Tanto la Ilíada como la
Odisea interpretan el cosmos de manera divinosa. Hay un implacable sometimiento
a la necesidad. Lo divino es la necesidad.
En la Ilíada hay un extraño
héroe, Aquiles, un tipo menos bello que lo que como poema tiene de bella la
Ilíada.
Su odio al troyano resulta
obsesivo. Es el hombre como un ser arrastrado por fuerzas de venganza. Él cree
hacer algo por su cuenta, cuando en realidad es una marioneta.
La Odisea contiene elementos
de religiosidad más relevantes que la Ilíada.
Se puede sostener una visión
optimista de la Odisea, con el final feliz del regreso del héroe, pero, en el
fondo, el viaje de Ulises es una inmensa tragedia. Fíjense que en las grandes
decisiones aparecen los muertos como consejeros. Los muertos proyectan sobre el
término del viaje el sinsentido del pervivir postmortem : los muertos ya no
pueden hacer nada.
Y fíjense en Penélope,
símbolo de la feminidad. Teje y desteje. El esperar de Penélope irá seguido del
seguir esperando… nada.
Lo importante en la Odisea
es el viaje.
El hombre está enredado en
una tarea temporal que es un símbolo carente de cifra. El telar de Penélope es
el tiempo que hace y deshace. ¿Qué espera Penélope? En la visión optimista de
la Odisea, espera a su marido. Pero la sombra del sinsentido se cierne sobre
las vidas humanas ya que el futuro está cerrado. El hombre es
un náufrago vertido en la fatalidad enigmática.
De esto habla Polo en el último
capítulo de "Quién es el hombre" p. 231-233
.
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