Porque somos humanos.
Al estudiar la antropología
"trascendental" corremos el riesgo de pensar que "lo
importante" es el conocimiento "trascendental".
Pero no hay conocimiento trascendental sin
conocimiento.
Y el conocimiento humano necesita de la vida.
No puede haber conocimiento trascendental, para el hombre, si no ejerce su
actividad esencial (para el hombre la esencia es su vida).
El hombre debe disponer, aceptar, iluminar
(todos estos verbos definen la vida humana) y, si quiere conocerse en
profundidad, ponerse en condiciones de abandonar el límite mental.
También puede, claro está, contentarse con un
conocimiento analógico de Dios y de sí mismo, como se ha ido haciendo a lo largo
de la historia de la filosofía. Que es también actividad esencial.
El hombre no puede acceder a Dios sin ser
hombre, sin actuar como hombre. Lo divino, para el hombre, es siempre humano.
Por ahí va el famoso "valor divino de lo humano".
Nuestra mente no es pasiva; ha de ejercer una
actividad para cualquier conocimiento. Y actividad esencial, vital, no sólo
trascendente.
Los primeros principios, como cualquier otro
inteligible, no llegan o se aparecen a la mente por una eficacia propia y
exclusiva de esos principios.
Hemos de poseer y ejercer, cada uno, la ciencia del conocimiento de Dios y
de lo que Dios espera de nosotros (nuestra Réplica). Parte de esa ciencia es
descubrir el modo de abandonar el pensamiento para conocer trascendentalmente.
Nuestra inteligencia entiende
"formando". Es necesario acceder a Dios y al Nôus mediante un
ejercicio metódico, científico, esencial, humanamente vital.
Esto no quiere decir que nuestra inteligencia
"forme" la imagen de Dios o de nuestro Entender. Sino que debemos
ejercer un método para acceder al conocimiento trascendental de Dios y de
nosotros mismos.
También los místicos, para ver el Cielo,
deben estar humanamente vivos.
Más aún. La presencia de Dios que el hombre
puede alcanzar en su trabajo le exige introducir el límite mental, objetivar,
vivir pragmáticamente. Debe olvidarse de sí (de sus filosofías, a no ser que
sea filósofo) y concentrarse en hacer crecer su vida, que es su don.
Polo, no obstante, propone un método para
acceder al ser.
No decimos que para ser felices (o santos)
hay que ser filósofo, (las ciencias tienen, al fin y al cabo una gran utilidad
para vivir) sino que la felicidad es imposible sin ejercer vitalmente el
conocimiento (que es estudiado por los filósofos).
Glosa a Juan José Padial. El abandono del hogar y el
alcance de la intimidad. II Conversaciones de AEDOS. Unión Editorial. p. 88