Tanto el pensamiento clásico como el moderno hablan de la curvatura de
la voluntad.
La voluntad es calificada de curva porque "queremos el
querer". Es decir, porque no es rectilínea como el instinto animal, que
quiere necesariamente. El hombre puede querer no querer y puede querer querer.
La voluntad no va directamente a su objeto. La inteligencia sí, conoce
lo que conoce y ya está, porque la inteligencia no constituye o
"trabaja" sus actos sino que los ilumina. Sin embargo, la voluntad sí
constituye sus actos, teniendo en cuenta al otro y a los otros. Es
extremadamente prudente.
Otros llaman a esa curvatura "reflexión" de la
voluntad" porque la voluntad vuelve sobre sí misma, queriendo o no
queriendo su querer.
Prefiero decir que la voluntad obedece a otras instancias, que no
procede de un solo motor, y que por eso es curva, como una carretera, que se
tuerce y varía según la geografía. O como un río. Como el río Congo.
Es decir, si quiero algo es porque hay una fuente (en realidad son
varias) del querer. Hay un Dar que afluye en la persona y le impele a querer.
Hay un Origen. Y el mismo Origen es Plural.
Polo dice que la voluntad necesita del respaldo de una persona que
constituye los actos de la voluntad.
Los coadyuvantes en esa constitución son la sindéresis (coadyuvante de
la voluntas ut natura) y la razón
práctica (coadyuvante de la voluntas ut
ratio).
Pero aun así, la persona no es un respaldo solitario. Porque la
persona co-existe.
Ser curva no es, por lo tanto, un eterno retorno de mi empecinamiento,
(o, con expresión de Posada, de mi empoderamiento), sino ser delicada, tener en
cuenta a los demás, importarme el otro. Contar con Dios.
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