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El planteamiento clásico sobre el conocimiento de las
personas nos dice que conocemos cuándo un ser es una persona humana al
descubrir que se manifiesta su "naturaleza".
Como una persona es un animal que tiene razón, cuando un animal habla, es persona. Ahí hay una
naturaleza humana.
Desde un planteamiento nominalista las cosas cambian,
pues para el nominalismo cada individuo es radicalmente distinto de los demás. No
hay una naturaleza común.
Cada uno será lo que manifiesta, lo que es capaz de
hacer.
A partir de ese prejuicio se entiende que tengamos que
ponernos de acuerdo para decir quién es un hombre y quién no. Somos nosotros
los que ponemos la etiqueta "hombre" a ciertos individuos. Habrá que
recurrir al consenso o a la autoridad del legislador.
Para unos el determinante será la autoconciencia, para
otros el uso de razón y la libertad, para otros la edad.
En la práctica estas teorías derivadas del nominalismo
han tenido mucha importancia a la hora de legislar sobre el aborto, la
experimentación con embriones humanos, la esterilización de los deficientes
mentales, y casos semejantes.
Para poder, sin embargo, reconocer a una persona hay
que saber que la persona es un ser con una dignidad superior a los demás seres,
pues la persona es un ser abierto a
la trascendencia. Aunque a veces no lo manifieste, aunque no hable, aunque
no tenga aún la capacidad de conocer los
primeros principios de la realidad, ya los posee.
La persona humana tiene
siempre una luz encendida, llamémosle intelecto agente, o "inteligir
como persona", o libertad trascendental.
Aunque para ver, tenga que abrir los ojos.
Un embrión humano no conoce (aún tiene los párpados
cerrados) pero está abierto por
dentro, es una relación subsistente.
El ser no se identifica nunca con sus manifestaciones
externas. Con ellas podemos tener indicios. La persona se puede manifestar más
o menos…, o nunca, en esta vida.
De ahí que reconoceremos la dignidad que hay en las
personas por su semejanza a la nuestra.
Tomás de Aquino diría: cuando hay "forma"
humana, hay alma humana.
El óvulo fecundado es persona humana. Ya tiene forma
humana (46 cromosomas ordenadísimos).
Tiene un destino trascendente. Es un ser abierto por
dentro, aunque aún no lo esté, aún, por fuera.
Ideas
sacadas de Rafael Corazón. Filosofía del conocimiento, pp 118-121.
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