A un acto inmenso: el encuentro
con la verdad.
El "encuentro" es un acontecimiento enorme, colmado por la
verdad.
La verdad "es", en ese enorme acontecimiento que es el encuentro.
La inmensidad de Dios es colmada por el Verbo.
Los animales nunca "encuentran" porque lo único que se puede
"encontrar" es la verdad.
Sin verdad no hay libertad.
La verdad es el desvelamiento del ser.
Para un monolito, de maciza materia, no hay desvelamiento que valga.
Sólo las personas, al ser intimidad pueden encontrarse y encontrar el
sentido del mundo.
Trascendentalmente la persona es libertad, actividad inagotable del
hijo, que busca el desvelamiento del ser,
su tarea, su encargo (quién soy en Dios).
Si no hubiera encargo no habría tampoco verdad trascendental. Las
verdades serían, a lo más, sentimiento, como cuando un perro se topa con una
chuleta de cordero. Las verdades serían datos de funciones logarítmicas. No
habría personas, destino, encargos.
Y uno "se encuentra" el encargo a lo largo de la vida.
No es una verdad desencarnada, o simplemente para "pensar"
en ella, "2+2=4".
La verdad no es un teorema, no es una especulación, no está en las
nubes. ¿Qué me va en que 2+2=4? En todo caso me servirá cuando vaya a contar
dólares o a repartir melones.
La verdad que es mi encargo se yergue ante la propia vida y la
impulsa, la inspira. Todo el valor de mi hacer, de mi práctica, depende de
ella.
Aunque esté muy alta, mi estrella, yo sé que un día la he de alcanzar.
De esto
habla Polo en el último capítulo de "Quién es el hombre" p. 249
.
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