Las averiguaciones de Polo sobre la libertad
trascendental nos ofrecen una de esas conclusiones que nos confortan en la
contemplación admirativa:
La actividad radical de la persona es libertad.
No se trata aquí de ser libres para escoger azul o
amarillo (que son los colores de la R.D. del Congo, con el rojo), o que me
dejen hacer lo que quiero. No, no estamos hablando de la libertad en la esencia
humana, sino de la libertad trascendental o libertad radical o la libertad como
persona.
Se trata de que, sin ningún condicionamiento previo,
la actividad personal prosigue.
La persona no tiene potencia antecedente.
Polo dice en el tomo I de su Antropología
trascendental, p. 230, nt 50, que la libertad trascendental "puede
describirse como capacidad directamente activa o no potencial".
Invito a no imaginar el ser personal como un mecano en
el que los 4 radicales (co-ser, libertad, entender y amar personales) fueran
como tubos de una estructura. No. El ser personal es fuente activa. Los
radicales se convierten entre sí.
Pero lo que alcanzamos ahora es a darnos cuenta de que
esa fuente activa es libre.
Si miramos al co-ser,
veremos que la persona es un ser dual.
Si miramos el entender,
veremos que la persona busca su identidad.
Si miramos el amar,
veremos que la persona busca quién aceptará su don.
Y en cualquier caso, mirando a la libertad trascendental veremos que la persona recomienza (Piá diría
co-comienza) sin cesar. Ésa es su actividad, la libertad, el juego del amor.
Glosa
a Juan A. García González: Existencia personal y libertad. Anuario filosófico
nº 95. 2009, p. 341
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