La libertad alcanza
su destino cuando el don de nuestra vida, nuestro don, nuestra esencia humana,
se une al Don siempre nuevo de Dios.
Ésa es la respuesta adecuada a mi vocación : al Don de Dios
para mí, siempre creciente, se añade mi don, el don de mi vida : es el Don-don.
Entonces la libertad ya no puede volverse atrás pues vive
eternamente unida al Don de Dios, al Espíritu Santo.
La libertad de destinación ha alcanzado su destino: ser
siempre Amor, Comunión con Dios.
Sabremos que lo hemos alcanzado en el momento de nuestro
Juicio particular, que es cuando Dios acepta mi don, que deviene Don-don.
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