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¿Cuál es el fruto de la admiración?

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Los frutos de la admiración son sabrosos.

Gracias a ella encontramos el camino que lleva a los trascendentales, tanto los trascendentales metafísicos, como los trascendentales personales.

Al admirarse, el filósofo descubre lo que no es mordido por el tiempo, lo estable.

Frente a él aparece, bella, la realidad (su fundamento) y, en el hondón del alma, se descubre, en correspondencia, cómo se desatan las energías humanas (el espíritu).

La realidad es verdad, es buena y es bella (trascendentales metafísicos).

Más aún, si es verdaderamente verdad es que hay nous en mi interior (es el trascendental personal entender).

Y si es buena es que soy capaz de aceptar y hay alguien que da (es el amar, otro trascendental personal).

Y si es bella...ay, si es bella filosofar es cantar.

El que no canta es que ha interrumpido la admiración.

Pero si no se queda estúpidamente estupefacto ante la realidad, descubrirá que él es también locutivo, que puede aportar más verdad, más bondad, más belleza.

Es el orden del Amor.








Glosa a Polo en Introducción a la Filosofía, p.45
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