La
cuestión de la muerte es una de las grandes vías de entrada al tema del hombre.
Si nos
atrevemos a pensarla, se ponen en claro las grandes dimensiones del ser humano:
tenemos cuerpo, somos alma espiritual, dependemos de Dios.
Empezamos
a darnos cuenta del fondo de muchos anhelos del hombre: querríamos ser
inmortales o, lo que es lo mismo, descifrar los símbolos que los humanos
cultivamos (cultura).
Y símbolo
fuerte es la muerte.
Se cuenta
la siguiente anécdota: cuando los comunistas eran comunistas de verdad, en un
coloquio con intelectuales de Occidente, salió a relucir el famoso asunto de la
sociedad perfecta, sin clases, en que culmina la historia. Y uno de los de
Occidente preguntó: - ¿Y si en esa sociedad perfecta un tranvía atropella a un
niño y lo mata? Un comunista respondió: - En la sociedad perfecta no habrá
tranvías.
La
filosofía moderna desvía la vista
de la muerte, buscando teorías (como la marxista) para esquivarla.
Sin
embargo, la muerte nos orienta a restaurar el sentido trascendental del yo:
adorar-yo. La muerte nos anima a expresarlo simbólicamente, enamorados de Dios.
De esto
habla Polo en el último capítulo de Quién es el hombre, p. 218.2-3. Y habla del
adorar-yo en Antropología trascendental I, p. 211.”
Para
saber más sobre la cultura, ver Etiqueta 7.2.0
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