Como la
persona de don Leonardo Polo Barrena y su obra son de profunda riqueza me
limitaré a ofrecer tres rasgos o
pinceladas de su vida y su filosofía, que pueden ser muy significativos.
Lo conocí
hace 30 años, cuando en 1983 estaba elaborando mi tesis de grado en el Programa
Académico de Artes Liberales-Filosofía, en la Universidad de Piura.
Lo que
inicialmente me llamó la atención fue su confianza y los ánimos que daba para
emprender la investigación en Filosofía. Cuando le llevé la tesis para que la
revisara le acerqué la papelera porque imaginaba que con su nivel filosófico
aquello le parecería demasiado incipiente, por decir lo menos; sin embargo, sus
palabras fueron muy cordiales y me animaron mucho.
Ese rasgo
optimista es algo que cualquier observador atento podía descubrir en él, no se
incomodaba con nada, y eso que llegó en pleno “fenómeno de El Niño” sufriendo
todas sus consecuencias.
Ese mismo
año ofreció un seminario sobre Aristóteles y la ciencia moderna, al que
acudieron varios ingenieros; dio una
explicación bastante aguda de la
física clásica y moderna. Siempre he pensado que aquello constituía algo así
como tender la mano a los profesores de una facultad muy desarrollada en la
Universidad de Piura como era la de Ciencias de la Ingeniería (hoy Ingeniería).
Don
Leonardo era así, veía una situación –la que fuera– y le daba vueltas para ver
cómo podía contribuir a su mejoramiento.
Esto estaba –en la línea de su
optimismo– profundamente incardinado en su filosofía según la cual la única
alternativa de la vida humana es crecer.
Posteriormente,
desarrolló varios cursos y seminarios relacionados en su mayor parte con
la Antropología Filosófica. A partir de
entonces su interés iba en la línea de ofrecernos una profundización sobre la
persona humana, su vida y la sociedad. Para presentarnos sus planteamientos
acudía siempre a los clásicos, especialmente a Tomás de Aquino y a Aristóteles.
Este sería
otro rasgo de Don Leonardo, que no buscaba singularizarse apartándose de los
demás; sino todo lo contrario, hacía todo lo posible para “bajar” y presentar
su filosofía como una “continuación” de los filósofos clásicos y en “diálogo”
con los modernos, a quienes tomaba la palabra o de quienes trataba de rescatar
lo rescatable.
La razón de
ese respeto también está enraizado en su filosofía: la consideración de la
inmensa riqueza del ser personal.
Por eso,
trataba a todos con un respeto exquisito, tanto si era un alumno, un campesino
o un rector. Fue gracias a un alumno de primer año que un día, en cafetería, nos enteramos de cómo surgió su vocación a la Filosofía,
algunos pensarían que iba a considerar que un alumno –casi un niño– no
merecería que le responda algo personal, pero él lo respetó y le respondió.
Eso me
lleva al siguiente rasgo, muy relacionado al anterior, y es que la razón más
profunda de esa consideración y respeto a la persona humana es la convicción de
que ésta es creada por Dios con predilección. El tratar de no perder de vista
de que el ser personal está muy unido a Dios es algo que lo hemos “visto”
realizado en las situaciones más comunes como cuando lo veíamos rezar en el
Oratorio de la Universidad, recogido, con una humildad conmovedora, como un
niño. Esto estaba tan enraizado en él que huía de toda astucia, maquinación,
figuración, simulación, etc., que solía decir que dañaban profundamente la
inteligencia.
En suma, su
optimismo y afán de crecer, su respeto a las personas humanas y su engarce en
las Personas divinas son rasgos importantes de la vida de Don Leonardo; por
ello, damos gracias por el inmerecido regalo de su vida y filosofía.
Por su
amistad y por su generoso magisterio, ¡infinitas gracias maestro!
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