Los frutos de la admiración son sabrosos.
Gracias a ella encontramos el camino que lleva a los
trascendentales, tanto los trascendentales metafísicos, como los trascendentales
personales.
Al admirarse, el filósofo descubre lo que no es
mordido por el tiempo, lo estable.
Frente a él aparece, bella, la realidad (su
fundamento) y, en el hondón del alma, se descubre, en correspondencia, cómo se desatan
las energías humanas (el espíritu).
La realidad es verdad, es buena y es bella
(trascendentales metafísicos).
Más aún, si es verdaderamente verdad es que hay nous
en mi interior (es el trascendental personal entender).
Y si es buena es que soy capaz de aceptar y hay
alguien que da (es el amar, otro trascendental personal).
Y si es bella...ay, si es bella filosofar es cantar.
El que no canta es que ha interrumpido la admiración.
Pero si no se queda estúpidamente estupefacto ante la
realidad, descubrirá que él es también locutivo, que puede aportar más verdad,
más bondad, más belleza.
Es el orden del Amor.
Glosa a Polo en Introducción a la Filosofía, p.45
.
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