La Muerte de Cristo es su "aceptación" de la
experiencia del abandono de Dios, confiando en su Misericordia, con la
intención de aportar la felicidad eterna a la humanidad.
La Muerte de Cristo es la dimensión radical del acto
Supremo del Amor de Dios hacia los hombres.
El sufrimiento de esta Muerte es aceptado por Cristo y
esencialmente consiste en experimentar el abandono del Padre.
Entendámoslo bien, Dios Padre no abandona al Verbo, no abandona a su Hijo.
Y tampoco abandona al alma de Cristo.
Además, el cuerpo, separado del alma, no puede sufrir,
pues un cuerpo separado está muerto, es un cadáver, ni siente, ni goza, ni
sufre.
Sin embargo, el alma separada sí que no puede seguir
gozando de la felicidad "que viene del cuerpo".
La felicidad que el cuerpo de Cristo sentía, en su
alma, era, desde la Encarnación, la felicidad de la visión beatífica que hace
al cuerpo glorioso, luminoso, reflejo del Espíritu Santo.
Y es esa felicidad proveniente de la gloria de su
cuerpo la que se pierde en la Muerte.
El Hijo da ese dolor, ofrece ese dolor a los hombres
para que nos arrepintamos de nuestros pecados, al darnos cuenta de lo que el
pecado provoca: la separación de Dios, único y verdadero mal.
La Muerte de Cristo es, pues, su sufrimiento, por el
abandono de Dios Padre.
Notemos que Cristo se gozaba también en la felicidad
de su Cuerpo místico, la Iglesia. Por eso, en su Muerte, Cristo se queja
también del sufrimiento que le producen los miembros de la Iglesia cuando se
separan de Dios por el pecado y arriesgan el abandono definitivo de Dios.
Ideas y frases sacadas de
Ignacio Falgueras Salinas en "El abandono final. Una meditación teológica sobre
la muerte cristiana. Universidad de Málaga. Estudios y Ensayos, nº 32, p.55
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