Sí.
Somos libres ante la muerte.
Aceptándola.
Pero no según el estoico imperativo categórico
kantiano que dice: como tengo que morir, como, quiera o no quiera, debo morir,
mejor será no rebelarse y aceptar dócilmente que el carro tire de mí, como un
perro atado.
Protestar sería hacerme más daño.
No somos libres ante la muerte en este sentido
estoico.
Soy libre ante la muerte si sé que el tránsito, el
paso que es la muerte, me desvelará el sentido de la libertad nativa que soy.
Libertad nativa es saberse hijo de Dios que nunca me
abandona. Libertad nativa es ser fuente inagotable al depender irrestrictamente, libremente, de un Creador personal. Mi padre es Dios y no la naturaleza.
Así entenderé que el hecho de morir no me quita
libertad, sino que me ayuda a ir descifrando mi vida.
La libertad radical que soy, sola, se quiebra.
El hecho de la muerte la recompone, al comprender que
en ese tránsito se desvelará mi destino.
Buscaré el modo de "pasar" manifestando
mejor mi destino libre, el sentido de mi vida.
En último término, el sentido de mi vida es que sea aceptada por Dios.
Cuando acepto el don que seré, alcanzo el
núcleo de la aceptación de la muerte, el darle sentido donal y,
correlativamente, aceptar que la vida es un don libre a Dios.
La muerte no me quita libertad, sino que desvela su
sentido.
La libertad nativa se dualiza con la libertad de
destinación. Soy libre para la gloria de Dios.
De
esto habla Polo en el último capítulo de "Quién es el hombre" p.
223-224.
Para
saber más sobre la libertad nativa ver la etiqueta 5.5.4
.
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