El voluntarismo es un intento de reducir el ser a voluntad.
Un intento de autorrealización.
Pero entonces la voluntad se desvirtúa pues se incapacita su intención de "otro". Se queda en el "auto".
Recordemos que el ser de la creatura depende del Creador y que la dependencia de la creatura "humana" es singular porque su ser es libre, es un ser creado desde una llamada, que espera respuesta.
Por eso es libre.
La persona humana responde si quiere, queriendo.
Es un querer curvo, que depende libremente de Otro, al modo de llamada.
Porque quiero responder, quiero esto o lo otro. No estoy obligado a querer, no estoy obligado a inventarme o realizarme, basta aceptar.
Si la voluntad se empecina en su yo, sin tener en cuenta lo que quiere al querer, se desvirtúa.
Entonces el hombre se hunde en la preocupación de llegar a ser, solamente queriendo. Se pasa la vida angustiado, pensando en lo que debe "hacer". Ha olvidado que es creatura, que su ser es una llamada amorosa, a la que responder gozosa y libremente, confiado en su Creador.
La voluntad solitaria pierde su libertad, pues "necesariamente" debe fabricar su ser. Es otra versión de la necesidad.
No la necesidad del ser del universo, que sencillamente persiste, sino la necesidad del yo huérfano.
Ha cambiado su ser hijo por el querer caprichoso, privándose de su asiento en la casa paterna. El ateísmo es un triste trueque, sin esperanza, sin futuro.
Inspirado en L. Polo, Las organizaciones primarias y las empresas, Segunda sección: La libertad humana y la organización de sus ámbitos (Cuadernos de Empresa y Humanismo, nº 100, Pamplona, 2007 p. 120). Recogido por Ángel L. González en su artículo Ser personal y libertad. Anuario filosófico nº 97, nota 56, p.89.
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