El hábito es superior al acto (al acto en cuanto operación
inmanente) porque el ser personal es jerárquico en su intimidad.
Los hábitos y virtudes siempre son más activos que las
operaciones inmanentes que derivan de ellos.
El hábito teologal nos abre a Dios siendo como es una elevación divina.
Dios tira para arriba y la persona acepta lo que Dios le va
dando.
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