El pactismo es una doctrina bastante abundante en la
edad moderna; recuérdese, por ejemplo, el contrato social de Rousseau.
Pero si las normas éticas fueran puras convenciones, o
lo que es peor, si fueran naturales en el sentido biológico (como la
leona cuida a sus cachorros), entonces no se pueden tomar en serio, porque no
concernirían mi libertad trascendental.
O las cumpliríamos necesariamente (como hacen los
leones) o consistirían en un ajuste, todo lo democrático que se quiera, a un
destino impuesto.
Sin embargo, el destino no se impone al ser libre. El
ser libre se destina a su destino y las leyes éticas son las leyes del ser
libre para ser libre, para destinarse: "haz el bien para crecer".
El hombre libre debe encontrar el bien y
capacitarse al amor, queriéndolo, libremente.
Si estas leyes no existieran, si no tuviéramos el deber
de buscar el bien y de crecer en el amor, seríamos animales.
El que considera la ética como un código pactado de
conducta para que los lobos no se coman a los lobos, o para que juntos vivamos
mejor, limita su horizonte a la biología. Se reduce a vegetar, a rumiar y, a lo
más, a procrear.
Esto es gravísimo para el ser que va más allá de su
especie; para el ser que está abierto, por dentro.
De
esto habla Polo en "Ética". Hacia una versión moderna de los temas
clásicos. 2ª edición. Unión Editorial. p. 61.2
Para
saber más:
sobre
normas, bienes y virtudes, ver etiqueta 9.1.4
sobre
la ley natural, ver etiqueta 6.2.0
sobre
el destino, ver etiqueta 13.0.0
sobre
el derecho, ver etiqueta 9.14.0
sobre
la humanización, ver etiqueta 9.2.1
sobre
la distinción hombre-animal, ver etiqueta
4.6.1
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