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A Leonardo Polo, con
agradecimiento. In memoriam de un gran maestro, líder a largo plazo.
A D. Leonardo, como todos le llamábamos, le mirábamos
con respeto, cuando siempre cansado con su bastón y su boina, pasaba por los
pasillos de la Universidad de Navarra. Su sola presencia, testimonio de un
esforzado trabajo en la búsqueda de la verdad, no dejaba indiferente.
Oí hablar de D. Leonardo cuando estudiaba en Vitoria
primero de Filosofía y Letras. Desde bien pequeña me gustaba la Filosofía
-acababa de obtener Matrícula en esa asignatura-, pero tenía mis dudas sobre si
escoger o no esa Especialidad. Una de sus alumnas me relató con entusiasmo aquel verano de
1969 toda la Filosofía que sabía D. Leonardo y la armonía entre Razón y Fe que
emanaba de su pensamiento. Eso disipó mis dudas, a él se lo debo.
Recuerdo bien las clases –pocas, por diversos avatares
de la vida-, que le escuché. Asistían no sólo sus alumnos sino los de otras
carreras y también afamados profesores: recuerdo a D. Josemaría Martínez Doral,
en la última fila, sentado sobre la mesa, con cara pensativa mientras
balanceaba las piernas.
D. Leonardo llegó a la Filosofía desde una formación
jurídica. Quizá eso contribuyó a que no se perdiera en su erudición, que no era
poca. Se contaba que colaborando con D. Álvaro D’Ors en la organización de la
Biblioteca de Humanidades, ante algún problema comentó no sin cierto humor: “¿Y
para qué queremos tantos libros? Yo ya me los he leído todos”.
Como a otros pensadores del siglo XX le preocupaba el
formalismo en el que había derivado la Filosofía desde la tardía Escolástica.
Lo cierto es que consiguió ir a la raíz del problema y
cuando en la década de los 60, algunos neotomistas re-descubren la piedra clave
del pensamiento de Tomás de Aquino, la distinción esse-essentia, intuye un método de Acceso al SER. ¡Cuántas veces repitió que “una vaca pensada no da leche”, o que “el yo pensado no piensa”!, rebatiendo idealismos y enseñando la
importancia de abandonar el límite mental para llegar a la REALIDAD, al ámbito
propio del SER.
Cuando acabé los estudios seguían corriendo de boca en
boca sus enseñanzas: ¿sabes lo que ha dicho D. Leonardo en un Curso de
Doctorado sobre el orden Predicamental y en otro sobre el Orden Trascendental?
Ha dicho que el Cosmos
tiene un solo Acto de Ser y que el de cada hombre es superior al del Cosmos,
porque es libre.
Aquellas breves afirmaciones iban abriendo grandes
horizontes. Estaba acometiendo la tarea de
ampliar la ontología desarrollada por la Metafísica clásica, para poder pensar
al ser Humano, que es distinto, de otro nivel decía, que el Cosmos, donde la
Unidad es monolítica y el ser jerarquizado, y no da cabida a una la pluralidad
de iguales, aunque sean irrepetibles. Y fue desarrollando una Antropología
enraizada en el SER Personal, que por eso denominó Antropología Trascendental,
aportación que a medida que sea conocida –vio la luz en 1999-, facilitará el
diálogo con la Filosofía Moderna, que planteó cuestiones neurálgicas como la
radicalidad de la libertad, pero no logró resolver, y desarrolladas de un modo
dislocado permean hoy las capas sociales generando complejidad y multitud de
disfunciones.
Durante años, asistí anualmente a unas Jornadas de Filosofía en las que, aunque D.
Leonardo no fuera ponente, estaba allí escuchando y por las tardes intervenía en debate con otros
profesores. Me acompañaban estudiantes de Filosofía de otras Universidades y
después de comer invitábamos a D. Leonardo al “Faustino” para preguntarle
dudas. Él nunca escatimaba el tiempo. Para que no le faltara la voz le ofrecían
caramelos y decía: “De uno en uno, como los actos del conocimiento”. Al acabar
comentaban: en mi Facultad nadie enseña estas cosas.
En una de estos encuentros pude agradecerle lo bien
que lo había pasado cuando entendía o al menos vislumbraba cosas al escucharle.
