Para que no aparezca la muerte, Kant hace que la ética
ocupe todo el horizonte.
La libertad para Kant es exacta como un reloj
prusiano: espontaneidad categórica.
El imperativo categórico es una norma absoluta, que lo
abarca todo. Aquí no hay persona, no hay un quién. El sujeto trascendental sabe
lo que sabe y no molesta a los demás con lo que a él le molesta.
Así controla Kant el problema del miedo al futuro.
Atenerse estrictamente a la norma anula la persona:
Las decisiones del yo empírico serían una quiebra; el afán subjetivo-egotista
de pasarlo bien. Un apéndice despreciable.
Sin embargo, al imperativo categórico no le puede
pasar nada. Si cumplimos nuestro deber no caeremos en preocupaciones tan
triviales como la muerte, que es así tapada por el imperativo categórico.
De
esto habla Polo en el último capítulo de "Quién es el hombre" p.
213.5
.
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