite, podemos alcanzar el conocimiento de nuestro crecer personal.
Para darnos cuenta de ese crecimiento debemos
ponernos en condiciones de abandonar el límite mental, nuestro pensamiento.
Haciendo pie en el límite, podemos alcanzar a
conocer nuestro crecer personal.
Según don Leonardo, el crecimiento del acto de ser personal
es un crecimiento "intrínseco sin culminación", y equivale al carácter
de "además" (siempre más, además y además).
En la exposición del mito del ascensor acristalado,
proponemos y sostenemos que el acto de ser personal crece sin cesar. El
ascensor no se puede parar.
El profesor Sellés habla de un eventual decrecimiento
del acto de ser personal. A mi entender lo que puede decrecer es la
manifestación de la persona, que se puede caracterizar como una
“despersonalización”, pero Dios no se vuelve atrás.
Cuando decimos "elevación", hablamos de un movimiento que no cesa.
No se trata de que “estemos” elevados, sino que estamos siendo elevados.
"Elevación" en la Antropología trascendental poliana significa, a mi entender, dualidad ascendente: un miembro superior que tira hacia arriba del miembro inferior.
Es importante darse cuenta de que “elevación” es el elevarse incesante y actuoso. No es el “estado” de estar elevado, sino el abrirse en comunión.
Por eso sostenemos que el acto de ser personal no es "intensivo", si con ello queremos decir que es de un grado mayor o menor. No es intensivo porque siempre es "además", ademasea, o crece, sin cesar. En el acto de ser no hay “potencia” de crecimiento. El acto de ser es acto sin potencia. Actuosidad. No pasa de potencia a acto, sino que es acto sin cesar elevado.
(Lo que es “intensivo” es el mirar: vemos más o menos si abrimos los ojos y poseemos virtud).
Desde este punto de vista comprendemos que Salvador Piá se opusiera a hablar de crecimiento a nivel del acto de ser.
En su tesis doctoral, p.375, dirá que la noción de crecimiento no se debe atribuir al co-acto de ser (al acto de ser personal), como nosotros venimos haciendo.
El además no está en potencia de ser siempre más.
Se está en potencia de lo que no se tiene. No se está en potencia del acto de ser.
Se está en potencia, dice Piá, a nivel esencial.
Y concluye indicando que la noción de crecimiento, en la medida en que implica potencia, solo se debe atribuir, con propiedad, a la esencia humana.
Sin embargo, nosotros sostenemos que sí se puede hablar de crecimiento a nivel personal, siempre que lo entendamos como crecimiento intensivo sin culminación.
Es decir, como una elevación, sin detenerse, hacia la Unidad en Dios, hacia el Amor que es Dios, en Quien somos.
No somos potencia de Dios, pues siempre seremos acto en Dios, pero somos elevados desde Dios. Somos actuosidad hacia Dios.
El crecimiento del acto de ser personal no cesa. Equivale al carácter de "además" o actuosidad, que se distingue realmente de la persistencia (llamamos "persistencia" al acto de ser del universo material que, sencillamente, se "despliega"). Podemos cerrar los ojos y el universo persiste, sigue tras los cristales de nuestro ascensor. (El cuerpo también crece, aunque no lo pensemos, aunque no lo queramos).
El crecimiento del acto de ser personal también se distingue de la segunda dimensión del crecimiento humano, es decir del crecimiento de la vida o esencia humana (la esencia humana, repito, es la manifestación libre del "además", es el mirar).
La actuosidad (el carácter de además) nunca cesa. Es sin culminación.
Lo que sí puede detenerse es su manifestación libre, cuando, subiendo el ascensor, cerramos los ojos o desviamos la mirada o cometemos torpezas.
Dios eleva, pero podemos "no querer".
Contrariamente, si la persona es dócil, y abre los ojos con atención y es generosa…, servirá a la manifestación del favorecer de Dios a su criatura libre.
(No olvidemos que en cada dualidad, el miembro superior "favorece" al inferior y el miembro inferior "sirve" al superior).
Si, según su esencia, la persona se niega libremente a servir, la elevación queda inédita. (Esa negación es el error peculiar de la libertad, también llamado pecado o mentira).
Conclusión: ¿Qué es el crecimiento intrínseco sin culminación?
No es otra cosa que la elevación por Dios de la persona humana. Elevación que no cesa. Inclusión hacia Dios, en Dios, si queremos. Es Don de Dios.
Esto no quiere decir que seamos conscientes de esa elevación. También estamos subiendo mientras dormimos. Estamos subiendo aunque cerremos los ojos.
Ahora podemos entender lo que llamaremos don de la persona (con minúscula). El don de la persona es la aceptación de su elevación. La aceptación del Don. Aceptación mediante su acción, mediante su esencia, mediante su disposición.
El don de la persona es su destinar.se a Dios (don), al ir "hacia" Dios (Don).
El ser hacia Dios es el Don, el darse a Dios es su don. Es su añadirse a la Llama que es Dios.
Luego el don personal será Don-don.
