- la presencia divina eterna e infinita
- la presencia característica del conocimiento humano de Cristo
- la presencia de los ángeles
- la de Adán antes de la caída
- y la de la Virgen santísima.
En la
primera dimensión del abandono se excluye a la presencia mental para advertir
el ser extramental.
Pero en
la segunda dimensión no se excluye a la presencia mental, sino que se la
desposee de objeto para descubrir la tetracausalidad.
La
presencia mental se mantiene. Vaciándola. Esto implica una pugna para que no
aparezcan los objetos.
Se
pugna manteniendo habitualmente la presencia, y es entonces cuando la presencia
mental es una luz iluminante que
coincide con la temática cuádruple.
En
la tercera dimensión del abandono, nos desaferramos o alejamos de la presencia
mental, pero haciendo pie en ella. Esto no significa volver a la presencia sino
precisamente alejarse de ella.
Así se ve que el "presente", no pertenece
propiamente al orden del co-acto de ser personal humano, aunque lo necesitemos
para alcanzarlo.
Y así se ve también que "desaferrarse de la
presencia mental" se equipara con el alcanzar el futuro en su sentido más
estricto.
Como la humanidad de Cristo no está sujeta al pecado,
debe afirmarse que su presencia mental, durante su vida terrena, era
susceptible de un perfeccionamiento intrínseco, de un intenso crecimiento
"penetrativo", del que carece la presencia mental del hombre
caído.
¿Cómo funciona
el conocimiento habitual adquirido en el hombre caído?
El conocimiento
habitual adquirido es simbólico-ideal, es decir, un conocimiento
que supera la limitación presencial del hombre caído, por no detenerse.
Por tanto, es
inherente al conocimiento habitual culminar en el desciframiento de
su carácter simbólico. Dicho desciframiento corre a cargo de los hábitos
innatos.
Según el
planteamiento poliano, el símbolo es un remedio a la limitación del
conocimiento presencial humano. En consecuencia, en la medida en que otros
conocimientos presenciales, como el de Jesucristo, no son limitados, los
hábitos son innecesarios.
Jesucristo emplea con gran frecuencia y profundidad los símbolos, que desarrolla en lo que se suele llamar parábolas. Las parábolas son símbolos de especial intensidad, pero no son superiores al conocimiento presencial que tiene Jesucristo.
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