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Por una inveterada manía, que preside en gran parte una orientación filosófica correcta, que es el realismo, se suele tender a considerar que la realidad por antonomasia es la substancia; es lo que se llama realismo substancialista.
Ahora bien, si se entiende que la substancia es la realidad por antonomasia se concluye que la plenitud de la noción de acto corresponde a la entelécheia.
Ser real como una montaña es real, como un monolito.
Entonces, el conocimiento en acto, el acto de conocer, se considera secundario, como si fuera un accidente de la montaña, un volcán. Se le presta menor atención, como si fuera un asunto marginal a la filosofía primera.
El ser personal no es estrictamente substancia. El ser personal es otro sentido del ser. La persona, más que substancia es subsistente espiritual abierto.
No es lo mismo ser una montaña que “conocer” una montaña. “Conocer” es ser comunicando, incorporando otras realidades. Estamos abiertos por dentro y por fuera.
La imagen del volcán (que es sólo una imagen) nos sirve como eso, como imagen. Somos energía, enérgeia, pero no energía física sino “espiritual”. La persona puede dar más, puede darse, ser comunión.
Puedo poner todas mis “energías” al servicio de Dios. Y de los leprosos.
Glosa a Polo en Introducción a la Filosofía, p.71.2
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