La persona es “actuosa” porque Dios le da el Don de ser libremente hacia Dios. Su co-ser es además.
Pero, y esto es importante, la aceptación se realiza a través del “yo”, que es el ápice de la esencia humana.
Dios que te ha creado sin ti, no te salvará sin ti.
El profesor Juan A. García habla de una “cierta” anticipación de la esencia. Anticipación que Dios toma en consideración, al crearnos libres.
Dios, en “cierto” modo, ve de antemano nuestra vida, nuestro don, y nos otorga el ser, conociendo nuestra respuesta, para que la corroboremos.
Es el gran Misterio de la vocación de María.
Conclusión final, el crecimiento personal (que es una elevación en marcha) equivale al carácter de además, ratificado por la libre disposición de la persona.
3. Crecimiento sólo desde Dios. Pero con el don humano (Don-don).
El crecimiento personal es una elevación, un tirar hacia arriba, de la parte de Dios, que no deja de actuar a nuestro favor.
La fuente del crecimiento, la fuente de la actividad, procede de la gratuidad divina a la cual el hombre se abre activamente. La Fuente es el Espíritu Santo elevador. La persona humana nace incesantemente de Dios.
Esto quiere decir que, además del orden del universo, existe un orden superior, que podemos llamar, con expresión agustiniana, el orden del amor, ordo amoris.
La libertad se expande cual big bang amoroso.
Pero eso no significa que la persona humana no haga nada. La persona humana obedece, si quiere. Libremente.
La persona humana co-genera desde Dios. Crece desde Dios.
“Desde” indica dualidad de agentes.
El receptor no es pasivo. Hay un “desde” Dios y un “para” de la persona humana. Para la gloria de Dios.
Entendemos ahora la famosa frase de Polo “el hombre solo es un absurdo” y añadimos, Dios nunca actúa solo.
El “sólo desde Dios” apunta a la iniciativa divina.
El ascensor es elevado por el Elevador.
Pero Dios nunca actúa solo. Dios cuenta con nuestra réplica. Cuenta con la manifestación de nuestro querer.
Gracias al abandono del límite mental en su tercera
dimensión, alcanzamos el ser de la persona humana.
Pero abandonar el límite mental no
significa desprenderse de la esencia.
Vida significa crecimiento. Crecimiento integral de todas las dimensiones de la persona.
La vida humana es crecimiento personal mediante la
esencia. Mediante la manifestación, disposición, iluminación y otorgamiento de
cada persona.
La persona crece gracias a la unidad de su vida. La
unidad de su crecimiento.
No solamente gracias a su apertura hacia afuera, a
través de la cual extiende su libertad, sino también gracias a que es intimidad
(apertura interior) y gracias a que es apertura hacia adentro, extendiendo
también su libertad, si quiere.
La persona crece cuerpo, alma y espíritu, sin
cesar.
Pero el crecimiento personal no es patente sin el
querer del alma y sin el crecimiento del cuerpo (un cuerpo que será glorioso
más allá de la azotea).
Aunque estemos subiendo en el ascensor (elevación trascendental propia de la persona), la persona debe aceptar su crecimiento trascendental, mirando. El crecimiento se ratifica al “mirar” más. ¿De qué sirve subir si no miro?
5. En el amar donal podemos descubrir el crecimiento en todas sus dimensiones.
Para entender el crecimiento integral de la persona humana, trascendental y esencial, sin separación y sin confusión, fijémonos en el cuarto trascendental, el amar personal. (Lo mismo ocurre en los otros tres trascendentales personales, pero en el amar se ve más clara la inclusión del don esencial).
Porque el cuarto trascendental, el más alto, es una tríada amorosa: aceptar-dar-don.
Tríada B: dar de la persona, su don esencial, el Aceptar de Dios.
Tenemos así el Don-don.
“Sólo” no significa soledad, sino pureza: dos actos hacia la Comunión.
Nuestro aceptar trascendental es un acto que se une al Dar de Dios, al aceptar trascendentalmente nuestro acto de ser.
Pero atención, nuestro aceptar trascendental exige que lo manifestemos, es decir, que esencialmente ofrezcamos nuestra vida (esencia) a Dios y que ésta sea aceptada por Dios.
El don es “trascendentalmente” el ser creado por Dios y “manifestativamente”, la esencia humana, que crece libremente en esta vida a medida que esencializamos nuestro mundo y las relaciones con los demás. En esta vida aprendemos a amar, otorgando dones.
Juan A. García me apuntó que en el Cielo la esencia es atravesada por el acto de ser.
Pienso que es una bonita manera de explicar que la esencia deviene acto de ser, sin confusión, sin separación.
Y un día creí decir al profesor Ignacio Falgueras, que en la otra vida la esencia estará por encima del acto de ser.
Para amar hay que dar un don, esperando que sea aceptado.
Dar mi ser significaría que mi ser está en mis manos.
Y mi ser no está en mis manos pues mi intimidad carece de réplica en su interior.
