La confusión entre Antropología trascendental y
Antropología teológica es sólo aparente.
El método no es el mismo.
La Antropología teológica parte del dato revelado, de
la verdad revelada por Dios.
La Antropología filosófica poliana, en cambio, tiene
como método el abandono del conocimiento objetivo (el abandono del límite
mental) para explorar no "lo subjetivo" sino la trascendencia,
haciendo pie en la condición humana.
Sin embargo, el resultado es congruente con el
resultado de las investigaciones de la Antropología teológica. Nos adentramos
cada vez más en la verdad. No hay dos verdades, una filosófica y otra
teológica.
Son dos alas del mismo vuelo.
El problema es antiguo, pues la desconfianza hacia las
fuerzas naturales del hombre persiste.
Sea porque, como sostiene Duns Escoto, la naturaleza
humana está caída.
Sea porque Tomás de Aquino parece afirmar que el
hombre no puede ver naturalmente a Dios.
Los dos tienen razón pero en el fondo lo que pasa es
que no nos hemos dado cuenta de que el hombre en "estado natural" no
ha existido nunca, ni puede existir.
El hombre no es un ser "natural" del cosmos,
que dependa de las condiciones iniciales.
El hombre, en cuanto que persona que es, es
extracósmico, es libre. Y
desde su naturaleza o apoyándose en su naturaleza, puede alcanzar
libremente su ser, autotrascenderse, aceptando el don de Dios. No es la
"naturaleza" la que se autotrasciende, sino la persona, el ser
personal libre.
La Antropología trascendental accede a Dios por otra
vía, pero accede.
No es Antropología teológica, sino filosófica.
De
esto habla Rafael Corazón en su artículo "Antropología trascendental y
Antropología teológica", en el libro homenaje a Ignacio Falgueras,
Autotrascendimiento (J.A. García y J.J. Padial) p. 311.2
.
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