Mostrando entradas con la etiqueta 17.03.01 Juan A. García. Hábitos. Mostrar todas las entradas
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¿Es correcto hablar de hábitos entitativos?
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La tradición habla de la salud, la belleza o la gracia
como hábitos "entitativos".
No es incorrecto.
Pero decir "entitativo" es decir demasiado
poco.
Pues como el ente se dice de muchas maneras, corremos
el riesgo de quedarnos en generalidades.
La salud puede ser de alma y de cuerpo. Y es sano el
gusano, la jirafa, la palmera y el niño.
Sin embargo, la idea de hábitos entitativos sugiere
que al ser la persona una actividad inagotable y desbordarse su acción, se cualifica
hacia adentro, se mejora íntimamente.
De ahí que quepa llamar "entitativos" a los hábitos superiores o hábitos "personales". Clásicamente se define la gracia santificante, por ejemplo, como un hábito entitativo. La persona crece no sólo con virtudes, sino también con disposiciones, hábitos, propios de su acto de ser persona (el esse de cada persona distinto realmente de su esencia).
Estas disposiciones son modos como la persona humana
se comunica con otras realidades distintas: Dios, los demás, el mundo y su
propia actividad.
Glosa
a Juan A. García González : Existencia personal y libertad. Anuario filosófico
nº 95. 2009, p. 334.3
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¿Hay en la tradición algún soporte para la noción poliana de ser personal como "además"?
Sí. La noción de hábito.
El ser segundo, el ser personal poliano, o segundo sentido del ser, es un ser sobrante, inacabable, que se desborda.
El hábito es un acto, y al mismo tiempo es del orden de lo potencial.
Podríamos decir que es el desbordarse del acto que incrementa su potencialidad.
Si me levanto temprano soy cada vez más capaz de levantarme temprano. Soy más dueño de mis actos, soy más libre.
La persona es así, se viste con hábitos prosiguiendo más activamente su ejercicio.
El ser natural añade. Es además.
Glosa a Juan A. García González : Existencia personal y libertad. Anuario filosófico nº 95. 2009, p. 331.2
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¿Cuáles son los tres tipos clásicos de hábitos?
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El hábito categorial (ejemplo : tener manos);
el hábito adquirido por las potencias espirituales (ejemplo: saber geometría;
el hábito entitativo (ejemplo: la salud).
Los dos primeros son aristotélicos y el tercero es un añadido de la filosofía medieval.
Aristóteles coloca el hábito categorial (el tener con el cuerpo) como uno de los nueve accidentes.
El hábito adquirido lo presenta como la primera especie del accidente cualidad.
Glosa a Juan A. García González : Existencia personal y libertad. Anuario filosófico nº 95. 2009, p. 331.4
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El hábito categorial (ejemplo : tener manos);
el hábito adquirido por las potencias espirituales (ejemplo: saber geometría;
el hábito entitativo (ejemplo: la salud).
Los dos primeros son aristotélicos y el tercero es un añadido de la filosofía medieval.
Aristóteles coloca el hábito categorial (el tener con el cuerpo) como uno de los nueve accidentes.
El hábito adquirido lo presenta como la primera especie del accidente cualidad.
Glosa a Juan A. García González : Existencia personal y libertad. Anuario filosófico nº 95. 2009, p. 331.4
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¿Por qué se dice que los hábitos inferiores son como una segunda naturaleza?
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Los hábitos inferiores son los categoriales (los del cuerpo humano, por ejemplo, la capacidad de maquillarse, vestirse o teclear en el portátil) y los adquiridos por las potencias espirituales (por ejemplo, ser poeta, tener buen gusto, ser poliano).
Estos hábitos modelan la naturaleza humana; por eso se dice que son como "una segunda naturaleza".
Notemos, sin embargo, que si podemos teclear o filosofar es porque la persona está detrás. No es que la persona se constituya como el conjunto de capacidades de una naturaleza. Esas capacidades no existirían si la persona no fuera anterior a ellas.
No es que la persona sea el individuo de naturaleza racional, sino que podemos tener una naturaleza racional porque somos, antes, personas.
Aunque la mona se vista de seda, mona se queda.
La segunda naturaleza proviene, pues, de la libertad personal.
