La noción de sustancia oscila a lo largo de la
historia de la filosofía.
Se aplica tanto a los elementos básicos del universo
como a Dios (se habla, por ejemplo, de la sustancia divina).
Su problematización proviene de que se piensa la
realidad al modo griego: el todo es el cosmos. Un cosmos muy ordenado en
el que hay sustancias inferiores y sustancias superiores. La sustancia suprema
sería el Acto puro, sustancia divina, sustancia inteligente.
Polo acierta cuando nota que Aristóteles oscila a lo
largo de su Metafísica. Unas veces habla de la sustancia como puro efecto
y otras veces dice que la sustancia no es otra cosa que causa. ¿En qué
quedamos?
Polo propone afinar las nociones de sustancia,
naturaleza y esencia. Pues no deben significar lo mismo y corremos el riesgo de
confusión si las empleamos indistintamente.
Habría que reservar el nombre de sustancia a los efectos
puros del universo físico. Es decir a lo que la física actual llama quarks,
bariones, etc.
Y debemos llamar naturalezas a las sustancias que son
también, no sólo efectos, sino causas, principio de operaciones. Por
ejemplo, los seres vivos del cosmos.
La esencia del universo, tal como Aristóteles atisba,
no es otra cosa que el orden del universo, la tetracausalidad que da razón del por qué las sustancias no
son sólo efectos, sino también causas, naturalezas. Me explico: es el orden que
existe desde siempre en el universo, su esencia, el que determina que unas
sustancias sean sólo efectos y otras sustancias sean también causas,
naturalezas.
La esencia del universo es, por así decirlo, el
universo entero.
Inmediatamente debemos decir que Dios y las personas
no pertenecen a ese universo.
Primero Dios. Dios no es efecto. Dios no es sustancia.
Y Dios tampoco es propiamente causa.
Debemos reservar la noción de causa para los
principios intracósmicos, para las sustancias que son principio de operaciones
y para el universo como esencia.
Dios es Origen.
Cuando pensamos a Dios como lo piensan los griegos, lo
consideramos como un efecto, como un producto de la inteligencia. Cayendo
también en la confusión de pensar el conocimiento como un efecto causado. Pensar
no es producir. Dios no es el producto eterno de su actividad.
De modo análogo, no le conviene a la persona humana el
nombre de sustancia.
Le conviene en cuanto que al nacer encarnada en un
cuerpo es efecto del universo. En ese sentido sí es sustancia. Y es naturaleza
como los animales son naturalezas.
Vale pues hablar de naturaleza humana, siempre que no
olvidemos que la naturaleza humana es dual: vida recibida de nuestros padres y
vida abierta por la persona que somos.
En cuanto que animales, somos intracósmicos, pero en
cuanto que nuestra vida es manifestación de la persona, no dependemos del
universo, y por tanto no somos efecto, sino novedad libre.
De ahí que sostengamos que es impropio hablar de Dios
y de las personas humanas como sustancias.
La
esencia de la persona humana. Notas sacadas de la conferencia dictada el
25-XI-1994 en el salón de grados Mª Zambrano de la facultad de filosofía y
letras de la Universidad de Málaga. (Miscelánea poliana nº 4, p.37.2).
Citamos las páginas según la recopilación titulada "Antropología y
trascendencia" publicada por I. Falgueras y Juan A. García.
Pueden
ustedes ir a las etiquetas 4.1.0 sustancia y 5.0.0 el ser de la persona humana.
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