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El hombre es moralmente libre gracias a los hábitos adquiridos (hábitos de la inteligencia y virtudes de la voluntad).
Las potencias espirituales (inteligencia y voluntad) no obran exclusivamente en dependencia de su motor.
Si la inteligencia adquiere hábitos y sabe ya ejercerse, no precisa la presencia de lo inteligible para actuar. Obra cuando le parece a la persona que la domina gracias a los hábitos.
Y si la voluntad ha adquirido algunos amores o aficiones no necesita de la presencia del bien que la atraiga. La persona obra cuando quiere.
Las potencias espirituales pueden prescindir de sus estímulos pues en cierto modo los guardan gracias a los hábitos.
El hábito se puede comprender como cierta "memoria" que retiene lo que mueve a las potencias. Así, la persona dispone con ellas libremente.
Las personas obran por sí mismas, no sólo movidas por su naturaleza. Disponen mediante la naturaleza enriquecida con los hábitos.
Aunque no suene el timbre soy puntual. Si quiero.
Glosa a Juan A. García González : Existencia personal y libertad. Anuario filosófico nº 95. 2009, p. 339.2
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