No faltan quienes niegan la existencia de la muerte,
asegurando que es una ficción, pues cuando morimos ya no vivimos, sería algo
externo a nuestra vida: la vida ha terminado, luego la muerte no es nada.
Hagamos, sin embargo, un esfuerzo por abandonar la
manía sustancialista que ve todo a través de un “sujeto”, un yo aislado, que se
muere cuando se muere, como muere un perro, una sustancia. Si es así, la muerte
es ciertamente exterior a mi vida.
La persona no es una sustancia que desaparece al
transformarse en cadáver. La persona humana es “adverbio”, es “además”. Este
horizonte nos permitirá comprender el sentido donal de la muerte.
La vida terrestre termina, sí, el don se ha completado
y se abre la gran alternativa: ¿será mi vida aceptada? Hemos llegado al gran
acontecimiento de mi historia: el juicio.
La historia de la persona que soy, viva, muerta y
resucitada.
La muerte es ciertamente un acontecimiento de mi Vida
(no solo de la terrestre).
De
esto habla Polo en el último capítulo de "Quién es el hombre" p.
208.2
.
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