Por decirlo rápidamente, la antropología cristiana porta la comprensión
no solo hiperformal, sino hiperteleológica
del hombre.
El hombre no solo tiende a la felicidad, sino que va más allá del
tender.
¿Qué puede haber más allá de la tendencia a poseer y de la posesión
misma de la felicidad? Obviamente, el
donar. Si la actividad del
amor es donante, trasciende lo que los griegos entendían por télos.
He aquí la hiperteleología cristiana.
Donar es dar sin perder,
la actividad superior al equilibrio de pérdidas y ganancias.
Dios es Dar y el hombre, hijo de Dios, es también dar,
"además".
El aprecio por la verdad, por la capacidad humana de conocer, se lo
debernos en gran parte a los griegos. La dimensión amorosa elevada a
culminación, la debemos evidentemente al cristianismo.
Desde el punto de vista filosófico, quien ha incorporado el amor al
planteamiento cultural de Occidente, quien ha contribuido a su expresión
literaria extensa, es Agustín de Hipona. Por eso a San Agustín se le llama el
padre de Europa.
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