Si seguimos estrictamente la tradición, diremos que es
superior el acto y que el hábito es una disposición, un accidente, que permite
realizar antes, más y mejor el acto.
Sin embargo, si consideramos que el hábito es también acto,
y un acto superior a la operación, nos daremos cuenta de que la virtud es más
alta que sus actos.
¿Por qué? Porque los actos son jerárquicos y, como en una
escala, le miembro inferior está unido al superior. Ver con la luz del superior
es más que lo visto con la luz del inferior.
El acto de ver a un pobre con generosidad o piedad es
superior al acto de ver al pobre.
Las virtudes teologales no son, pues, disposiciones,
accidentes, sino elevaciones.
Y sostenemos que son elevaciones de los trascendentales
personales. Radican en el acto de ser personal.
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