Ser nada es una dimensión positiva de la persona.
Al ser transparente, la sabiduría humana parece vacía.
Al no encontrar nada que la aquiete en su interior, la
sabiduría puede angustiarse. Sartre concluye diciendo que la libertad es
absurda, contradictoria, pues a pesar de ser imposible de determinar
definitivamente, busca una determinación.
Sin embargo, otros autores han dado la vuelta a la
tortilla y abierto una vía gozosa y sin náuseas.
Eckhart ya dijo que la inteligencia no es algo dado,
sino que más bien es nada (yo diría: semejante a la nada), pero esto, lejos de
ser un inconveniente, es una gran ventaja, ya que lo intelectual es capaz de
superar su propia negación.
Ahí radica la inmortalidad del espíritu. Si fuéramos
"algo", podríamos volver a la nada.
Pero al ser semejantes a la nada, del mismo modo que
la inteligencia de Eckhart es distinta del simple ser, también es más que la
simple nada.
Lo que intento explicar es que la persona no depende
de la naturaleza. La persona es extracósmica. Lo que la ha hecho aparecer no es
el universo. Si dependiera del universo podría volver a la nada, como vuelve a
la nada la imaginación de un perro.
La persona depende directamente de Dios. De ahí su
dignidad.
Dios nos ha creado libres, incluidos en el ámbito de
la máxima amplitud y, siendo semejantes a la nada, podemos gozar de la
plenitud, si queremos.
¡Qué bien se está!
Glosa
a Juan A. García González: Existencia personal y libertad. Anuario filosófico
nº 95. 2009, p. 350.5
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