Sería un error considerar que las normas éticas son
leyes en sentido lato, es decir, no propiamente leyes, por el hecho de que se
pueden conculcar.
Las normas morales obligan. Es cierto que no
son como las leyes que formula Newton en la mecánica racional, o las leyes
según las cuales funciona el instinto. Pero obligan.
Las leyes físicas tienen carácter automático, son
inevitables. Las leyes morales pueden conculcarse, pero ello no atenúa su importancia
La normatividad moral es un camino insustituible para
la realización del sujeto libre.
De nada sirve si el sujeto no es libre. Es inútil poner un semáforo para perros.
Pero para el sujeto libre las normas son
insustituibles. El incumplimiento de la norma ética detiene la libertad
(nuestra actividad no comprimida, nuestro ser "crecimiento") y la
sujeta a reglas inferiores a ella, inferiores al crecer liberador. Rige
entonces la obstinación, el capricho o, lástima, la frivolidad. Más que de libertad
esclava habría que hablar de ilusiones o evanescencias de la libertad.
Las normas morales no sujetan de manera inexorable al
ser humano, pero expresan un deber ser, obligatorio y al mismo tiempo
libre. No son leyes irreales que nos damos a nosotros mismos o convencionales.
Rigen realmente nuestro vector de finalización.
El hombre no está finalizado por la especie, tiene que
darse a sí mismo el fin, libremente. Pero eso no quiere decir que pueda hacer
cualquier cosa. "Debe" hacer, dentro del ámbito de la máxima
amplitud, lo que las normas morales (de crecimiento) le exigen.
La normatividad moral se reduce a amar (a Dios y al
prójimo). Seré cada vez más libre, en la medida en que sepa amar, en que me
deje y me dejen cumplir las normas morales. ¡Qué bien se está!
De
esto habla Polo en "Ética". Hacia una versión moderna de los temas
clásicos. 2ª edición. Unión Editorial. p. 60.3
Para
saber más:
sobre
la ley natural, ver etiqueta 6.2.0
.
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