Es cierto que puedo comprometerme a dar mi futuro, pero el futuro será siempre futuro, pues soy libre.
El subir del ascensor pide que la persona se manifieste libremente.
A mi entender, no hay amor donal sin manifestación esencial.
La objeción se resuelve si nos damos cuenta de que los cuatro trascendentales se convierten.
¿De qué serviría conocer a Dios trascendentalmente si Dios no lo acepta?
Decimos “respetando la jerarquía” porque los trascendentales personales se convierten en cadena. El co-ser busca su réplica subiendo libremente al inteligir y al amar.
El trascendental más alto, el amar, se da y acepta su Réplica de Dios. (Da su esencia y acepta su ser, como hemos visto).
Ese crecimiento hacia su Réplica de Dios, es posible por la orientación o apertura de cada trascendental hacia Dios. Estas aperturas, las llamo “humildad”, “esperanza”, “fe” y “caridad”, según cada uno de los trascendentales personales: humildad del co-ser, esperanza de la libertad, fe del entender y caridad del amar. No son las virtudes teologales, sino aperturas transcendentales.
Para constituirlo tendrá que abrirse hacia afuera.
Entendemos así la importancia “esencial” de la acción.
Cuantos más juegos y más personas juguemos, mejor. Cada
uno aportará al juego su don, su vida (la vida es el crecimiento de la esencia
humana, que cada uno aportamos).
Este contenido es manifestación, disposición,
iluminación y otorgamiento de cada persona humana, que libremente juega.
No hay amor donal sin manifestación “esencial”.
La persona humana no puede prescindir nunca de su
esencia, de su manifestación libre.
La esencia es “esencial” para cada persona humana.
La historia de la Humanidad es un subir hacia Dios sin cesar, en el que van apareciendo las novedades de los juegos del amor.
Desgraciadamente, el hombre puede detener, e incluso anular, la manifestación de su crecimiento, si se opone voluntariamente al juego.
Mientras que no se oponga, crece, es elevado, aunque no se dé cuenta (un día lo sabrá), porque es un crecimiento "sólo desde Dios". Sólo en Dios. Ejemplo: el crecimiento del embrión humano en el seno de su madre.
Incluso si se opone (pecado en el tiempo), Dios sigue elevándolo, y cuando deje de oponerse, y se convierta, descubrirá que mientras que perdía el tiempo en obscenidades, Dios le quería más, esperándole. Las páginas tristes de nuestra vida no hacen más que crecer el Amor de Dios por nosotros. Crecemos sin darnos cuenta, sólo en Dios.
Otra cosa sería, cual demonio, oponerse eternamente. Su elevación quedaría inédita para siempre. Es el pecado en la eternidad.
No estamos a la misma altura en el siglo XXI que en el siglo XI.
Otra cosa distinta es en qué medida cada persona del ascensor está a la altura de su tiempo histórico, pues cada persona es una novedad, nace ex novo de Dios. Cada persona necesita ir creciendo, abriendo los ojos, mirando, con la ayuda de los demás, para acercarse a la altura del tiempo histórico.
Cada persona humana, aunque sea creada en un momento histórico concreto con sus contemporáneos, tiene su crecimiento personal propio, dependiendo de su manifestación esencial.
Pero independientemente de su querer, crece, trascendentalmente, hacia su destino, al ir siendo elevada, por Dios, hacia la felicidad (ordo amoris) y Dios lo hace según cinco elevaciones que podemos llamar “trascendentales”, a saber: la creación, la llamada inicial, la insistencia o mantenimiento de la llamada, la santificación y la glorificación.
Inicialmente, Dios crea cada persona con tres elevaciones que son simultáneas y necesarias, no cesan, a saber: creación, llamada inicial e insistencia.
El ascensor sube sin cesar. Toda la humanidad que vive en el ascensor, sube sin cesar. La altura del ascensor es la altura de nuestro tiempo.
No estamos a la misma altura en el siglo XXI que en el siglo
XI.
Otra cosa distinta es en qué medida cada persona del
ascensor está a la altura de su tiempo histórico, pues cada persona es una
novedad, nace ex novo de Dios. Cada
persona necesita ir creciendo, abriendo los ojos, mirando, con la ayuda de los
demás, para acercarse a la altura del tiempo histórico.
Cada persona humana,
aunque sea creada en un momento histórico concreto con sus contemporáneos,
tiene su crecimiento personal propio, que se manifiesta esencialmente.
Crece personalmente, trascendentalmente,
hacia su destino, al ir siendo elevada, por Dios, hacia la felicidad (ordo amoris) y Dios lo hace según cinco elevaciones
que podemos llamar “trascendentales”, a saber: la creación, la llamada inicial,
la insistencia o mantenimiento de la llamada, la santificación y la
glorificación.
Inicialmente, Dios crea
cada persona con tres elevaciones que son simultáneas y necesarias, no cesan, a
saber: creación, llamada inicial e insistencia.
a) La creación
Llamamos creación primera
a la creación del ser del universo físico, que se despliega según su esencia.
