El pensamiento griego es
sustancialista.
El universo es
considerado como un conjunto de sustancias, y naturalezas, afectadas de
distintas maneras por procesos o movimientos entre ellas; excepto el primer
motor, que es inmóvil, intelecto separado que se piensa a sí mismo.
El pensamiento medieval
asienta que la existencia de cada sustancia le ha sido conferida por Dios.
La filosofía
trascendental de Kant se centra en las condiciones de posibilidad de las
sustancias. Supone que sólo desde el yo (que es aquí lo trascendente) se accede
intelectualmente a ellas. Pero tanto Dios, como el yo, como todo lo que existe
siguen siendo sustancias. Siguen reinando.
Heidegger sabe que debe
existir algo que decida la suerte del mundo. ¿Es mi libertad la que sentencia
qué palabras y qué verbos merecen vivir?
La filosofía
trascendental de Polo propone mirar la realidad radicalmente.
Distingue así tres actos
de ser:
El ser extramental (el ser del universo físico) es principial,
fundamental causal. Ser primero, sencillo.
El ser personal (cada persona) es un ser además, añadido, ser
segundo.
El ser originario (Dios) es la identidad: un primer principio
del ser extramental, sí; pero también la plenitud del ser personal que, sin
perder su identidad, se dona y se replica para nuestra felicidad.
¿Dónde quedan las
sustancias? Las pobrecicas se han quedado como elementos del universo físico.
Son como los dados de un parchís. Jugamos con ellas.
Inspirado
en Notas y glosas sobre la creación y los trascendentales. Juan A. García
González. Miscelánea poliana nº 11. Nota 2, p. 83. Citamos las páginas según la
recopilación titulada "Antropología y trascendencia" publicada por I.
Falgueras y Juan A. García.
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