Aunque nuestra respuesta dependa estrictamente de
nuestra libertad personal, la raíz última de nuestra dignidad es el amor personal
que el Origen nos otorga.
Cierto que somos irreductibles. Pero no somos
individuos pues sin réplica no seríamos libres.
Nuestra dignidad no radica en la irrepetibilidad, sino
en nuestra filiación.
Somos irrepetibles en la irrepetibilidad del Hijo.
Merecemos el respeto de los hijos de Dios.
Siempre es bueno hablar de paternidad, pero especialmente hoy.
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