La reproducción humana tiene de
particularidad el estar transida de sentido ético.
Por ser el hombre un animal, su
generación tiene una dimensión biológica, pero como tanto los padres como el
hijo son seres inteligentes (aunque transitoriamente no se den cuenta) esa
dimensión es inmediatamente trascendida: hay que cuidar al hijo para que
crezca humanamente, inteligentemente. (Una mala solución, éticamente
destructora, sería eliminar al hijo).
Lo engendrado por los padres no es un
animal, sino una persona. De ahí el reconocimiento en las sociedades
humanamente civilizadas de la dignidad de la reproducción humana.
Y de ahí también el valor civilizador
de la familia.
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