Según Aristóteles lo real, el ente en sentido primario
es lo separado, al no estar
mezclado con otro. Así entendido, el ente es la sustancia, que es, antes que nada, lo separado.
La característica más neta de la sustancia no es ser
en sí, sino no ser en otro. Sustancia significa realidad
"separada".
Aristóteles dice también que el intelecto es "separado". De ahí, algunos han deducido
que si está separado, el intelecto tiene que ser sustancia, como es el caso de
la concepción del "intelecto agente" averroísta.
Si esta separación se entiende de igual modo que la
separación sustancial, es una incorrecta interpretación de Aristóteles.
El
conocer
es lo más separado, pero no a la manera
de la sustancia.
La realidad sustancial es otro sentido del acto, y es
absolutamente exterior al conocimiento.
Para la ontología la noción de sustancia es muy
importante, por eso se incurre fácilmente en la confusión de incluir el
conocimiento en el orden sustancial, erigiéndose la categoría sustancia en
criterio único.
La sustancia no es más que lo que es, su separación es
una autolimitación, en cambio, la separación del conocimiento no es una
autolimitación sino apertura.
El
intelecto no está separado de la misma manera. El conocer es lo más
separado, pero no a la manera de la sustancia.
El conocimiento no es una cosa, no es una caja, no es
una jaula.
El meollo del conocimiento es la separación. Método y tema están
separados, pero no al modo de la sustancia, sino al modo del conocer.
Método y tema "coinciden", pero no se tocan.
La separación aquí es coincidencia inmaculada.
Conocer es posesión de lo conocido sin confusión
óntica. La unidad entre acto de conocer y conocido es más íntima que la
composición de materia-forma de la sustancia.
Falgueras dirá: conocer es hacerse otro – nótese la dualidad - ("realear" de modo
distinto a como "realea" el ser sencillo).
Conocer es, sin dejar de ser quien somos, ser también
otro. No es un accidente que se añade como el bronceado de la piel, que nos
"cambia" accidentalmente.
Método y tema coinciden sin confundirse.
De
esto habla Lluis Pifarré en su libro "Entender a Leonardo Polo", p.
52
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