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Para entender el acto vital, que llamamos praxis, y distinguirlo de
la kínesis, que es el movimiento de los seres sin vida, la noción clave
es la de "retroalimentación" que regula el crecimiento propio del
ser vivo.
<en la etiqueta 1.15.0 estudiamos los
distintos tipos de movimiento>
Retroalimentación significa que el ser vivo
se alimenta hacia atrás, es decir, nutre (o adapta o regula o mejora) su forma
inicial con nuevas informaciones, que le permiten mejorar su actividad.
En la kínesis rige solamente la causa
eficiente, según el orden ya fijado en el universo.
En la praxis vital, sin embargo, el
movimiento modifica el entorno y esos cambios retroalimentan, adaptan,
regulan y mejoran la forma inicial, el programa de vida del viviente.
En el caso del movimiento vivo, además del
orden del universo, rige otro orden, el de la causa final propia de ese
ser vivo, el orden o plan propio de ese viviente.
La praxis vital es un movimiento que
se autoregula.
Genéticamente, el ser vivo posee de entrada,
naturalmente, una información, es una naturaleza específica, pero en la medida
en que se ejecuta su programa informático, la información primitiva se modifica
o adapta o regula o mejora, según el fin propio de ese ser vivo: yo soy
elefante, y yo soy mosquito, y yo hierba del campo.
La causa final o fin propio del ser vivo es
ese programa de crecimiento hacia su fin, posible gracias a su poder de
autoregulación.
Ejemplo: supongamos que el programa de ese
ser vivo manda que surjan tres pezuñas en las patas, pues bien, cuando han
aparecido las tres, hay una información hacia atrás (retroalimentación) y la
producción de pezuñas se interrumpe.
La forma de los seres vivos está, pues, en
cierta medida, indeterminada. Se va determinando no sólo con movimientos o
cambios continuos (como el agua que sale continuamente de la fuente. Eso
sería la noción de causa eficiente) sino
con cambios discontinuos, pues las órdenes dadas se interrumpen y
aparecen otras, plegándose a un orden, a un fin, que está ya contenido
implícitamente en la forma inicial (en los genes y en una información que los
biólogos llaman "información epigenética").
Forma inicial, alma, que se explicitará
según un orden, según la causa final (y esa explicitación u orden superior es
lo que llamamos hiperformalización).
No todo está determinado, explícitamente, de
entrada.
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Pues bien, en los seres vivos libres,
la causa final no está cerrada como en los mosquitos o en las víboras.
Al estar abiertos por dentro, pueden
aparecer ante nuestra alma (estamos incluidos en el ámbito de la máxima
amplitud) posibilidades inéditas.
Nuestros padres no nos transmiten solamente
un código genético, sino que en la medida de su amor (en la medida de su
querer) están también en el origen, trascendental, de la aparición de nuevas
posibilidades.
Intentaré explicarme: si mi madre es
hacendosa, yo podré serlo, no solamente por tener el gen de la hacendosidad, o
por haberme criado en un hogar donde no se pierde el tiempo, sino porque desde
el interior de mi alma aparece clara, la luz (transmisión trascendental) o las
ganas de trabajar.
Libremente puedo apagarla o desoírla, pero
en cualquier caso, procede también de mi madre.
El fin de mi vida no está cerrado sino
abierto por dentro, inserto en la red de la familia humana.
Algunos la llaman, a la red, comunión.
La vida humana, en tanto que don
trascendental, también se nutre, como la vida física, hacia atrás, es decir, en
la medida en que alcanza las nuevas posibilidades que su Réplica le ofrece,
puede libremente ratificarlas. Es verdaderamente "vida", que crece
dentro de las relaciones personales de la familia trascendental que es la
humanidad.
Es mi réplica la que rige, al igual que la causa final propia de los
seres vivos del universo físico, aunque sin estar determinada, pues soy libre.
Rige, si quiero.
Empezamos a vivir cuando Dios nos crea
personas: seres capaces de incorporar (esencializar) perfecciones. Nuestros padres nos dan, con Dios, su
localización en el universo físico, pero también, y esto no es comprensible sin
la noción de réplica, la
"posibilidad" de inspirarse en la realidad, como ellos, a su modo.
Por eso podemos decir que nos dan "su vida", pues gracias a ellos,
podemos inspirarnos como ellos.
El problema más importante a resolver es el
cómo se transmiten esas "posibilidades" o dones, de padres a hijos.
Por ejemplo, mi madre habla con Dios, a
solas, con facilidad. Y también con los ausentes, con sus hijos.
Yo tengo también esa posibilidad, de
inspirarme como ella. Posibilidad que no es física y que puedo libremente
ejercer o no.
No es una posibilidad que heredo genéticamente,
sino en la medida en que mi madre "quiere" transmitirme su vida.
Ese "querer" no puede ser eficaz
físicamente, sino trascendentalmente, si forma parte de mi "réplica"
(mi Réplica es, claro está, el Verbo, que conoce y crea el querer libre de mi
madre).
Las virtudes no se transmiten genéticamente
sino libremente a través de la réplica de cada persona, en la medida en que
padres e hijos quieren.
Del mismo modo que, abandonando el límite
mental, alcanzo o me abro a mi réplica, al hijo que soy en el Hijo, también
puedo alcanzar lo que mis padres o hermanos o amigos (o santos) me transmiten
por la comunión.
María muere con Jesús, compadeciéndose. Al
ser mi Madre, yo tengo también esa posibilidad de compadecerme como ella.
Y tengo esa posibilidad en la medida en que
Ella quiere darme la felicidad.
Es el amor de la madre y del padre el que
favorece la aparición de esas posibilidades.
De ahí que podamos decir que yo vivo (en el
Verbo) la vida de mi madre, al manifestar lo que ella manifiesta o manifestaba o
podría manifestar.
Entiendan ahora que la vida trascendental
funciona como la vida biológica en el sentido de que también aquí rige la retroalimentación. Nuestra vida
trascendental, el don que ofreceremos a Dios, se alimenta hacia atrás, es
decir, nutre (o adapta o regula o mejora) el Plan inicial de Dios para mí, mi
Réplica, con el concurso de las demás vidas humanas, todas ellas activadas en
el Espíritu Santo, que es el orden, siempre nuevo, del Amor.
Es mi Réplica la que se autoregula, tirando
de mí hacia dentro, cual llama divina,
si quiero, y gracias a los que me quieren.
No todo está determinado, explícitamente, de
entrada.
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La persona humana crece, en esta vida, en la
medida en que su esencia (su acto vital) se retroalimenta gracias al mundo.
Y en la medida en que encuentra trascendentalmente su verdad personal, (al ir encontrándose con
su réplica), dispone mejor. Crece.
En la otra vida, cuando nuestro don (que es nuestra esencia o acto
vital personal humano) es aceptado por Dios, nuestro crecimiento será
intrínseco y sin culminación. Entonces mi esencia (que es mi valor potencial)
tirará desde arriba de mi ser personal, seré en el Verbo réplica de Dios, según
como quiera libremente jugar o cantar (que también podemos llamar metalógica de
la libertad).
El acto de ser personal, la persona que soy hace siempre pie en la
esencia, hacia abajo (en esta vida) y hacia arriba (en la otra).
Para una información más completa: ir a la página “la vida”, he aquí el
enlace: http://preguntaspolianas.blogspot.com/p/la-vida.html