La inteligencia dignifica al hombre porque indica que
ese hombre es dueño de sus actos. Es un quién, una persona.
Aristóteles no dijo que el hombre es animal racional,
dijo otra cosa: que es el animal que tiene razón, que no es lo mismo,
pues la razón es tenida por cada uno.
El biólogo que observa la evolución no puede explicar
genéticamente ese "tener".
La inteligencia no es una propiedad (como la
imaginación o los otros sentidos) ligada a cambios materiales.
La conciencia es un tener, que ningún robot u
ordenador posee. Es una novedad en el cosmos.
Los grandes filósofos de la antigüedad calificaron su
origen de divino.
La teoría de la evolución podrá explicar la aparición
de las especies, pero no puede explicar (solo puede describir) el salto que
está en el origen de la vida (al menos hoy por hoy no se puede entender
genéticamente, quizá se consiga con otros paradigmas embriológicos).
Pero, sobre todo, la aparición de la novedad del
"tener", que es la inteligencia, no puede provenir de un cambio
físico. Es un "tener" que hace que el hombre sea dueño, que sea un
quién al que llamamos persona.
Polo insiste: lo decisivo es que el animal que tiene
razón (el hombre) es cada uno.
La conclusión es patente: según la inteligencia, cada
uno de nosotros es superior a la especie biológica humana.
Es una dimensión importante de nuestra dignidad. No
somos elementos de un mecano, sino que tenemos la vida en nuestras
manos.
Un panal produce miel, pero la humanidad no produce
pensamientos. El pensamiento es de quien lo piensa.
De
esto habla Polo en "Ética". Hacia una versión moderna de los temas
clásicos. 2ª edición. Unión Editorial. p. 57.4
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