Sí.
La persona humana es además, siempre más. Inagotable. Carece de culminación.
Su crecimiento es irrestricto.
Su carecer de término trascendental tiene, sin embargo, un valor potencial que es, precisamente, la esencia de la persona humana. (AT I, 190).
El crecimiento de la persona humana depende, pues, además de Dios, también de su "disponer". Es siempre, y también, esencial.
La persona se abre dualmente a los distintos temas, si quiere.
Ese "querer" es esencial.
Su esencia, su vida, es el "fruto" que Dios espera de cada uno.
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