El ser primero o ser natural del universo físico, es fijo.
Es como un caleidoscopio* que podemos girar dando
lugar a infinitas combinaciones.
A cada vuelta los cristalitos se fijan, nos deleitamos
y volvemos a empezar.
El ser primero, en su sencillez, obedece. Ya está
fijado lo que el universo puede dar de sí.
El ser segundo o ser personal es siempre creciente, gracias a su esencia, inagotable. Es
la persona que maneja el caleidoscopio a su antojo. Manifiesta su
insaciabilidad girándolo a su gusto. No lo puede desechar, porque la esencia
humana es el disponer indisponible, pero sí que lo puede romper (y entonces
habrá que arreglarlo).
Y al no estar sola, puede combinar su caleidoscopio
con los caleidoscopios de los demás, proyectándolos, si quieren, para jugar
amorosamente.
La persona, dice Polo, crece en tanto que coexiste. El
ser segundo o ser persona humana es así, un acto siempre creciente, gracias a
su esencia, inagotable, que inventa mundos nuevos con los demás. Para Dios.
* El caleidoscopio es un aparato óptico consistente en un tubo con dos o
tres espejos inclinados de tal manera que al mirar por un extremo ciertos
objetos puestos en el otro (cristalitos de colores) se ven multiplicados y
formando figuras simétricas.
Un misionero me regaló siendo niño un caleidoscopio. No me cansaba de
girarlo, asombrado ante las imágenes siempre nuevas que aparecían.
Glosa
a Juan A. García González: Existencia personal y libertad. Anuario filosófico
nº 95. 2009, p. 330
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