La persona humana está abierta por dentro, es intimidad. Y Dios es más
íntimo aún. Él es suprema intimidad.
La interioridad del Origen no acaba nunca. Inagotabilidad, origen de
nuestra inagotabilidad.
La persona humana, libertad trascendental, es inclusión atópica,
abriéndose "por dentro", en el ámbito de la máxima amplitud, Dios.
Somos íntimos a Dios porque Dios es íntimo a nosotros.
Nuestra intimidad es una interioridad infinitamente "intensa",
inagotable. Así se aclara la noción de intensidad referida a la persona y no a
su esencia.
También la podríamos llamar "crecimiento
intrínseco sin culminación".
La intensidad del Origen es inabarcable, es decir, máximamente amplia.
El tema del Intelecto personal humano (intellectus ut co-actus) es precisamente esa máxima amplitud.
En atención a ello Polo sostiene que el carácter de "además"
que caracteriza a la persona, se incluye atópicamente en el ámbito de la máxima
amplitud (que es una de sus definiciones de la libertad trascendental).
¿Quién soy? La respuesta no acaba nunca, pues soy "además".
Mi identidad se corresponde con la infinitud de mi Origen.
El carácter de "además" se distingue de la Identidad (Dios)
y es creado. El hombre no añade nada a Dios (Dios y la criatura no son un
todo).
Sin embargo, la interioridad de la Identidad, es decir, Dios dentro de
mí, no anula mi identidad. Dios me crea dentro de sí y habita dentro de mí
creándome como "además", si quiero "añadirme", si no, me
malogro. Como soy libre, puedo tarir la fuente y cosificarme.
Pero también puedo, libremente, dar gloria a Dios, pues mi ser es, por
dentro, infinitamente "intenso".
Esa "manifestación" de la gloria de Dios, crecimiento de la
persona humana es crecimiento
"esencial".
De esto
se habla en Antropología trascendental. I. La persona humana. p.194, nota 58
.
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