La religiosidad de las
culturas agrícolas es el mito.
Lingüísticamente, el mito es
una narración inmemorial y anónima, con fuerte componente social (se transmite
en sociedad).
La religiosidad primitiva se
ha complicado y se degrada en las culturas agrícolas.
Su decadencia radica en la
antropomorfización de los poderes del mundo: formas humanas que se localizan en
un espacio que se suele situar en las alturas.
Son lugares
"divinosos" lejanos en el tiempo, pero que gravitan sobre el tiempo,
desde aquel lugar.
El espacio adquiere una
prevalencia sobre el tiempo.
La resultante de estos
factores es el miedo.
Este proceso de complicación
y degradación se condensa en los mitos.
Los dioses y Dios tienen su
propia manera de ver las cosas y deshacen los proyectos humanos.
Dios pasa a ser una fuerza
implacable que no guarda relación sistémica con el hombre: no es protector, no
es padre.
En el fondo, estas culturas
despersonalizan: desaparece la libertad pues todo está sumido a la necesidad.
Dios es la necesidad. No hay
relaciones amorosas, donales, libres.
El cosmos se interpreta
divinosamente. Es un todo inexorable.
Los dioses, más o menos
antropomórficos están sujetos a la necesidad.
Dios es el Gran Todo. Él
mismo es necesidad.
Necesidad ciega,
imprevisible. Ningún viviente sabe a qué atenerse respecto de ella.
La pérdida del sentido
personal de Dios, de un Dios padre y protector, con el que se puede hablar,
lleva consigo el encontrarse solos frente a los poderes del mundo, frente a la
necesidad.
De esto habla Polo en el
último capítulo de "Quién es el hombre" p. 230.2 a 231.2
Les aconsejo ir a la página titulada "religión
y libertad" donde he intentado una síntesis de este último capítulo. Se
accede a ella por el enlace en letras rojas situado al inicio del blog.
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