Es entonces más fácil entender que un embrión humano no es humano porque tenga neuronas con capacidad de llegar a pensar, sino que esas neuronas pueden ser un día instrumento del pensar porque, de entrada, hay ya una persona humana.
Glosa a Juan A. García González : Existencia personal y libertad. Anuario filosófico nº 95. 2009, p. 332.2
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Los hábitos inferiores son los categoriales (los del cuerpo humano, por ejemplo, la capacidad de maquillarse, vestirse o teclear en el portátil) y los adquiridos por las potencias espirituales (por ejemplo, ser poeta, tener buen gusto, ser poliano).
Estos hábitos modelan la naturaleza humana; por eso se dice que son como "una segunda naturaleza".
Notemos, sin embargo, que si podemos teclear o filosofar es porque la persona está detrás. No es que la persona se constituya como el conjunto de capacidades de una naturaleza. Esas capacidades no existirían si la persona no fuera anterior a ellas.
No es que la persona sea el individuo de naturaleza racional, sino que podemos tener una naturaleza racional porque somos, antes, personas.
Aunque la mona se vista de seda, mona se queda.
La segunda naturaleza proviene, pues, de la libertad personal.
Es entonces más fácil entender que un embrión humano no es humano porque tenga neuronas con capacidad de llegar a pensar, sino que esas neuronas pueden ser un día instrumento del pensar porque, de entrada, hay ya una persona humana.
Glosa a Juan A. García González : Existencia personal y libertad. Anuario filosófico nº 95. 2009, p. 332.2
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¿Por qué está el cuerpo humano inacabado?
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Para que cada persona, libremente, lo mejore.
La mano, por ejemplo, no es la garra ni la pezuña, acabadas para sus respectivas finalidades. Por eso, al estar abierta a múltiples usos, la persona puede utilizar guantes, martillos, y hasta sellar alianzas.
La corporalidad humana, gracias a los hábitos que llamamos categoriales (el tener con el cuerpo), amplía sus posibilidades.
El rostro no es la jeta del animal. Está abierto a la sonrisa y también al llanto, o a la burla. Sabe hacer guiños.
El cuerpo humano no está terminado, requiere el concurso de la inteligencia, de la persona, que hace desbordar su actividad, potenciándola al infinito (pues la inteligencia es susceptible de crecimiento infinito).
El cuerpo humano manifiesta así la inagotabilidad propia de la persona.
Glosa a Juan A. García González : Existencia personal y libertad. Anuario filosófico nº 95. 2009, p. 332.2
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Para que cada persona, libremente, lo mejore.
La mano, por ejemplo, no es la garra ni la pezuña, acabadas para sus respectivas finalidades. Por eso, al estar abierta a múltiples usos, la persona puede utilizar guantes, martillos, y hasta sellar alianzas.
La corporalidad humana, gracias a los hábitos que llamamos categoriales (el tener con el cuerpo), amplía sus posibilidades.
El rostro no es la jeta del animal. Está abierto a la sonrisa y también al llanto, o a la burla. Sabe hacer guiños.
El cuerpo humano no está terminado, requiere el concurso de la inteligencia, de la persona, que hace desbordar su actividad, potenciándola al infinito (pues la inteligencia es susceptible de crecimiento infinito).
El cuerpo humano manifiesta así la inagotabilidad propia de la persona.
Glosa a Juan A. García González : Existencia personal y libertad. Anuario filosófico nº 95. 2009, p. 332.2
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¿Pueden crecer las potencias espirituales (la inteligencia y la voluntad)?
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Sí. La inteligencia y la voluntad pueden crecer gracias a los hábitos adquiridos (virtudes).
Las operaciones ejercidas por las potencias superiores desbordan su término, no se limitan a actualizarse (pensar o querer), sino que su acción revierte sobre la propia capacidad, repotenciándola.
Tras haber hecho palotes, ahora "sé" escribir.
A fuerza de silbar, parezco un jilguero.
Y me dispongo a realizar operaciones superiores: ahora podré ser escritor o músico.
Los hábitos adquiridos nos cualifican (Aristóteles los mete en la categoría cualidad).
También es cierto lo contrario: los actos malos nos envician.
La vida puede empeorarse. Pero al ser dueños de ella, también podemos rectificarla y mejorarla.
¡Ahora empiezo!