La persona humana, en el
momento de su creación, es colocada en el ascensor, situada en el universo
físico. Viva, con vida recibida de sus padres. Es una naturaleza humana
modalizada personalmente.
Dios nos crea, crea el
espíritu que somos, desde y según esa materia concreta, vida físicamente
determinada en el ascensor. Materia que ahora es expresión de un cuerpo
“humano”. Aunque la persona no se dé cuenta.
Nuestra condición material es elevada,
constantemente, a ser la manifestación corporal de una persona humana, creada
directamente por Dios.
b) La llamada inicial.
La llamada
inicial es el modo peculiar como Dios crea cada persona humana. Dios la crea, "llamándola".
Noten la
exquisita ternura de un Dios que no nos crea despóticamente, sino en libertad.
Nos "llama".
Llamamos creación segunda a la creación de cada persona
humana. Dicho en términos clásicos, la unión del alma con el cuerpo.
Dios crea la persona
humana como libertad de destinar su mundo.
La persona habita el
universo físico convirtiéndolo en su “mundo”.
El fruto de
la llamada inicial es la apertura transcendente:
el hombre es capaz de Dios. Co-existencia libre.
Dios nos abre, llamándonos,
atrayéndonos a su Intimidad, elevándonos.
Es la elevación de
nuestro espíritu, proveniente del favorecer de Dios, que abre cada uno de los
trascendentales personales.
La persona humana es
orientada y elevada “hacia” Dios
abriendo cuatro aperturas transcendentales,
fruto de esa llamada inicial.
El panorama se amplía así,
en el ascensor acristalado gracias a esas cuatro aperturas transcendentales, que son infusas y
naturales.
A la llamada inicial podemos llamarla gracia inicial (que abre el radical co-ser hacia Dios). A esta
apertura transcendental la denomino humildad trascendental).
La llamada
inicial en cuanto que también abre los otros tres trascendentales personales
hacia Dios, podemos también llamarla gracia
primera.
A estas tres
aperturas transcendentales las denomino de la siguiente manera: la
esperanza trascendental es la apertura de la libertad. La fe es la apertura del
inteligir personal. La caridad trascendental es la apertura del amar. (Ustedes
comprenden que no se trata de las virtudes teologales de la teología, sino
aperturas naturales de la persona humana a Dios, desde su creación).
c) La insistencia o mantenimiento de la llamada es el tirar de Dios, hacia arriba, que no
cesa de elevarnos libremente.
Recuerden que “elevación”
no significa que “estemos” elevados, sino que estamos siendo elevados. Cuando
decimos "elevación",
hablamos de un movimiento que no cesa.
Insistencia en la
llamada.
Aquí se incluyen también
intervenciones sobrenaturales de Dios que nos favorecen aún más. Por ejemplo,
cuando Dios llama a un pagano a reconocerle como el Dios vivo.
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Debemos explicar ahora
otras dos elevaciones que no tenemos de entrada: la santificación y la
glorificación.
d) La santificación: para
entenderla nos servirá volver al ejemplo del ascensor acristalado: imaginemos
en el interior del ascensor, una sala enorme, con pantallas en color, donde se
pueden ver, por anticipado, los misteriosos juegos eternos, que están más
allá de la azotea.
Esas pantallas (cual un VAR)
nos hacen gozar de una elevación
sobrenatural que los teólogos suelen llamar "gracia
santificante", anticipación de
la vida eterna. (Tras la caída, la llamamos “nueva creación”).
e) La glorificación es el encuentro definitivo con Dios, más allá de la azotea, en el que conoceremos
cómo Dios nos conoce: como hijos que serán siempre "además", jugando
y cantando eternamente.
x) Pero además de estas
cinco elevaciones no debemos olvidar que "trascendentalmente" hubo
una caída (que se corresponde con lo que la teología llama pecado original). No
es otra cosa que la comunión con el maligno, con el don "nadie". Es
la caída trascendental. La
pandemia original. Un obscurecimiento del ascensor que dificulta la visión
hacia afuera y hacia adentro. Las consecuencias de este apagón inicial son
patentes. La principal, la ignorancia. Sin embargo, el ascensor no ha dejado de
subir y la esperanza no cesa de renacer. La humanidad subsiste hacia su
Destino.
Crecimiento intrínseco sin culminación, hemos dicho. Ése es el crecimiento del acto de ser personal. Estamos en el elevador acristalado. Crecimiento sólo desde Dios, hacia la Unidad. En cierto modo, solamente en cierto modo, “predestinación”, o más ajustadamente, “vocación”.
Teniendo siempre en
cuenta que el “desde” indica dualidad de agentes pues el receptor, el ascensor,
no es completamente pasivo.
Insistamos en la relación
entre la dimensión personal del crecimiento y la dimensión esencial (sin confusión,
sin separación):
Gracias a la elevación
constante e irrestricta, que eso es la dimensión personal del crecimiento,
podemos ver el mundo y podemos ver a los demás cada vez mejor, desde más
altura, y ese “ver”, aunque no nos demos cuenta, es la dimensión “sólo desde
Dios” del crecimiento de la persona humana. Dios nos eleva sin cesar.
