Si, pues uno de los criterios que permiten discernir
si estamos respetando la dignidad de la procreación humana es el no inmiscuirse
o alterar la originalidad de cada ser humano.
Lo que la persona esencializa, añadiéndose a la vida
recibida de los padres, no es su especie, sino su tipo (lo importante no
es que nazca un humano sino que nazcas tú).
No somos espíritus angélicos que escogen un cuerpo
para manifestarse, encarnándose. En nuestro origen somos ya mujer o varón,
situados en el tiempo, dependiendo también físicamente de nuestros padres.
Despreciar el tipo, no queriendo que un hijo sea, por
ejemplo, varón; manipular los genes queriendo enmendarle la plana al Creador,
convierte la procreación humana en producción de un artefacto. La igualdad del
hombre y la mujer, la igualdad de las razas y de las combinaciones que el amor
humano puede engendrar exige que la procreación respete el aparente azar en la
descendencia.
Otra cosa es intervenir para corregir algún defecto,
si se puede. Pero ser negro no es un defecto. Y ser mujer tampoco.
Las personas que sienten frustración por su situación
en el mundo o de sus hijos, médicos, investigadores, padres, no acaban de
comprender la originalidad, el deseo amoroso de Dios (y el derecho
de cada uno a ser amados como Dios le ama).
Para saber más :
Etiqueta 8.7.0 bioética.
Etiqueta 6.1.0 especies y tipos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario