Llamamos "humanización" al cambio
cualitativo de la especie humana que comienza cuando aparece la libertad en el
hombre y con ella la inteligencia y la posibilidad de amar.
El género de vivientes que
llamamos "homo" culmina
cuando el proceso de hominización conduce la especie humana a saber trabajar,
pues los cuerpos del "homo"
que bien podemos llamar "faber"
no están determinados por el ambiente, pues son capaces de crear instrumentos.
El "homo faber" debe actuar. No como la leona que busca su presa guiada por el
instinto, sino utilizando las neuronas libres, para conectar con sus manos y
"crear" nuevos instrumentos.
Y como esos instrumentos no
están determinados en la naturaleza, como no están incrustados en el
automatismo neuronal, para "acordarse" de ellos, para poder
transmitirlos a las generaciones siguientes, hay que "conocerlos".
Es el momento mágico de la
aparición de la inteligencia humana, espiritual, inmaterial, que marca el
inicio del proceso de humanización en el que siempre estaremos.
Hay rasgos en el ser humano
que no son meramente corpóreos, aunque estén muy vinculados al cuerpo.
El proceso de humanización
es la explicación de aquellas características exclusivas del homo sapiens, que son de tipo psíquico y
cultural.
El "homo habilis" se extingue por
carecer de inteligencia. Tiene capacidad de trabajar, pero olvida la razón de
su trabajo.
La ética, el crecimiento
del "homo", no debe detenerse.
Tras la hominización, "debemos" ser cada vez más humanos.
En eso estamos.
De
esto habla Polo en "Ética". Hacia una versión moderna de los temas
clásicos. 2ª edición. Unión Editorial. p. 28.5 y
38.4
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