Pero el filósofo puede comprenderlo.
Polo identifica la libertad "trascendental"
con la persona que cada uno es.
El ser personal que soy está abierto por dentro, es
libre porque puede ser todas las cosas, si Dios se las da (y lo hace al
crearlo incluyéndolo atópicamente en el ámbito de la máxima amplitud) y las acepta libremente, queriendo.
La libertad trascendental es la apertura de la
persona, apertura que no tiene restricciones.
La libertad trascendental, como todo en el hombre, es
dual: su miembro inferior es la libertad nativa y su miembro superior es la
libertad de destinación.
La libertad nativa es otorgada por
Dios al crear a la persona al modo de llamada y es apertura a recibir un
encargo, al que libremente podemos destinarnos, si queremos.
Por eso Goethe dice que el hombre libre es el
"noble", el que espera un encargo.
Y en "Quién es el hombre", Polo recuerda que
Caperucita recibe un encargo: llevar el cesto a su abuelita.
La vida es la realización del encargo.
El encargo que nos hace la libertad es, de
entrada, el de edificar la vida.
La libertad nos compromete, pues la libertad nativa
nos hace un encargo y se transforma en búsqueda de destino. ¿Quién aceptará mi
vida? Aparece así en nuestro horizonte el miembro superior de la libertad
trascendental: la libertad de destinación.
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