Pero, atención, no basta
“ver”, la persona puede libremente “mirar”. Y “veremos” (realmente) según el
modo como libremente miremos.
Porque también podemos
cerrar los ojos, o desviar la mirada, o caer en las alucinaciones, o,
desgraciadamente, preferir las obscuridades originales del ascensor.
La dimensión personal del
crecimiento debe ser servida por su dimensión esencial. Los ojos deben abrirse
y estar sanos.
Si el yo no dispone, si
no quiere, si no otorga desde sus adentros, no habrá don de la persona, no
habrá amor donal y la persona quedará, al menos en este tiempo, inédita (aunque
trascendentalmente siga creciendo). El bebé que muere, que sale del ascensor,
podrá recuperar el tiempo perdido, más allá de la azotea.
De ahí que podamos decir
que si no queremos, no crecemos.
(El "querer" es
manifestación de lo que la persona quiere libremente ver). La esencia es
esencial para la persona.
Aunque Dios nos dé
incesantemente el Don, elevándonos trascendentalmente (llamándonos, pues somos
libres), no crecemos, faltos de "mi" respuesta (del don de mi vida
que yo debo otorgar).
El Don queda frustrado,
hasta que rectifiquemos.
El estar abiertos a
aceptar más donación (potencia obediencial activa), que no es otra cosa que el
estar vivo en el ascensor, es Don de
Dios que tiene en cuenta la respuesta humana.
Y esa respuesta, libre,
se manifiesta como "disposición", esencialización.
No “estar dispuesto”,
sino “disponer”.
Si el yo no otorga, no habrá
entrega. Habrá Don de Dios, pero no habrá don donado por la persona, sino
frustrado, al menos por ahora.
¿Cómo destinarse al Destino?
No rechazándolo. Obedeciendo. Obediencia inteligente, activa.
Ese no rechazo se
manifiesta como respuesta del yo. Es
el "yo" el signo eficaz de la constitución del don, desde su adentro,
disponiendo al querer, (supuesta, claro está, la aceptación divina que
conoceremos en nuestro Juicio particular).
Gracias al otorgamiento manifestado
en el adorar-yo, se completa el don que
faltaba a la tríada amorosa, del que carecía el Amar personal que somos.
La "libertad como
donación" de la que habló Ángel Luis González, es pues una libertad a
tres:
1. Dios que llama,
2. la persona que
responde,
3. manifestando, con su
yo, su querer libre.
El crecimiento del co-ser
(el crecimiento del acto de ser personal), ya lo hemos dicho, es un obedecer
inteligente, (porque quiere), al Don de Dios, a su destino.
El co-ser crece pues
crecen también la libertad, el entender y el amar.
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Adam Sołomiewicz tiene una propuesta sumamente aclaratoria
al estudiar la dualidad radical de la persona humana.
Adam
propone que la dualidad radical tiene dos miembros:
‘El miembro nativo de
la dualidad radical humana es el nacer
trascendental y el miembro destinativo de dicha dualidad
es el destinarse
trascendental’.
‘Nacer trascendental’
significa la relación humana nativa en Dios –su Origen personal– que se extiende
a las dimensiones humanas inferiores personalizándolas o empapándolas con el
valor trascendental. Es el “ver”.
‘Destinarse
trascendental’ es sobrepasar lo nativo: es autotrascenderse como apertura a
Dios, su Destinatario personal. Es el “mirar”.
Entiendo que este
autotrascenderse, es el crecimiento personal del que venimos hablando. Al
“mirar”, “vemos”…
Mientras vivimos nuestra
vida terrestre (mientras subimos en el ascensor), podemos, a través de una
pantalla en color, que se encuentra en el interior del ascensor, ver una
anticipación de lo que habrá más allá de la azotea.
Esa anticipación (que
muchos llaman también elevación) es lo que los teólogos designan como gracia
santificante.
Existe un consenso sobre
el sentido de lo sobrenatural: una nueva elevación por la que
participamos de la Vida íntima de Dios.
Pero tendríamos que
preguntarnos ¿es que el crecimiento, natural e irrestricto hacia la Unidad, no
es ya participación de la Vida íntima de Dios?
El crecimiento personal,
natural, trascendental, del que venimos hablando es, a mi parecer, Vida divina,
pues crecemos en Dios, Vida íntima de Dios.
La persona humana es
naturalmente dual: es “además” en su Réplica de Dios.
Para mejor comprender lo
sobrenatural, el nuevo don, en lugar de enfocarlo como más “intimidad”, prefiero
caracterizarlo como una anticipación
del encuentro definitivo con Dios.
El crecimiento personal
natural es ya Vida íntima de Dios. Estamos en el ascensor acristalado subiendo
hacia Dios desde nuestra concepción. Pero estamos en gestación. Estamos en vías
de destinación.