Glosa a Juan A. García González : Existencia personal y libertad. Anuario filosófico nº 95. 2009, p. 333.2
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Sí. La inteligencia y la voluntad pueden crecer gracias a los hábitos adquiridos (virtudes).
Las operaciones ejercidas por las potencias superiores desbordan su término, no se limitan a actualizarse (pensar o querer), sino que su acción revierte sobre la propia capacidad, repotenciándola.
Tras haber hecho palotes, ahora "sé" escribir.
A fuerza de silbar, parezco un jilguero.
Y me dispongo a realizar operaciones superiores: ahora podré ser escritor o músico.
Los hábitos adquiridos nos cualifican (Aristóteles los mete en la categoría cualidad).
También es cierto lo contrario: los actos malos nos envician.
La vida puede empeorarse. Pero al ser dueños de ella, también podemos rectificarla y mejorarla.
¡Ahora empiezo!
Glosa a Juan A. García González : Existencia personal y libertad. Anuario filosófico nº 95. 2009, p. 333.2
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¿Se puede considerar la esencia humana como autoperfección habitual?
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Antes de contestar me permito recordar la nota n.1 del Tomo II de la Antropología trascendental de Polo. Dice así: "En atención a la distinción real de ser y esencia, es mejor decir "esencia de la persona humana" que "esencia del hombre".
Para resaltar la distinción entre la esencia de la persona humana y la esencia extramental, empleo la expresión "esencia humana".
Lo digo porque en Anuario filosófico se habla en la entradilla de la página 333 "esencia del hombre". Es mejor decir "esencia humana".
Pues bien, la esencia humana sí puede considerarse como autoperfección "habitual".
La Universidad de Navarra publicó en 2006 un cuaderno de Polo titulado "La esencia humana"; el capítulo VII se titula "La esencia humana como autoperfección habitual".
(verlo aquí: http://www.iterhominis.com/03_Polo/02_Cadernos/EH/EH_07.htm)
Lo que allí se explica es que la esencia humana es propia de cada persona humana, depende de su libertad.
La esencia del universo o esencia extramental es común a todos los entes naturales.
Las cosas son lo que son y actúan siguiendo el orden ya establecido, según la tetracausalidad.
La naturaleza es el principio estable de operaciones, el conjunto de causas y principios que mueven el universo y conducen al despliegue de las condiciones iniciales. Ese despliegue es la esencia del universo.
Con el hombre aparece la novedad en el universo.
"Lo primero" no es sólo la naturaleza. Existen seres libres que pueden destinarse, desbordando el concepto de naturaleza.
Por eso hablamos de "autoperfección".
La naturaleza física puede condicionarme a crecer, pero soy yo, libremente, quien se hace jugador de basket. Es una perfección que me doy.
Y hablamos de "habitual" porque se trata de un "tener".
Al gorila se le puede poner un sombrero. Pero soy yo quien, libremente, se pone el sombrero. Lo "tengo" porque estoy añadiéndole un sentido a mi cuerpo (así estoy más "chic").
Los hábitos inferiores (categoriales, como llevar un anillo, o espirituales, como saber geografía) componen la "autoperfección habitual" (¡virtudes!) que llamamos esencia humana.
Es, con otras palabras, el crecimiento de mi vida.
Crecimiento inagotable porque depende del acto de ser persona.
Glosa a Juan A. García González : Existencia personal y libertad. Anuario filosófico nº 95. 2009, p. 333.3
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Antes de contestar me permito recordar la nota n.1 del Tomo II de la Antropología trascendental de Polo. Dice así: "En atención a la distinción real de ser y esencia, es mejor decir "esencia de la persona humana" que "esencia del hombre".
Para resaltar la distinción entre la esencia de la persona humana y la esencia extramental, empleo la expresión "esencia humana".
Lo digo porque en Anuario filosófico se habla en la entradilla de la página 333 "esencia del hombre". Es mejor decir "esencia humana".
Pues bien, la esencia humana sí puede considerarse como autoperfección "habitual".
La Universidad de Navarra publicó en 2006 un cuaderno de Polo titulado "La esencia humana"; el capítulo VII se titula "La esencia humana como autoperfección habitual".
(verlo aquí: http://www.iterhominis.com/03_Polo/02_Cadernos/EH/EH_07.htm)
Lo que allí se explica es que la esencia humana es propia de cada persona humana, depende de su libertad.
