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¿Por qué se dice que los hábitos inferiores son como una segunda naturaleza?

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Los hábitos inferiores son los categoriales: los del cuerpo humano (por ejemplo, la capacidad de maquillarse, vestirse o teclear en el portátil) (etiqueta 1.9.2 (2)) y los adquiridos por las potencias espirituales (por ejemplo, ser poeta, tener buen gusto, ser poliano) (etiqueta 1.9.2 (3)).

Estos hábitos modelan la naturaleza humana; por eso se dice que son como "una segunda naturaleza".

Notemos, sin embargo, que si podemos teclear o filosofar es porque la persona está detrás. No es que la persona se constituya como el conjunto de capacidades de una naturaleza. Esas capacidades no existirían si la persona no fuera anterior a ellas.

No es que la persona sea el individuo de naturaleza racional, sino que podemos tener una naturaleza racional porque somos, antes, personas.
Aunque la mona se vista de seda, mona se queda.

La segunda naturaleza proviene, pues, de la libertad personal (la libertad como persona).

Es entonces más fácil entender que un embrión humano no es humano porque tenga neuronas con capacidad de llegar a pensar, sino que esas neuronas pueden ser un día instrumento del pensar porque pertenecen una persona humana.


Glosa a Juan A. García González: Existencia personal y libertad. Anuario filosófico nº 95. 2009, p. 332.2
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¿Por qué está el cuerpo humano inacabado?

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El cuerpo humano está inacabado para que cada persona pueda libremente mejorarlo.

La mano, por ejemplo, no es la garra ni la pezuña, acabadas para sus respectivas finalidades. Por eso, al estar abierta a múltiples usos, la persona puede utilizar guantes, martillos, y hasta sellar alianzas.

La corporalidad humana, gracias a los hábitos que llamamos categoriales (el tener con el cuerpo), amplía sus posibilidades.

El rostro no es la jeta del animal. Está abierto a la sonrisa y también al llanto, o a la burla. Sabe hacer guiños.

El cuerpo humano no está terminado, y para no ser un pelele requiere el concurso de la inteligencia, de la persona que hace desbordar su actividad potenciándola al infinito (pues la inteligencia es susceptible de crecimiento infinito).

El cuerpo humano manifiesta así la inagotabilidad propia de la persona.





Glosa a Juan A. García González: Existencia personal y libertad. Anuario filosófico nº 95. 2009, p. 332.2


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