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El sentimiento sensible es superficial y pasajero.
Además, es muy voluble porque tenemos muchas facultades y no todas "sienten" del mismo modo, al mismo tiempo.
Podemos sentir agrado al "ver" la nieve y desagrado al "sentir" frío en las manos.
Los estados de ánimo sensibles cambian fácilmente. Basta una gotita hormonal.
No conviene darles demasiada importancia, por eso, porque pasan.
La verdad de nuestra vida no está ahí. Se alcanza intelectualmente, con el amor verdadero, que va a lo profundo.
De ahí que no se deba cifrar la clave de lo humano en el "estar bien", sino en el buen dar.
No la buena vida, sino la vida buena.
Se habla de esto en Juan Fernando Sellés. Antropología para inconformes p.275.
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