La esencia del universo o esencia extramental es común a todos los entes naturales.
Las cosas son lo que son y actúan siguiendo el orden ya establecido, según la tetracausalidad.
La naturaleza es el principio estable de operaciones, el conjunto de causas y principios que mueven el universo y conducen al despliegue de las condiciones iniciales. Ese despliegue es la esencia del universo.
Con el hombre aparece la novedad en el universo.
"Lo primero" no es sólo la naturaleza. Existen seres libres que pueden destinarse, desbordando el concepto de naturaleza.
Por eso hablamos de "autoperfección".
La naturaleza física puede condicionarme a crecer, pero soy yo, libremente, quien se hace jugador de basket. Es una perfección que me doy.
Y hablamos de "habitual" porque se trata de un "tener".
Al gorila se le puede poner un sombrero. Pero soy yo quien, libremente, se pone el sombrero. Lo "tengo" porque estoy añadiéndole un sentido a mi cuerpo (así estoy más "chic").
Los hábitos inferiores (categoriales, como llevar un anillo, o espirituales, como saber geografía) componen la "autoperfección habitual" (¡virtudes!) que llamamos esencia humana.
Es, con otras palabras, el crecimiento de mi vida.
Crecimiento inagotable porque depende del acto de ser persona.
Glosa a Juan A. García González : Existencia personal y libertad. Anuario filosófico nº 95. 2009, p. 333.3
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¿A qué llamamos hábitos superiores?
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A los hábitos propios del acto de ser persona: la sindéresis (6.2), el hábito de los primeros principios (3.2) y la sabiduría (2.14) son hábitos propios a toda persona humana.
También son hábitos superiores los que la tradición llama hábitos infusos: la gracia, la esperanza, la fe y la caridad.
Glosa a Juan A. García González : Existencia personal y libertad. Anuario filosófico nº 95. 2009, p. 334.3
A los hábitos propios del acto de ser persona: la sindéresis (6.2), el hábito de los primeros principios (3.2) y la sabiduría (2.14) son hábitos propios a toda persona humana.
También son hábitos superiores los que la tradición llama hábitos infusos: la gracia, la esperanza, la fe y la caridad.
Glosa a Juan A. García González : Existencia personal y libertad. Anuario filosófico nº 95. 2009, p. 334.3
¿Qué niveles tiene el crecimiento "habitual" de la persona humana?
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La persona crece, según sus hábitos a tres niveles.
A nivel categorial, en la medida en que, gracias a la posesión de instrumentos (coches, sombreros, ordenadores, teléfonos) se prolonga y se desborda.
A nivel esencial, en la medida en que, gracias a los hábitos de la inteligencia (ser poeta, músico o labrador) y a las virtudes de la voluntad (amabilidad, serenidad, optimismo) crece y se amplía.
A nivel íntimo y personal, en la medida en que, gracias a los hábitos superiores (sabiduría, esperanza, gracia) se abre más a Dios y a los demás.
Se multiplica.
Glosa a Juan A. García González : Existencia personal y libertad. Anuario filosófico nº 95. 2009, p. 334.5
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La persona crece, según sus hábitos a tres niveles.
A nivel categorial, en la medida en que, gracias a la posesión de instrumentos (coches, sombreros, ordenadores, teléfonos) se prolonga y se desborda.
A nivel esencial, en la medida en que, gracias a los hábitos de la inteligencia (ser poeta, músico o labrador) y a las virtudes de la voluntad (amabilidad, serenidad, optimismo) crece y se amplía.
A nivel íntimo y personal, en la medida en que, gracias a los hábitos superiores (sabiduría, esperanza, gracia) se abre más a Dios y a los demás.
Se multiplica.
Glosa a Juan A. García González : Existencia personal y libertad. Anuario filosófico nº 95. 2009, p. 334.5
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¿Cuáles son las dimensiones del hábito?
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Tres son las dimensiones del hábito: la tenencia, la disposición y la relación.
La tenencia es clara en los hábitos categoriales: me pongo un sombrero.
La disposición es clara en los hábitos adquiridos por las potencias espirituales: sé nadar o ser oportuno.
La relación se muestra especialmente en los hábitos superiores.
