Cuando se considera el
hombre a través de la historia se encuentra constantemente la
religiosidad.
Desde las protoculturas
hasta nuestros días (Islam) es un dato abrumador. El ateísmo es un fenómeno o
una actitud humana, más bien moderno. En la historia hay muy pocos ateos.
Una cultura que, al menos
oblicuamente, no aluda a lo divino, estaría, como cultura, truncada, porque lo
estaría su misma índole simbólica: no habría nada que descifrar en ella, todo
estaría ya dicho o estaría en una fase terminal. No quedaría ningún símbolo
para vivir.
Imaginen que todo fuera
fútbol: agotamiento repetitivo.
No debemos olvidar las
averiguaciones acerca de la libertad humana, actividad inagotable que surge de
una fuente. Esa fuente es el Poder y para entendernos con el Poder debemos
cifrarlo en símbolos.
La religiosidad está
presente en todas las culturas pues el hombre sabe (al menos es
transconsciente) que su ser (libertad) depende de un Poder (que le da la
libertad).
Cultura es saber a qué
atenerse. Cualquier cultura es simbólica, cifra lo recibido, ordena la
naturaleza ¿Para qué sirve lo que he recibido?
La cultura es continuación
de la naturaleza.
¿Qué he de hacer ante el
Poder? La cuestión última es también primera.
Si no encontramos la
"palabra", el "símbolo", la cifra, que dé sentido a mi
existir, vagaré como Caín.
Reducir la vida a fútbol no
es cultura, sino falta de cultura.
Sin embargo, el fútbol
libremente asumido es cultura, cultura del juego, como la guerra de las
galaxias o el ajedrez.
La dimensión religiosa nunca
faltará en cualquier cultura pues la Fuente es inagotable y los hombres
seguimos viviendo.
De esto habla Polo en el
último capítulo de "Quién es el hombre" p. 225.
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