El ave de Minerva que, como se sabe, es la lechuza,
levanta el vuelo al atardecer, en esa hora definitiva en que la experiencia del
día se consuma y es elevada al concepto. Pero el trópico carece de crepúsculos
duraderos, es decir, de esa calma que recoge el fulgor del día y es el símbolo
de la teoría pura.
En verdad, estas dificultades, planteadas por el
idealismo, no afectan a un filósofo
realista. Sostengo una actitud muy distinta. Más que de resultados, la
filosofía se ocupa de principios, de lo primero. Por eso está en condiciones de
señalar rutas, de proponer criterios
iluminadores a la acción esperanzada de los seres humanos. Por eso
también, el símbolo de la filosofía no es la melancolía de la tarde, tampoco el
brillante mediodía, sino el amanecer, la luz más joven, que empieza a disipar
las sombras y a destacar perfiles.
La filosofía siempre está comenzando, y vuelve a
comenzar en cada hombre. Para ser filósofo es necesario comprender que el
disparo inaugural del vivir es la búsqueda. La vida busca en la verdad, porque
la verdad es insondable y depara sin cesar descubrimientos nuevos. En la mitad
del camino, como dice Dante, el hombre se encuentra inmerso en una selva
indescifrable. La filosofía le enseña el modo de aclarar el laberinto: hay que
volver atrás, al propio manantial genuino, permanecer cerca del principio.
El filósofo no es un iluso, pero sí un ingenuo. La
ingenuidad es, al contrario de la satisfacción, palabra que viene de satis facere: nunca hemos hecho bastante
–dijiste basta y pereciste, advierte San Agustín–. Y es que la sensación de
suficiencia disipa, disgrega la vida en la atonía. En cambio, la filosofía
convoca. Convocar equivale a reunir, a articular las cosas diferentes. En la
medida en que la aurora desvela lo oscuro, un panorama, un paisaje, se
organiza.
De aquí se desprende que sin la filosofía es difícil
conseguir una auténtica Universidad. Sin la filosofía, las Universidades no
suelen pasar de ser meras pluriversidades, es decir, un conjunto de Facultades
aisladas. A ella corresponde, en efecto, la propuesta unificadora que hoy se
suele llamar interdisciplinariedad, con la que se repone el clásico lema del
árbol de las ciencias.
Texto de Leonardo Polo enviado por Silvia Carolina
Martino, publicado en “Discursos pronunciados en la Investidura del Grado de
Doctor “Honoris Causa”. Profesor Ronald Woodman Pollit (Ingeniería), Profesor
Ben Burton Balsley (Ingeniería), Profesor Leonardo Polo Barrena (Filosofía),
Profesor Umberto Farri (Educación)”, Universidad de Piura, 9 de septiembre de
1994, pp. 41-44
.
No hay comentarios:
Publicar un comentario