En efecto, la sindéresis, el hábito de los primeros principios y la sabiduría (que son hábitos superiores) abren la persona, respectivamente, a relacionarse con su obrar, con el universo y con su intimidad, también divina.
La gracia, la esperanza, la fe y la caridad (que también son hábitos superiores) son distintos modos de abrirse la persona a su creador.
Se trata de relaciones existenciales, no categoriales, que tornan a la persona en coexistente.
No son relaciones subsistentes (eso se queda para las personas divinas), pero tampoco son relaciones accidentales, ya que están en el orden del ser. Las llamaré (aunque algunos no lo aprecien) relaciones trascendentales.
A todos los niveles el hábito aparece como continuación del ser : sombrero, simpatía, filiación divina.
Y eso es así porque su ser es inacabable, siempre además.
Glosa a Juan A. García González : Existencia personal y libertad. Anuario filosófico nº 95. 2009, p. 335.4
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Tres son las dimensiones del hábito: la tenencia, la disposición y la relación.
La tenencia es clara en los hábitos categoriales: me pongo un sombrero.
La disposición es clara en los hábitos adquiridos por las potencias espirituales: sé nadar o ser oportuno.
La relación se muestra especialmente en los hábitos superiores.
En efecto, la sindéresis, el hábito de los primeros principios y la sabiduría (que son hábitos superiores) abren la persona, respectivamente, a relacionarse con su obrar, con el universo y con su intimidad, también divina.
La gracia, la esperanza, la fe y la caridad (que también son hábitos superiores) son distintos modos de abrirse la persona a su creador.
Se trata de relaciones existenciales, no categoriales, que tornan a la persona en coexistente.
No son relaciones subsistentes (eso se queda para las personas divinas), pero tampoco son relaciones accidentales, ya que están en el orden del ser. Las llamaré (aunque algunos no lo aprecien) relaciones trascendentales.
A todos los niveles el hábito aparece como continuación del ser : sombrero, simpatía, filiación divina.
Y eso es así porque su ser es inacabable, siempre además.
Glosa a Juan A. García González : Existencia personal y libertad. Anuario filosófico nº 95. 2009, p. 335.4
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¿Expresan los hábitos una progresiva intensificación del carácter activo del ser?
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No estoy completamente de acuerdo, en este punto, con Juan A. García Gz.
Concretamente, en lo que se refiere a la noción de "intensidad".
A mí me parece que la intensidad es propia de la potencia.
Los actos no son más o menos intensos. Los actos son superiores o inferiores, jerárquicos.
Y los hábitos son actos.
Los hábitos más que intensificar, multiplican la actividad del ser, creando nuevas relaciones.
El ser personal es coexistente y multiplica sus relaciones.
No se trata, claro está, de relaciones accidentales. La persona se desdobla con sus hábitos, hacia fuera y hacia dentro. Es un ser-con hábitos.
No el mit-sein de Heidegger, que apunta a la sociabilidad. Sino el co-ser que rebrota, que sobra. No solo alteridad, sino dualidad interna, radical.
La persona no puede existir sin multiplicarse. Y esta multiplicación es posible por la dualidad (hábitos) y la alteridad.
Glosa a Juan A. García González : Existencia personal y libertad. Anuario filosófico nº 95. 2009, p. 336.3
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No estoy completamente de acuerdo, en este punto, con Juan A. García Gz.
Concretamente, en lo que se refiere a la noción de "intensidad".
A mí me parece que la intensidad es propia de la potencia.
Los actos no son más o menos intensos. Los actos son superiores o inferiores, jerárquicos.
Y los hábitos son actos.
Los hábitos más que intensificar, multiplican la actividad del ser, creando nuevas relaciones.
El ser personal es coexistente y multiplica sus relaciones.
No se trata, claro está, de relaciones accidentales. La persona se desdobla con sus hábitos, hacia fuera y hacia dentro. Es un ser-con hábitos.
No el mit-sein de Heidegger, que apunta a la sociabilidad. Sino el co-ser que rebrota, que sobra. No solo alteridad, sino dualidad interna, radical.
La persona no puede existir sin multiplicarse. Y esta multiplicación es posible por la dualidad (hábitos) y la alteridad.
Glosa a Juan A. García González : Existencia personal y libertad. Anuario filosófico nº 95. 2009, p. 336.3
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