Sin embargo, por un don sobrenatural
de Dios, poseemos como una pantalla, en el interior del ascensor, por la que
podemos ver, más o menos, por anticipación, cómo seremos eternamente en Dios. Tenemos
acceso al plan definitivo de Dios (que tendrá en cuenta nuestra responsabilidad
libre, nuestro querer).
La clave de la distinción
entre natural y sobrenatural (por ejemplo, entre fe intelectual y fe
sobrenatural) estaría en si estamos aún en el tiempo humano, si estamos “en
camino” hacia Dios, o si ya poseemos virtualmente el encuentro definitivo.
Entiendo así que lo
sobrenatural es la presencia del futuro eterno. Presencia que da relieve
(altura y profundidad) a nuestro crecimiento.
La presencia del futuro
eterno no es la posesión del futuro sin desfuturizarlo, propia de la de libertad
trascendental, sino el valor eterno de nuestro crecimiento natural.
Gracias a la vida
sobrenatural, vemos mejor, con vida “nueva”, lo que naturalmente (elevados por
Dios) podemos ir alcanzando.
Además, no solamente
vemos con luces “nuevas” nuestro destino, sino que Dios nos da la fuerza
(sobrenatural) para alcanzarlo, si queremos.
¿En qué consiste esta
“fuerza”? Pensemos, por ejemplo, en el don de Fuerza del Espíritu Santo. Los
dones de la Tercera Persona son el coronamiento de las virtudes teologales
naturales y de los hábitos innatos.
El don de Fuerza es una
pantalla en la que el Espíritu Santo muestra la Fuerza del Verbo encarnado. (El
Espíritu Santo no se ve, es el gran Desconocido, lo que se ve es el Verbo). Y
al ver mejor somos motivados sobrenaturalmente. Es una Fuerza de atracción que
no anula nuestra libertad.
Entonces podemos decir
que la pantalla sobrenatural no es una sola. Es como el VAR. Varias o muchas
pantallas en las que presenciamos el futuro eterno.
Así aparece “lo mejor”
para nuestra vida.
Cuando queremos mejorar
una foto en el ordenador, la editamos, y podemos aumentar su luminosidad, su
color, su claridad o concentrarnos en una zona concreta. Eso es lo que hace el
Espíritu Santo. Nos propone una mejora de la vida, acercándola a la solución
definitiva.
Otra comparación puede
sernos útil: si disponemos del libro del maestro con la solución de los
problemas, tendremos facilitado el camino para mejor recorrerlo, comprendiendo
poco a poco el plan definitivo de Dios, que tenemos sobrenaturalmente anticipado.
En la medida en que Dios
me dé más fe sobrenatural en la Trinidad, sabré “mejor” abandonar el límite
mental y entrar naturalmente en el Misterio. (¿Ascética? ¿Mística?, sugiere
Josemaría Escrivá, no importa. Vivimos en Dios).
11. No estamos
solos en el ascensor. Mi Réplica.
En el Cielo jugaremos, pero ya en el ascensor comenzamos a jugar los juegos del Amor.
Subimos acompañados de los demás, los otros, en el mismo ascensor.
Cuando, esclavos de nuestro querer solitario, los hombres libres, compañeros en la ascensión, nos hablan de la luz íntima, exterior a nuestra caverna, mejor dicho, más íntima que nuestra intimidad, nos rebelamos quizá contra ellos y odiamos.
¡Qué distinto es jugar con los otros! Mirar juntos las infinitas pantallas de los infinitos futuros.
Eso es la amistad.
Las amistades son dúplicas.
El otro no es otro yo, no es mi Réplica, pero algo de réplica tiene, por eso decimos que es réplica en pequeño.
Las dúplicas son dimensiones del Amor.
Son amistades crecientes.
El momento sublime en la subida del ascensor es cuando acontece el “encontronazo”. Cuando se descubre el sentido de la vida (mi Verdad personal). Mi Réplica.
Un día, estás sentado bajo la higuera, y se acerca Él.
-Yo soy tu réplica.
-Pero no creas que yo soy aquél que te dirá quién eres. No soy tu “imagen”.
-Yo soy tu Réplica de Dios. Yo soy el que tú serás.
Digámoslo claro: mi Réplica es Jesús. Es él quien me explica el funcionamiento del VAR.
Mi Réplica de Dios me va enseñando el sentido de mi Vida. Mi Verdad personal.
Y me abre los ojos para que descubra que en interior del ascensor hay Ángeles.
Entonces comprendo que cuando me abro hacia fuera, a través de los cristales del ascensor o tratando a los demás, puedo constituir dones y amar.
Dones para Dios, en mi Réplica.
Cuando me abro hacia fuera, hacia el mundo y hacia los demás, el gran acontecimiento es el encontronazo con mi Réplica de Dios.
La Humanidad de Cristo, mi Réplica, se encuentra en el interior del ascensor.
