¿Necesitamos una esposo o un esposo para ser personas?

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Para ser personas necesitamos un Padre.
Él es el Origen.
 
La paternidad divina implica que tengamos hermanas y hermanos.
De ahí que podamos sostener que la fraternidad es también radical en la persona humana.
 
Dios, sin embargo, ha querido darnos una Madre, que nos enseña a ser hijos y hermanos.
 
Es Madre por ser la mejor hija.
Y es la mejor hija porque fue "elegida", por su humildad, para ser esposa del Espíritu Santo.
 
La esponsalidad es un don para colaborar con la paternidad divina.
 
Pero solo María es Esposa de Dios.
 
Nosotros no somos ni esposos ni esposas del Espíritu Santo. Somos hijos e hijas en el Espíritu Santo.
 
Nuestra paternidad o maternidad "espiritual" procede de nuestra filiación y de nuestra fraternidad. No procede de nuestra esponsalidad.
 
La esponsalidad es, pues, esencial, y por lo tanto, no radical. No pertenece al acto de ser humano.
La persona humana no tiene su réplica en su interior, debe buscarla fuera, al aportar su don, su esencia humana, su vida.
 
La esponsalidad es un don subordinado a nuestra misión.
María es esposa de Dios.
 
Los demás hijos de Dios somos esposos y esposas si somos llamados a procrear.
La procreación es necesaria a la especie y no al individuo.

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Dicho lo anterior debemos añadir, siempre además, algo muy importante.
"Felices los invitados al banquete de bodas del Cordero".
¿Con quién se casa el Cordero?
Con la Humanidad.

En el Cielo viviremos la Comunión, el Amor del Espíritu Santo, que es el Amor por cada persona. Amor global, Amor mundial.

Aquí en la tierra aprendemos a amar.
En el Cielo amaremos en el Espíritu Santo. 
Estaremos de bodas con María, para alegría y gloria del Padre.


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