Me contestó: “señorita, es que conocer
es una Fiesta”. Se me ocurrió comentarle que había tenido una gran
desgracia en mis estudios: no haber podido asistir casi a sus clases. Y
comentó:“¿Ud. cree que eso es una desgracia?” Lo cierto
es que el futuro colmó en parte esa laguna pues tuve ocasión de participar con
él en diversos proyectos de investigación en los que hubo tiempo para
preguntar, para oírle discrepar con Tomás de Aquino al que profesaba gran
respeto: “interpretar el entendimiento agente como una potencia es muy
forzado”, decir que “el alma separada no es persona resulta muy fuerte”, “la
relación no siempre es un accidente, en antropología hay relaciones
constitutivas”.
Hubo tiempo también para exponerle tesis con las que
de entrada discrepaba, aunque su talente era siempre abierto: “lo cierto es que
sobre eso no he pensado”, y verle cambiar de opinión: “si es eso lo que Ud.
quiere decir, todas las pegas que he puesto hasta ahora ceden”. Al pedirle
ayuda decía: “a mí ya no me da tiempo: tengo suficiente con acabar lo que he
empezado”. Recibí de él un reconocimiento inmerecido, cuando en 1999 le pedí
que me dedicara su Antropología y puso: “Para …, filósofa y amiga”.
Sus alumnos también fuimos testigos de un mudo
sufrimiento, el de la incomprensión. En las clases, oralmente comunicaba bien,
pero quizá porque al escribir era oscuro, la mayor parte de sus colegas no le
entendían y siempre fue respetuoso con críticas que recibió, fuertes algunas,
que le llevaron a guardar bajo llave sus principales escritos. Una vez en la
que una alumna intentaba olisquear entre sus inéditos D. Leonardo la detuvo:
“Alto señorita: esos papeles contienen dinamita”. Ese no lograr no hacerse
entender le hizo mella, aunque intentaba sobrevolarlo diciendo: “A mí no me importa que no me entiendan”, o
“yo no quiero tener discípulos”, o “todo éxito en esta vida es prematuro”.
Con respecto a las relaciones entre Razón y Fe tenía
claro que los mayores logros de la
Filosofía se habían conseguido en las épocas en el que la Fe era la inspiración
de aquélla. En sus enseñanzas se traslucían datos de Fe que, sin
confundirse con la Filosofía, se notaba que eran los retos de su esfuerzo
intelectual. A algunos les parecía que esa actitud le convertía en un pensador
ex-tempóreo, inadecuado para dialogar con una filosofía secularizada. Alguno
comentaba: “es que no se le puede sacar de casa”. Pero él no se dejó intimidar por esas
apreciaciones y siguió su camino.
Puedo intuir su alegría cuando, tras acceder al
Pontificado Juan Pablo II, conoció su pensamiento antropológico centrado en la
Persona y en la Donación, ejes de su propio pensamiento. Si alguien tuvo alguna
vez sospecha sobre el acierto de sus tesis, aquello disipaba cualquier duda y
como él mismo confiesa: a partir de 1983 cesó la presión exterior y tuvo pista
libre para divulgar su pensamiento.
Otra importante ayuda le llegó inesperadamente, esta
vez de sus alumnos: cuando a Mª José Franquet se le ocurrió transcribir por la
noche sus clases y entregárselas para que las corrigiera. Al comprobar el éxito
del invento, otros empezaron a hacer lo mismo. Aquello fue su salvación. A
partir de aquel momento ya no escribía, tachaba, sólo necesitaba precisar el
lenguaje oral y para gozo de muchos empezaron a abundar libros de Polo que se
entendían.
Justamente hace dos semanas asistí a un Seminario en
el que se hablaba de una de sus últimas obras: “Filosofía y Economía”, Eunsa
2012. Oí a un joven empresario alicantino exponer las perspectivas que le había abierto ese
libro y lo bien que le hubiera venido haber leído eso antes, pues hubiera
podido evitar ciertos errores.
Está claro que los
filósofos no son líderes en vida: unas veces porque su genialidad no está al
alcance de sus contemporáneos, simplemente, porque necesitan toda una vida para
terminar de elaborarlo y de hacerlo comprensible. Lo cierto es que en D.
Leonardo hay un líder ya reconocido, como lo manifiesta que existan más de 200
obras analizando su pensamiento. Y ya, cuando ha pasado a la otra Vida, su
éxito será maduro, sin efectos colaterales. Estamos al principio, como si
dijéramos, al comienzo de la divulgación de un pensamiento no sólo lúcido en la
teoría sino también con importantes aplicaciones prácticas, porque como se ha
dicho: “No hay nada más práctico que una
buena teoría”.
Blanca
Castilla de Cortázar
Dra. en
Filosofía y Teología
Antigua
alumna de la Universidad de Navarra
Miembro
de Número de la Real Academia de Doctores de España