La persona humana, abriéndose hacia fuera, interioriza el universo físico, esencializándolo en ella. Interioriza, esencialmente, las manifestaciones de las demás personas y, sobre todo, puede encontrar la manifestación de su Réplica en la Humanidad de Cristo. Puede vivir la ascensión con Él.
Al mirar, el mundo, los demás y Él, crecen en mi interior.
La apertura hacia fuera es, por una parte, el mirar hacia afuera del ascensor (los trascendentales metafísicos, por ejemplo), pero también hay otro mirar hacia fuera que es descubrir que hay otras personas en el ascensor.
La apertura interior es descubrir que soy intimidad.
La apertura hacia adentro es descubrir mi Origen y Destino, buscando mi Réplica hacia Dios, en Dios, en mi Réplica de Dios.
¿Quién soy? Tu Hijo, que te quiere.
Ahora ya puedo ver a los Ángeles.
Ellos susurran a los oídos.
Y veo también cómo, constantemente, hay Ángeles que conducen
a una escotilla llamada “muerte”. Después supe que llevaba directamente a la
azotea, antes de que termine el viaje de toda la humanidad.
Cuando llegue mi hora en la que saldré del ascensor, seré
transportado a un espacio sin gravedad, (el ámbito de la máxima Amplitud).
-Un día vendré a buscarte, me dijo. Aprovecha la ascensión
para aprender a amar, para constituir los dones que llevarás más allá de la
azotea.
-Soy Yo quien te juzgará y te daré la recompensa de los
niños que saben jugar. La Vida eterna.
La salida del ascensor es la muerte, entrar en el mundo
nuevo anticipado por el VAR, a través del cual, desde el otro lado, podré
seguir en contacto con los que aún están en el ascensor.
La Vida eterna la
llamamos Cielo. Es la felicidad suprema y definitiva.
La Vida (el crecimiento
en el Cielo) es otorgada por Dios, y se manifiesta según la medida en que cada
uno acepte el Don de Dios (libre), con el que nos predestinó, contando
con nosotros. Según el Don-don.
En el Cielo, cuando Dios
haya aceptado el don de mi vida, todo lo que manifieste (mi esencia) será
agradable a Dios.
Mirada desde la
eternidad, la muerte es una consumación. La suma activa de mi donación entera.
Y tras la muerte, tras la
aceptación humano-divina del Don-don
que seremos, se sigue creciendo, pero de otra manera.
Siempre más.
Es otro tipo de
crecimiento que podemos llamar, siguiendo a Vargas, juego teándrico, la vida en la Vida del Verbo. El don-Don.
Algo de ese juego (o
mucho) podemos ya alcanzar desde nuestro ascensor acristalado, gracias a la
pantalla en colores de lo sobrenatural (que es anticipación de la vida eterna).
El juego sobrenatural es para
siempre, incluyendo el nuevo mundo que vendrá con la glorificación de nuestros
nuevos cuerpos. Los viejos desaparecen con el fin del mundo.
Gregorio de Nisa en su Canticum canticorum ya consideró el
constante crecimiento en el Cielo.
La actuosidad por
excelencia es el juego, la mutua colaboración para la Gloria de Dios. Y cuantos
más jueguen mejor.
La libertad por
excelencia es jugar.
Y al destinarnos libre y
definitivamente a Dios, el juego crece sin culminación. No es otra cosa que la
canción de la alegría.
¿Cómo sé si soy libre? Si
estoy alegre, dice Polo. ¿Cómo manifiesto el estar alegre? Jugando.
En nuestra situación,
aprovechamos el tiempo de esta vida, el tiempo a nivel esencial, en la medida
en que crecemos trascendentalmente, jugando con Dios. El tiempo de esta vida es
la ocasión para jugar mejor.
¿Cuál es la forma pura
del juego?
Cuando hablamos de
"pura" o "puro" (acto puro, por ejemplo) nos referimos al
acto sin potencia.
Pues bien, la forma
"pura" del juego es el amor. En el amor nadie pierde.
El amor rompe a cantar. Y
a bailar.
La belleza del juego puro
es el canto.
Las personas convocan
al amor, al juego. Así se formula el trascendental “belleza” a nivel personal.
La Belleza de María
convoca.
Estamos ya hablando de la
metalógica de la libertad, el puro amor.
Polo dirá: el amor es el
juego, y el juego es el canto.
Los juegos en esta vida
acaban cansándonos, pues se cierran al ganar o perder.
La culminación del amor
en la otra vida es un juego que inventará nuevos juegos. Eternamente sin fin,
sin cerrarse. El juego absoluto, la fiesta interminable.
Bien entendido, no se
trata de que Dios “crezca” adquiriendo perfecciones que no tenía antes, sino
que Dios es como Llama de fuego, siempre en actividad. Amor.
Nosotros somos llama en
la Llama.
La Vida divina no es como
la de las criaturas. Las criaturas, reciben lo que no tienen, a lo más, aceptan
libremente.
Dios es Dar, Aceptar,
Don, sin separación ni confusión ni orientación. Ni exclusión. Acto puro.
Polo dirá que el
crecimiento personal humano sólo se explica si Dios es también un ser
creciente: ‘crecimiento originario absoluto’, como él lo llama.
Es Dios la fuente del
crecimiento, en Él se origina el crecimiento trascendental, porque Él mismo es
puro crecer.
Eternidad siempre viva,
eternidad siempre rebrotante, eternidad siempre joven, crecimiento
trascendental originario.
Textualmente: "Un
crecimiento que no implica un crecer respecto de algo más pequeño, que no
implica un desarrollo, sino que es el hiper-crecimiento. Hay que verlo más por
esa línea, un acto rebosante que no tiene nada que alcanzar… Es verlo como crecimiento originario… Un Dios
estabilizado estáticamente como un todo, a mí no me resulta muy claro”.
Para aproximarnos a ese
Fuego, debemos descartar la noción de "totalidad".
Crecimiento y totalidad
no son compatibles.
La totalidad sería la
detención del crecimiento. (El dios de Hegel se detiene en el Todo).
Si somos capaces de
entender la destotalización nos acercaremos a comprender el crecimiento
originario absoluto que es Dios.
Que Dios sea crecimiento
originario absoluto no
significa, insisto, que Dios crezca como
crecemos nosotros, sino que es el Origen del crecer, que es más que el crecer.
Dios es puro crecer de
una Persona Divina con otra Persona Divina y en otra Persona Divina.
Inagotablemente las Tres.
Que Dios sea el absoluto
Origen del crecer es más que crecer.
Por ser Origen del
crecer, no es algo detenido.
Es Fuego, Dar, Aceptar,
Don.
Ser Originario es más que
"cada vez más", y ése es el misterio de la Identidad. La Identidad no
es algo detenido.
Nos acercaremos de este
modo al conocimiento del Misterio.
Misterio es “iniciativa
divina”.
Dios es Misterio.
Uno es el camino de la
metafísica y otro el camino de la antropología.
El acceso a Dios en metafísica se advierte como Identidad
Originaria.
El acceso a Dios en antropología, se alcanza como
Originariamente Persona, que sabe de sí, al mantener y ratificar la
advertencia de su Identidad.
Ahora bien, es claro que
esa Persona Originaria no puede ser trascendentalmente sola; por eso Dios no es
solo la Identidad Originaria, sino el Ser Pluripersonal.
Y no puede ser Sola
porque la carencia de réplica es imposible en el Origen.
De una parte, la réplica
en Dios no puede tratarse de "otro origen" pues ello es incompatible
con la Identidad.
Pero tampoco puede
tratarse de una persona indistinta, porque ello conduce a entender la identidad
como mismidad.
El tratamiento de la
distinción de las Personas divinas corresponde a la Teología de la Fe
sobrenatural. Sin embargo, la antropología trascendental permite vislumbrar la
distinción personal en la Identidad Originaria Antropología trascendental
I, p. 172
El amar personal humano
guía nuestro conocimiento de la intimidad divina.
Comprender a Dios como
amoroso “crecimiento” Originario, en lugar de ponerle un tope, abre la
investigación filosófica a la esperanza.
Dios nos dará siempre
más.
Abre la averiguación
filosófica al conocimiento de Dios como Dar, Aceptar, Don.
En Dios el tres es
trascendental.
Recuerden que
clásicamente los trascendentales son considerados como propiedades puras del ser.
Cada Persona divina es
Actividad pura, sin potencia.
Sólo Dar.
Sólo Aceptar.
Sólo Don.
Llama de Fuego.
Sólo no indica aquí
soledad, sino pureza.
En Dios nada es exclusivo,
sino distinto.
Tres Llamas en una Llama.
La persona humana sí
carece de réplica en su interior. En Dios esa soledad es imposible.
Hemos llegado al Misterio inabarcable de la Trinidad.
Hemos llegado al final de
la exposición de nuestro ascensor acristalado.
Este mito me ayudó a
entender que la persona es crecimiento inagotable.
Lo es más allá de la
azotea y lo es desde la creación de cada persona.
Pienso que así
describimos la subsistencia (somos
relación subsistente, en el orden del Origen, porque Dios me sostiene y eleva
sin cesar).
La vida interior es el
saber de mí (coincide con la apertura interior).
Saber de mí, hacia afuera y hacia adentro o hacia arriba.
Acabo de descubrir la apertura hacia arriba ¡!!
(Quizá esto sirva para comprender lo que Polo dijo en tono
coloquial: en el hombre el dos es trascendental. No en el sentido de que el
hombre sea dos personas, sino de que la persona humana es coexistente en Dios).
El crecimiento personal es
“vida interior”, es decir, vida o crecimiento “hacia adentro”, “hacia afuera
(crecemos juntos)” y “hacia arriba”.
De tal modo que el
ascensor no sube hacia más allá de las estrellas, sino que sube
subsistentemente en Dios.
Dios es más íntimo que el
centro de la tierra.
Estamos subiendo con
Dios, por Dios y en Dios.
donnersansperdre@gmail.com
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